Hace
cinco septiembres se suicidó nuestro escritor favorito, aunque aún
yo no sabía que aquel hombre robusto, difícil y colgado sería
nuestro escritor favorito, de hecho, ni siquiera lo es, pero desde
septiembre de 2008 hasta la fecha su nombre estuvo (y perdón por lo
cursi de la frase) tan presente en nuestras vidas como la misma
palabra amor.
Nuestra
primera cita (documentada, más o menos, entre las páginas 115 y 122
de Fresy cool)
tuvo lugar justo veinte días después de que David Foster Wallace
decidiera ahorcarse. Así, cuando al fin nos encontramos (y después
de haber cruzado unos cuantos emails y llamadas formales de Alcalá
de Henares a Puerta de Toledo) una de las primeras cosas que me
dijiste fue: ¡Qué
pena lo de Wallace!, y
yo: ¿qué pena lo de
quién? Por aquel
entonces mi altar literario estaba conformado por una lista de poetas
que probablemente tú detestabas: José Ángel Valente, Charles
Bukowski, Catulo, etc. Cuando mencionaste el nombre de David Foster
Wallace yo jamás lo había escuchado, y cuando continuaste hablando
de su fantástica prosa, de sus magníficas y ideas y de su gran
importancia, yo no hice otra cosa que aburrirme (y avergonzarme),
pues apenas me interesaba todo aquello que me contabas durante
nuestro primer y extraño encuentro en el centro de Madriz.
Era
octubre de 2008, yo aún tenía 17 años y muchos pájaros en la
cabeza, y sin embargo la curiosidad me picó. La curiosidad por ti, y
la curiosidad por David Foster Wallace. Comenzamos entonces a quedar
cada semana. Comenzamos a enamorarnos (un poquito) el uno del el
otro. Comenzamos a leer lo que el otro leía. Y comenzó a
apasionarme lo que a ti te apasionaba... pero tuvimos que esperar a
febrero o marzo de 2009 hasta que yo me atreviera a leer a aquel
autor. DFW me daba mucho miedo porque sabía que comprender su prosa
me resultaría complicado. Tú hablabas y hablabas y hablabas de él
(e incluso tu narrativa, con la que más o menos por aquel entonces
empezaste a jugar, se parecía muchísimo a todo lo que de DFW me
contabas) y yo no quería ser menos. Me atreví primero con La
niña del pelo raro y
Extinción (me
fliparon porque eran distintos a todo lo que había leído hasta la
fecha). Con
el tiempo lo demás. Lo que ya sabes. Lo que he ido contando en este
blog a través de unos 64 post que ahora selecciono, te recuerdo y
celebro:
- La primera vez que hablé de él y dije que me abrumaba. Leer a DFW era como tener una hiperglucemia, de ahí la referencia a sus Delitos! (Aquí)
- Cuando estaba triste, me hacía fotos en el baño y recuperaba sus citas más tremendas. (Aquí)
- Me obsesioné con el “rostro expresivo”, marca que luego aparecería tantas veces en el blog, en mis poemas e incluso en Exhumación (Aquí)
- El verano en Retamar, durante el cual casi termino La broma infinita de una sentada. Era horrible llevarse ese libro a la playa. (Aquí)
- Te compré Oblivion en Munich. (Aquí)
- Cuando te agradecí todas las nuevas lecturas que me habías enseñado (Aquí)
- “Toda mi vida he sido un fraude”, esa frase de DFW que te tatuaste en aquella tarde maravillosa de tinta y sangre (Aquí)
- Una montaña entera con sus libros, si los juntásemos a los que ahora guardamos, sería el doble de alta. ¡Tenemos hasta tres ejemplares de La broma infinita! (Aquí)
- Empecé a trabajar en Random House Mondadori también durante un septiembre (hace ya dos años de eso) y me traje este librazo de la oficina. Tú ya lo habías leído en inglés. (Aquí)
- También te hice una entrevista, y charlamos sobre él (Aquí)
- Hice un chiste con “La escoba” de su sistema (Aquí)
- Su nombre apareció en La tumba del marinero. Y le otorgué un cáncer. (Aquí)
Por
todas estas cosas me da mucha rabia cuando dices que ya no te gusta
David Foster Wallace, o que ya estás cansado de él. Porque sin sus
libros no seríamos lo que somos. Porque sin él la historia sería
distinta... no sé. Es posible que exagere. De hecho ayer me reí
mucho cuando por la noche, en la cama, yo leía la biografía de DFW
que Debate acaba de editar (Todas
las historias de amor son historias de fantasmas,
de DT Max) y tú apareciste en la habitación con tres poemarios de
Lorca, Rilke y Catulo. Hace cinco años habrías sido tú el pesado de la
biografía y yo la pesada de los poetas clásicos. Hace cinco años, cuando
a él le quedaban pocos días para acabar con su vida, y a nosotros
un mes para conocernos. Casualidades así me hacen muy feliz y hasta
me dan miedo. Pero qué te voy a contar si todas las historias de amor son...
En
fin.
Qué
cosas.