30 diciembre 2012

Soliloquio para el fin de año... y hablará un soldado.

Johann Heinrich Füssli
En ese momento, a mi lado, un rebaño de gaviotas alzó el vuelo -un blanco arco trémulo
me cobijó, -plácidas, ligeras, amables plumas
moviéndose afirmativamente en el aire -grandes manos amistosas
aplaudiendo mudas el silencio, dándome palmadas en el hombro
de nuevo con confianza, -sí, una confianza nueva. Y bien, no lo lamentes. 

Te aseguro que ahora estoy tranquilo; -no anhelo la muerte de los otros
ni tampoco la mía. No me importa ya 
el engaño de los dioses ni mi autoengaño ni la burla
de mis compañeros de combate, -estoy lejos, no me abate. ¿Qué haría
con los inútiles botines, con el inmenso escudo y con la lanza?
¿Me protegería? ¿De qué? ¿Y cómo? Los troyanos no me doblegaron-
el miedo al enemigo es nulo frente al miedo al amigo. 
Yannis Ritsos

Sabemos-que-no-somos-sabios. El gato aprende los mitos uno a uno debajo de la manta. Maúlla y no se asfixia porque los sueños respiran. Sabemos-que-no-somos-limpios. Acaricio mi cama rasurada y quién vive dentro. Sabemos-que-no-somos-tiernos. Qué más voy a contar, qué más. Sabemos-que-mueren-gaviotas-dilo-más-rápido-sabemos-que-mueren-insectos-dilo-más-rápido. El único monstruo era yo y así lo palpo y así lo aprendo. Sabemos-que-Él-se-ha-dormido. Mi sucio compañero. Mi buen animal.  

28 diciembre 2012

2003-2013 (mi primera pluma).


Uno. Nunca había tenido pluma. Pero es que esto no es una pluma, me digo. Esto es un tesoro forrado de un color que recuerda a una perla. Pero es que yo nunca he visto una perla –una de verdad-, más allá de aquellas que La Sirenita mostraba en los dibujos animados. Pero es que hace tanto que no veo dibujos. Hace tanto que no escribo. Hace tanto que no paseo por aquí. Que no leo. Que no acaricio el frío suelo. Que…

Dos. Ya he regresado. Barcelona se muestra menos cruel cuando la piso que cuando la imagino. Ha sido un mal año. Muy mal año. Un año asqueroso en la ciudad que malimagino. También ha sido bueno. He leído, creo, más que nunca. He leído, creo, mejor que nunca. No he probado ninguna droga extraña porque nada se me hace extraño en la ciudad mailiaginada. No me he enamorado. Mi madre está guapa. He perdido amigos pero Laura ha vuelto. He perdido el collar del pájaro pero el ancla ha vuelto. He descubierto que tengo dislexia al escribir cifras cortas. Ahora comienza 3012, que diga, 2013, uf, y por suerte para mis dedos yo he cumplido 22 años.

Tres. Si comencé a escribir fue para poder contarlo. Si comencé a escribir fue porque supe teclear –disléxicas manos- aunque un tiempo después llegara a mi buzón una enorme caja con esta pluma extraña y perlada. Hace mucho que no escribo. Hace mucho y lo hace sólo para poder contarlo.

Cuatro. Deslizo mi nueva pluma y escribo una cifra. Borro. Escribo otra. Si comencé a escribir fue porque 2003 acababa y si ahora lo hago es porque 2013 comenzará. ¿Diez años haciendo el tonto? Nunca había tenido una pluma.

Cinco. Pero esto no es una pluma. Y Barcelona no me hace daño. Y si nací fue para que alguien me dedicara unas Cartas de cumpleaños. Pero hay tantos baches. Hemos ahorrado dinero. Hemos escrito nuestros nombres al revés. Nuestros y Nombres se parecen tanto. Quizá si comencé a escribir fue por eso. O quizá no. Ya no lo sé. Ahora tendré que inventarme otro cuento. 


*
(Gracias a Parker por el regalo
Y vosotros, pinchad aquí)

17 diciembre 2012

Fin del mundo y libros: 12 de 2012.

Se acerca el fin del mundo, que diga, el fin del año, y como siempre Internet se llena de listas de libros, películas, personajes o momentos que marcaron los últimos meses. A mí me encantan las listas, ya lo sabéis. Y aunque aún estamos a día 17, me veo obligada a redactarla muy pronto: durante las próximas semanas me esperan cientos de obligaciones familiares, laborales y académicas. (En efecto, el fin del mundo).

En junio ya hice alguna aproximación a aquellas lecturas que más me habían gustado. Pero al fin os dejo la lista definitiva de mis 12 de 2012. Una lista que, por otro lado, casi todos os podríais imaginar:

1. Aprender a rezar en la era de la técnica, de Gonçalo M. Tavares (Literatura Mondadori) 
/también aquí/
2. La jungla, de Upton Sinclair (Capitán Swing)
/también aquí/
3. Nada. Retrato de un insomne, de Blake Butler (Alpha Decay) 
/también aquí, aquí y aquí/
4. Noches azules, de Joan Didion (Literatura Mondadori)
/también aquí/
5. Ismene, de Yanis Ritsos (Acantilado) 
/también aquí/
6. Memphis Underground, de Stewart Home (Alpha Decay) 
/también aquí y aquí/
7. Fresy cool, de Antonio J. Rodríguez (Literatura Mondadori)
/también aquí, y aquí, y aquí y aquí y aquí y aquí, hehehe/
8. El jardín colgantede Javier Calvo (Seix Barral)
/también aquí/
9. Lo solo del animalde Olvido García Valdés (Tusquets)
10. Lolita secreta, Anónimo (Melusina)
11. El encantador. Nabokov y la felicidad, de Lila Azam (Duomo)
12. El sueño de Visnu, de David Meza (El Gaviero Ediciones)

Por último quisiera añadir que aunque 2012 ha traído estos libracos a nuestras mesas de novedades, este año también ha sido muy especial para mí por el descubrimiento y lectura incesantes de cuatro poetas ahora fundamentales en mi biblioteca, en mi vida y en mi imaginario. Hablo, por supuesto de Ted Hughes, de Birgitta Trotzig, de Anne Carson y de Ingeborg Bachmann. Ellos me han ayudado a re-descubrir el género. A reinterpretarlo. A escribirlo...

Y bueno.
El fin del mundo ya puede llegar. 
Aquí lo espero entre libros.
Muchas gracias.

13 diciembre 2012

Fábula de las ladronas de flores.



Alucinaciones, rojo intenso/ El iris concede más espacio del merecido/ Se parece a una flor con dientes/ Y sin morder logra arrebatarlo todo/ Y sin morder roba largas cucarachas/ Fábula de la langosta/ Fábula de la heroína/ Si las antenas punzan y el fin azota al mundo/ Por qué culparte, rojo intenso/ El único dolor lo cultiva el jardinero

10 diciembre 2012

Reordenando libros e ideas: algunos poetas jóvenes y sus nuevos poemarios.



Reordenando esta tarde mi biblioteca me he dado cuenta de que en 2012 se han publicado algunos libros de poesía escritos por gente muy joven e interesante. Más allá de los geniales poemarios En este lugar, de Unai Velasco y El libro de la crueldad de Layla Martínez, de los que ya he hablado varias veces en este blog o por Facebook, tengo en mis manos a otros siete autores que me confirman que los lectores de poesía de este país tenemos que estar de enhorabuena. Por ejemplo:

-72 demonios (Cangrejo Pistolero Ediciones) de Javier Gato (Sevilla, 1987), es el segundo libro del autor. Más oscuro y contundente que el anterior. Podríamos decir que es “el libro negro” de Javier Gato. Dentro de él leemos que ya “no queda corazón”. Y qué más da si lo que queda son sólo sombras: Gato es un genio moldeándolas.

-Mantener la cadena del frío (Pre-Textos) está firmado por Ben Clark (Ibiza 1984) y Andrés Catalán (Salamanca, 1983). Me gustó mucho “Basura” de Ben. Y también me ha gustado este libro: por su humor y sobre todo por su tema. En los últimos meses estuve obsesionada con encontrar libros, especialmente de poesía, que trataran el tema de la comida, et voilà: aquí llegaron ellos rompiendo ese vacío de la literatura. Llenando así nuestro estómago.

-El extraño que come en tu vajilla (Vitrubio) supone un cambio brusco en la poesía de Paco Najarro (Badajoz, 1987). Conozco al autor desde hace años -eramos adolescentes y hablábamos por Messenger- y me sorprendió mucho leer estos nuevos poemas, mucho más lúcidos y divertidos que los de su anterior poemario. Como en Mantener la cadena del frío, aquí el humor tiene un peso importante. Y es que a veces muy pocos poetas se atreven -y consiguen- hacernos reír. Eso es admirable.

-Horas de lobo (Origami) de Jacob Iglesias (Carrión de los Condes, 1980) es un libro muy íntimo e intenso. Está muy bien construido porque consigue contarnos una historia: su historia. La historia de lo que significa crecer, perder, llorar o incluso estar solo. Poemas como "Plegaria" me hicieron temblar.

-Primera noche en las ciudades nuevas (Monosabio) de María M. Bautista (Madrid, 1990) no es otra cosa que un diario de trabajo. O bueno, también puede ser un diario de viaje. O un cuaderno de notas a pie a otros poemas que la autora ha de tener -seguro- por ahí escondidos. O un blog puesto en papel. O simplemente eso: una primera noche en esa vieja ciudad que es la poesía. Lo que sí queda claro aquí es el amor infinito de la autora por el arte. Su infinito respeto a la palabra.

-Setenta y cuatro días sin mí (Colección Vincapervinca) es el segundo poemario de Francisco Fuentes (Plasencia, 1985). Su libro es breve, sus poemas son delgados, como gotas que se deslizan por un cristal y luego se congelan y luego se incrustan en el cristal y luego... y luego todo estalla porque suya es la capacidad de hacer chocar a las palabras.

-Por último quisiera hablar del libro que ha hecho posible este post, el culpable de que hoy haya tenido que reordenar mi estantería, pues, aunque es muy chiquitito, casi no cabía en el hueco reservado a la poesía española contemporánea. Me refiero a Mecánica del canto (Amargord) de Cristian Piné (Móstoles, 1991), que ha llegado hoy a mi buzón después de que muchísimos amigos me pusieran los dientes largos al hablarme de lo fantástica que les parecía su poesía. Y tenían razón. Mecánica del canto es un libro muy inteligente, repleto de poemas detrás de los cuales se nota un gran trabajo y reflexión. Mi lectura de Piné es aún demasiado reciente y no consigo encontrar las palabras exactas para describir sus extrañas descripciones, sus extrañas rimas, sus patadas punzantes al silencio y a la luz, al adjetivo y al color, a todo lo que le estorba para cantar la canción perfecta... y quizá es que no exista una  "canción perfecta", pero sí hay algo perfecto en su poesía... eso es fascinante.

Lo dicho. Reordenemos nuestras estanterías y luego salgamos a celebrarlo. Hoy. Siempre. Estamos de enhorabuena.   

09 diciembre 2012

No hay nada después de este poema (bueno, sí: Ted Hughes, o quizá un Cuervo).

Aleksandra W.
Interrogatorio ante la puerta del útero

¿A quién pertenecen estas patitas esmirriadas? A la Muerte.
¿A quién pertenece esta cara hirsuta y como chamuscada? A la Muerte.
¿A quién pertenecen estos pulmones que trabajan sin descanso? A la Muerte.
¿A quién pertenece ese servicial abrigo de músculos? A la Muerte.
¿A quién pertenecen esas tripas indescriptibles? A la Muerte.
¿A quién pertenecen esos supuestos sesos? A la Muerte.
¿Toda esta sangre revuelta? A la Muerte.
¿Esos ojos tan poco eficientes? A la Muerte.
¿Esa pequeña lengua viperina? A la Muerte.
¿Ese desvelo ocasional? A la Muerte.

¿Dado, robado o pendiente de juicio? Pendiente.

¿A quién pertenece toda la tierra lluviosa y pedregosa? A la Muerte.
¿A quién todo el espacio? A la Muerte.
¿Quién es más fuerte que la esperanza? La Muerte.
¿Quién es más fuerte que la voluntad? La Muerte.
¿Más fuerte que el amor? La Muerte.
¿Más fuerte que la vida? La Muerte.

Pero, ¿quién es más fuerte que la Muerte? Yo, obviamente.

Pasa, Cuervo.

(Ted Hughes)

06 diciembre 2012

Die young, stay... los jóvenes Sylvia y Ted.


(Aproximaciones a la belleza del marido III)

[...] 
Había otra mujer. Es una situación en la que se encuentran muchas parejas de casados jóvenes -en las que quizá se encuentran más parejas de las que no-, pero es una situación que habitualmente no dura: la pareja o bien vuelve a conectar o se deshace. La vida sigue. El dolor, la amargura y la espantosa inquietud y la culpabilidad por cuestiones sexuales disminuye y desaparece. Las personas se hacen mayores. Se perdonan a sí mismas y se perdonan una a la otra, e incluso pueden llegar a comprender y se perdonan a sí mismas y perdonan a la otra debido a que se trató de una cuestión de jóvenes. 
Pero una persona que muere a los treinta años en pleno desconcierto de una separación, permanece fija para siempre en ese desconcierto. Para los lectores de su poesía y de su biografía, Sylvia Plath siempre será joven y estará enfurecida debido a la infidelidad de Hughes. Nunca alcanzará la edad en que los tumultos de la juventud puedan ser vistos con una cierta comprensión, triste, sí, pero sin ira ni ansias de venganza. Ted Hughes ha alcanzado esa edad -la alcanzó hace algún tiempo-, pero la fama póstuma de Plath y la fascinación pública con la historia de su vida le han arrebatado la paz que trae consigo la edad. Dado que él formaba parte de esa vida -es la figura más interesante de ella durante sus seis años finales-, también permanece fijo en el caos y la cofusión de su último periodo. Como Prometeo, cuyo hígado devorado se reconstruía diariamente para que diariamente se lo pudieran volver a devorar, Hughes ha tenido que contemplar cómo se cebaban sobre su yo de juventud biógrafos, estudiosos, críticos, autores de artículos y periodistas de diarios. Extraños, que según Hughes no saben nada de su matrimonio con Plath, escriben con autoridad de propietarios. 
[...]
Janet Malcolm

03 diciembre 2012

Musa ammalata (ya en mis manos).




Es la primera vez que me publican un libro en otro país, a la espera también de que salga Bluebird and other tattoos en USA (el otro día corregí las últimas pruebas del libro, por cierto, lo que significa que quizá lo tenga en casa después de navidad). Pero esta es la primera vez: los italianos se adelantaron, y qué bonito ha quedado. Damocle Edizioni es una editorial preciosa y lo demuestra con la elección del papel, de su textura, de su precisión. Gracias a Pierpaolo (editor), de nuevo, a Sunshine (traductora e ideóloga de todo esto), de nuevo, a Ernesto (portada), de nuevo y a Viola (prólogo), de nuevo. 

(Y si os apetece haceros con el libro -es bilingüe-, 
o ver más cosas a propósito, pinchad aquí).

02 diciembre 2012

Domingo que acaba y diciembre que enfría.

Aleksandra W. 
when i am dead, ten thousand sailors will read my poetry
Steve Roggenbuck

Hace tanto que no leo un poema sobre las piedras. Hace tanto que no leo un poema sobre el mar. Hace tanto que no leo un poema sobre los cuerpos que chocan contra las piedras, llevados por el mar, llevados por la ola chocante, ola que choca, ola que cuerpo sobre el poema... ola que... Aquí está la voz, ¿has visto? Y viene en otro idioma como una instrucción mal dada: el principio se parece al final. El paisaje a la imaginación. El vino al pis. El gato al hijo. Hace tanto que no leo un poema sobre las piedras. Sobre los cuervos que reposan en ellas. Sobre las águilas que traicionan. Sobre el tiempo que tengo: el tiempo del poema.

01 diciembre 2012

Diamante que abruma, palabra que acerca (sobre la poesía de David Meza).


Uno. El libro de David Meza que El Gaviero Ediciones acaba de publicar no es otra cosa que un cofre repleto de joyas. Algunas menos pulidas, brillantes, o fascinantes que otras. Pero todas joyas, al fin y al cabo: un cofre repleto de demasiada belleza. No soy la primera lectora que se siente abrumada por este exceso de brillo. Sin embargo este “principal problema” en la poesía de Meza, es también su “principal virtud”. Lo hablaba con los editores. Hay en el autor una mezcla explosiva de ingenuidad y maravilla que convierte grandes versos en versos menores, y malos versos en diamantes brutos. Es extraño este efecto. Es  extraño y por eso nos aturde. Por eso nos deja sin aliento y así nos traga. Por eso queremos formar parte de él.

Dos. El libro de David Meza se titula El sueño de Visnu, y contiene las dos primeras partes de otras cinco que ya irán apareciendo en la misma editorial. Mi preferida hasta el momento es la primera, quizá por ese toque femenino, por esa narradora que el poeta elige para que nos cuente su vida. Su delirante y poética vida. Su vida que no es sino una crítica a un país (México), un reflejo de una tradición, y un dardo a una generación (aquella que celebra y a la que anima, aquel 1990 que tanto significado y color cobra en este texto).

Tres. Precisamente David Meza me recuerda a Roberto Bolaño. El sueño de Visnu podría ser una especie de nueva versión de Los perros románticos, o bien, el propio David Meza podría representar un retrato en carne y hueso de nuestro querido García Madero, protagonista de Los detectives salvajes. Pero esta comparación no es tanto de estilo como de espíritu. Estilísticamente hablando El sueño de Visnu guarda una voz con ecos de Juan Carlos Mestre, Leopoldo María Panero o incluso Pedro Casariego Córdoba. Su poema es el del gran aliento, con ese rasgo narrativo que ha caracterizado algunos de los grandes poemarios de nuestra quinta. Hablo de El fósforo astillado, de Juan Andrés García Román, o de Tara, de Elena Medel. Voces brutas que narran, cantan, pesan.

Cuatro. El libro de David Meza es un logro y una esperanza. Una piedra que nos llega desde el otro lado del charco -ese lado al que, a veces, poco miramos- y que empieza a llamarnos cargado de voces distintas y de juventud. Junto a la suya, me emocionan también otras poéticas. Las de Natalia Litvinova, Kevin Castro, Daniel Saldaña, Miguel Avero, Daniela Camacho, Agostina Ciccone, Lucas Ruppel, Carolina Quiñonez, Yaxkin Melchy, Karen Valladares... ¿Quizá El sueño de Visnu sea el comienzo de algo más grande? ¿Quizá no sólo la muerte de México será hermosa, sino también la muerte de América, la muerte de Europa, la muerte de toda palabra que imponga frontera? ¿Quizá es a este feliz flujo de palabras al que Meza canta en su fabuloso manifiesto? ¿Quizá...?

Cinco. Terminaré este post, entonces, con una cita. Con Esa cita. Juzgad ahora vosotros:

A las siguientes generaciones. Manifiesto.

Quiero que la muerte de México sea hermosa

Quiero que su muerte sea un acto bello e inexplicable como los pájaros

Quiero que el pasado sea un hecho maravilloso que se forja en el futuro

Quiero que mi nombre sea la vida

Quiero que América se desdoble y se muestre como un acantilado de ovnis

Quiero que mi sexo sea la vida

Quiero que la tradición literaria de las personas sea el movimiento de las cometas

Quiero que mi patria sea la vida

Quiero que los literatos suban de nuevo a los árboles y renombren cada noche las constelaciones del abecedario

Quiero que los poetas dejen de llamarse poetas y comiencen a llamarse sueños y que los sueños comiencen a llamarse estrellas o luciérnagas o arroyos o triciclos

Quiero que la juventud sea una postura frente al mundo y no una postura frente a los años

Quiero que la poesía se confunda con la narrativa y la narrativa con un tratado científico y este con un nuevo sistema planetario

Quiero que mi clase social sea la vida

Quiero que los poetas tengan miedo a la inmortalidad y a la permanencia

Quiero ser llamado universitario no por estar en la universidad sino por estar en el uni-verso

Quiero que el poema se confunda con un tratado filosófico o un tratado político o un venado herido en la mitad del bosque

Quiero que mi nacionalidad sea la vida

Quiero que cuanta persona lea este manifiesto lo destruya y construya otro más auténtico y hermoso

Quiero que los grupos literarios de esta época contemplen entre sus integrantes a las rocas y a los ríos y a los superhéroes del espacio

Quiero que los artistas arrojen sus obras a los mares y comiencen a escribir sobre sus cuerpos

Quiero que mi edad sea la vida

Quiero que la literatura universal sea llamada en el futuro la historia de la preliteratura

Y quiero que los poemas más hermosos de mi generación sean escritos en las paredes del metro
(David Meza)

27 noviembre 2012

Aproximaciones a la belleza del marido.


Egon Schiele
Los hombres que me gustan son mitad niño (aquí), mitad hombre. Los hombres que me gustan son mitad hombre, mitad mujer (aquí): y no me refiero con esto último a algo físico, sino a algo puramente literario, esto es: la manera punzante con la que Ellas los describen. 

Y pienso entonces en que yo también habría podido amarlos. Pienso, entonces, en Ted Hughes (sólo en su personaje, desde la voz de Plath), o en Joan-Marc (narrado a través de Clara en Hilos de sangre), o incluso en aquel huidizo e infantil ser que Carson nos retrataba en La belleza del marido.

Todos ellos son hombres mentirosos e infieles, todos ellos guapísimos y estúpidos, todos mitad hombre, mitad niño. Pequeños demonios sucios que crecieron y nos deslumbraron. Que se merecen todo nuestro odio. Que acaban recibiendo toda nuestra compasión.

[...]
No conseguiste engañarme. Te reconocí enseguida.

El árbol y la piedra resplandecían, sin sombras.
Mis dedos se alargaron, translúcidos como el cristal.
Empecé a brotar como una rama en marzo:
Un brazo y una pierna, un brazo, una pierna.
Y así ascendí, de piedra a nube.
Ahora parezco una suerte de dios
Flotando en el aire, con mi ropaje de alma
Pura como una lámina de hielo. Y eso es un don.
(Sylvia Plath)

25 noviembre 2012

Madre de todas las flores.


tres secos golpes de alas (más pájaro que mariposa) dentro
del corazón
y luciérnagas
unas pocas y débiles luciérnagas encendiendo y apagando
sus fanalitos
por la tupida oscuridad de la cabeza
no hay aire -ni dolor- en la cerrada mansión de la durmiente

María Rosa Maldonado


Cuanto más leo sobre la enfermedad, más cuenta me doy de que es un tema del que cada vez sé menos. Cuanto más leo, más aspectos desconocidos descubro. Más lecturas pendientes acumulo... Hay tanta literatura a propósito. Hay tantas enfermedades sobre las que escribir. Hay tanto por leer. Hay tanto por saber: y, lo cierto, es que no sabemos nada.

Lo pensaba a raíz de una de mis últimas lecturas, el libro Atzavara (kriller71edicioes, 2012) de María Rosa Maldonado. Una especie del canto a la mente (¿enferma o curada?) a la medicina (¿o al veneno, o al litio?), a la enfermedad (¿o a la vida, acompañada de ella?) o a la poesía que nace de la enfermedad (¿como una flor surgiendo en tierra estéril?). Pero aquí, Atzavara de María Rosa Maldonado no es una flor. Pero aquí, Atzavara de María Rosa Maldonado son miles de flores surgiendo del lado más oscuro de nuestras vidas, pues con un lenguaje áspero y una dificilísima ordenación de los versos, los sentimientos y las referencias, consigue finalmente mecernos. Darnos la enfermedad. Darnos la flor. Darnos su propia y particular medicina.

Con todo la autora me ha recordado a una especie de Ingeborg Bachmann a la que le han robado los verbos, a una especie de Joyce Mansour sin pasillos, o a incluso a una suerte de Leopoldo María Panero, sumergido en la brevedad de un destello.

Quería contaros además que este es la segunda publicación de la joven editorial kriller71ediciones. La encontré un día en mi buzón gracias a la generosidad de su editor, Aníbal Cristobo. Hoy he puesto una cita de María Rosa Maldonado en Facebook (que ha gustado mucho, y que arriba vuelvo a copiaros) y más tarde le he dado las gracias al editor en un mensaje privado. “Me ha encantado el libro de Maria Rosa”, le dije, pensando yo en ella como en una suerte de autora secreta que el Cristobo venía de descubrir. “Me alegro”, respondió él, “es mi madre”. 

Entrañable. Pensé entonces. Y en mi me mente se reconfiguraron todos los esquemas: Enfermedad + Literatura = Familia = Enfermedad + Literatura = Sus flores. Ad infinitum.  

24 noviembre 2012

Ted Hughes. Ted Hughes. Ted Hughes.

Aleksandra W. 
Rojo

El rojo era su color.
Si no había rojo, blanco entonces. Pero rojo
era todo lo que te envolvía.
Rojo sangre. ¿Era sangre?
¿Era ocre rojizo, para confortar a los muertos?
Hematita para hacer inmortales
los preciosos huesos heredados, los huesos de familia.

Cuando al fin te saliste con la tuya
nuestra habitación fue roja. Una sala de juicios.
Un cofre cerrado para gemas. La alfombra de sangre
con diseños oscurecidos, como coágulos
Las cortinas -sangre rubí de pana,
cataratas de pura sangre del techo al suelo.
Igual los cojines. El mismo
rojo carmín en los bancos bajo la ventana.
Una celda marcada. El altar de un templo azteca.

Sólo las estanterías escaparon en su blancura.

Y fuera de la ventana
amapolas finas y frágiles
como piel sobre la sangre,
salvias, de las que tu padre tomó tu nombre,
como sangre brotando de una laceración,
y rosas, las gotas últimas de tu corazón,
arteriales, catastróficas, condenadas a muerte.

Tu falda larga de terciopelo, un manchón de sangre,
espléndido color borgoña.
Tus labios bañados de carmesí profundo.
Te deleitabas en el rojo.
Yo lo encontraba duro -como los bordes crujientes de gasa
en una herida reseca. quise tocar
ahí una vena abierta, la costra del destello.

Todo lo que pintabas lo pintabas blanco
y luego lo salpicabas de rosas, lo derrotabas así,
rosas lagrimosas, rosas y más rosas,
y a veces, entre ellas, un pequeño pájaro azul.

El azul hubiera sido mejor para ti. Azul son alas.
Sedas azules como el martín pescador de San Francisco
envolvieron tu embarazo
en un crisol de caricias.
El azul era tu espíritu cordial -no el necrófago demonio
electrificado, sino un guardián, solícito.

En el foso del rojo
te escondías de la blancura de hueso de la clínica.

Pero la joya que perdiste era azul.  

Ted Hughes
(de Cartas de cumpleaños)

23 noviembre 2012

La llegada del minotauro.

Bromeamos: Varou-fáker. Le digo ¿Puedes poner cara como de "le tengo muchas ganas a este libro"? La pone. Primero leí a Yannis y ahora a Yanis. En último encuentro algo extrañamente poético. Algo difícil. Muchas metáforas. Introducción. Sorpresa. Necesidad. Una cita. 

El filósofo alemán Schopenhauer nos reprendió a nosotras, las humanas modernas, por engañarnos creyendo que nuestras creencias y acciones están sometidas a nuestra conciencia. Nietzsche coincidió con él al sugerir que todas las cosas en las que creemos, en cualquier momento dado, no reflejan más verdad que la del poder de otro sobre nosotras. Marx metió a la economía en la estampa, reprendiéndonos por ignorar la realidad de que nuestros pensamientos han sido secuestrados por el capital y su ansia acumuladora. Por supuesto, aunque sigue su propia y férrea lógica, el capital evoluciona inconscientemente. Nadie diseñó el capitalismo y nadie puede civilizarlo ahora que va a toda máquina.
Tras evolucionar sencillamente, sin consentimiento de nadie, nos liberó rápidamente de formas más primitivas de organización social y económica. Generó máquinas e instrumentos (materiales y financieros) que nos permitieron apoderarnos del planeta. Nos permitió imaginar un futuro sin pobreza, donde nuestras vidas ya no están a merced de una naturaleza hostil. Pero, al mismo tiempo, al igual que la naturaleza produjo a Mozart y al sida usando el mismo mecanismo indiscriminado, también el capital produjo fuerzas catastróficas con tendencia a provocar discordia, desigualdad, guerra a escala industrial, degradación ambiental y, por supuesto, crisis financieras. De un tirón, generaba —sin ton ni son— riqueza y crisis, desarrollo y privación, progreso y atraso.
¿Podría ser entonces que el crash de 2008 no fuese más que nuestra oportunidad periódica para darnos cuenta de hasta dónde hemos permitido que nuestra voluntad esté subyugada al capital? ¿Acaso fue una sacudida que debía despertarnos a la realidad de que el capital se ha convertido en una «fuerza a la que debemos someternos», en un poder que desarrolla «una energía cosmopolita, universal que quiebra cualquier límite y cualquier vínculo y se presenta como la única política, la única universalidad, el único límite y el único vínculo»?
Yanis Varoufakis

20 noviembre 2012

Glaciares calientes (o bien: un post sobre la temperatura en la voluntad lectora).


Ayer, mientras ultimábamos la botella de Blanc Pescador que religiosamente consumimos en esta casa, día sí, día también, día no, o viceversa, Ibrah y yo tuvimos una conversación que no ha dejado de aparecer en mi mente durante la lectura de Glaciares, la primera novela de la autora Alexis M. Smith que Alpha Decay viene de publicar.

Fue Ibrah el que hacia la mitad de la cena comenzó esta charla a propósito de ese momento en el que “la madurez del lector” choca con “la madurez del narrador”, poniendo como ejemplo dos casos bien cercanos —nosotros mismos—, y refiriéndose especialmente a cómo asumimos nuestras obras primerizas en relación a los sentimientos que estas contienen, pues todos ellos están enfrentados, y cómo, a lo que después nos ha interesado hacer, crear, investigar, sentir, leer. No ha pasado tanto tiempo desde que termináramos de escribir nuestros primeros libros —apenas tres años—, pero hemos notado lo difícil que nos resulta a veces hablar de un Fresy cool o de un Poetry is not dead si no es desde la ternura que estos textos nos provocan hoy. Sin embargo esta ternura no tiene tanto que ver con el estilo, ni con la repercusión, ni con las críticas que recibieron... como con las problemáticas que allí se expresaban y con el hecho de que, pasado un tiempo, pueden parecernos sin duda “una cosa de niños”.

Nada nuevo bajo el sol, diréis, y es verdad, aunque es interesante reflexionar sobre ello en nuestra calidad de lectores y no desde el punto de vista creativo. ¿Por qué, por ejemplo, me interesa más —y aunque ambos me gusten— aquel cuento de Gonzalo Torné sobre las parejas —el matrimonio, la fidelidad, el tiempo, los celos—, que la forma en que Carlota Moseguí retrata las relaciones –desquiciadas, jóvenes, alocadas— en su nuevo cuento? Y no hablo de la calidad, ni de que el primero sea un novelista experimentado y la segunda una principiante. Lo que aquí me hace sintonizar más con un relato que con otro es mi propia experiencia ante los problemas morales que cada uno investiga. Un asunto de madurez que nada tiene que ver, a veces, con la edad del escritor, ni con la del lector. Es algo que va más allá, e Ibrah lo demostró con otro ejemplo que da la vuelta al anterior. Pensemos, dijo, en Anne Carson y en Maite Dono y en sus poemas sobre los celos, el desamor o la respectiva ¿belleza? de sus respectivos maridos. Carson elige la contemplación, la frialdad, el cuchillo silencioso pero afilado. Dono elige la explosión, la granada de mano, la sangre que salpica al lector. Dos posturas ante un mismo tema que puede parecer ridículo, ¡los celos!, dos posturas que pueden satisfacer más o menos al lector y ante las que Ibrah se aventura a juzgar: bien a la primera, mal a la segunda. Como dije antes: es sólo cuestión de voluntades. El autor literario es aquí un termómetro y al lector le corresponde elegir su temperatura predilecta.

Llegados a este punto, vuelvo al origen del post, y a Glaciares. Lo cierto es que no sé si me ha gustado. No sé. No sé. Yo creo que sí. Al menos lo suficiente como para haber querido reflexionar sobre algunas de las cosas que la autora me ha aportado. Bien, Alexis M. Smith no es tan joven. Ya no lo es. Sin embargo su libro podría considerarse juvenil. Muy ingenuo. Una historia sobre el descubrimiento del placer por la lectura, el amor que uno siente hacia las cosas bonitas, los recuerdos de la infancia y todas esas cosas que en ocasiones resultan demasiado cursis, y no porque así lo sean, sino por el modo —esa emoción desmedida— con el que la autora nos habla de Isabel, su extraña protagonista.

El principal problema de Glaciares, en relación con todo lo anteriormente dicho, tampoco se encuentra en su temática, ni en su trama, ni en sus personajes... ¿cuántas veces hemos leído sobre lectores, cuántas veces los escritores han escrito sobre escribir? (¿Y cuántas sobre amor, y sobre muerte, y todos esos grandes temas... acaso importa?) ...sino en la temperatura sofocante que Alexis M. Smith ha elegido para su termómetro. Un calor, sin embargo —y aquí es donde quería llegar por fin— entrañable. Amable. Gracioso. Un calor que evoca aquella ternura sobre la que Ibrah y yo conversábamos ayer por la noche. Un calor que convierte este pequeño relato en una obra bonita, de esas que a veces queremos que pasen por nuestras manos porque nos recuerdan aquella idea de la Literatura que teníamos cuando comenzamos a coleccionar libros... y qué curioso, pues de eso va Glaciares. De eso van las primeras obras. A eso huelen y así calientan. Por eso son tan importantes. Por eso, tan complicadas de juzgar.

18 noviembre 2012

Cuarenta y ocho horas en Lisboa (2): pensao amor, fábulas, sea me, sex.

(Versión en color)










Ahora ya nos quedamos aquí, como en las manos quedan manchas amarillas de polen
cuando se cortan flores en el jardín al atardecer, muchas flores
para los jarrones del comedor y los dormitorios de los muertos
como el polvo del camino que se cuela por la verja y espolvorea los tallos
como unos cuantos bichos alados o desalados,
y unas cuantas tibias gotas de rocío,
como esas arañas finísimas e inevitables
que anidan entre las flores, y cuando se apaga el rojo ocaso en los cristales
se tiene la sensación de un cuchillo afilado que se arroma
por la sangre y la leche de las flores -una extraña sensación, mezcla
de terror y asesinato- una belleza ciega, amable, aromática e infinita,
una ausencia desnuda. Así es. Todo nos ha abandonado.
Yannis Ritsos

Aeropuerto de Lisboa. 5.00 am. Ciudades hechas de carroña (decía). Hermosa carroña es el mar. La paloma que lame al marinero el empedrado el estómago guarda peces y no nos sentimos mal porque es irremediable la finísima lluvia. El finísimo color. Hacemos sexo inevitable carroña las ciudades con gaviotas son ciudades hermosas porque no temen caer rodar por el empedrado donde pisaste la raspa. Donde criaste las raspas. Ciudades hechas de manchitas y amapola. Mano envejecida. Mano y poema. Agua. 

Cuarenta y ocho horas en Lisboa (1): rush vino verde soja nata.

(Versión en blanco y negro)











Las ciudades quieren ser carroña
por eso
peces en el estómago: hemos roto la dieta para ser marineros:
sabemos mirar
pero no sabemos qué es el descanso.
...
(más)
...

15 noviembre 2012

Nos vamos a Lisboa de luna de miel: mientras tanto yo leo a Ritsos, mientras tanto deseo su virtud.

[...]
Es curioso que, en medio de todos estos cambios,
estas alteraciones, estas reordenaciones, como
suele decirse,
sólo quede, distinguiéndose nítidamente por encima
de todas las muertes,
el cuerpo humano, desvalido, ignorante, inamovible,
prodigioso. Creo
que la única belleza es la ignorancia; la única
virtud -la juventud-
¿cuánto dura? ¿cuánto duramos? Se renueva, me 
dirá,
con las generaciones venideras -no para nosotros,
no para nosotros-, ¿cuál es, entonces, la
renovación?
[...]
Yannis Ritsos

14 noviembre 2012

Mitologías, espejos, coños.

Laia Arqueros

Quiero que los poetas tengan miedo a la inmortalidad y a la permanencia. 
David Meza


No conocía el rostro de Ismene, pero conocía su sexo. No conocía la poesía de Yannis Ritsos pero conocía sus templos. Ritsos nos habla de un espejo, de un reflejo que es la hermana culpándose a sí misma de ser sólo hermana. Los muertos (dice) usted lo sabe, ocupan mucho espacio. Que temo el paso de los ratones porque es el paso sigiloso del tiempo. Mejor, pues (dice) ni gobernar ni ser gobernado. El día de la huelga  un poema se dibuja en griego. Y yo vagando. O leyendo. ¿No es lo mismo? Siempre mirando hacia la oscura esquina del espejo. 
[...]

10 noviembre 2012

"Quiero que mi nacionalidad sea la vida".



Estoy naciendo. La ciudad, ecoastronómicamente política, está orgullosa. Yo estoy orgullosa. Estoy naciendo –hoy, 37 de junio de 1399– estoy naciendo. Del pecho del mundo brota una golondrina de colores. Dios le toma el pulso a mi madre. Dios se ha enamorado de mi madre. Dios besa a mi madre. Dios toca el seno blanquísimo de mi madre. Recuerdo mi vida. Naceré sobre una pradera de balas. Creceré con un traje de marinera, pero nunca conoceré el mar, y cuando lo conozca lo negaré, diré que esa gaviota de arena espuma y agua no es el mar, que el mar es un astro de órbita líquida que al mirarlo te devora el alma. Nací triste. Nací feliz. Nací cemento. Ya no quiero decir nada. Nací humillada. Crecí humillada. Morí humillada en un campo de martillos. Tengo las células de estambre y el abecedario se me desliza como una serpiente de tinta por las piernas. Naceré, creceré, aprenderé a volar y me arrancaré el pico de tanto golpearlo contra las rocas.
David Meza
(de El sueño de Visnu)