Continuamos con este pequeño ciclo dedicado a tres jóvenes poetas desbordantes: Arturo Sánchez, David Meza y Al-amin Emran. Hoy contamos con un fragmento inédito del que será el Libro III de El Sueño de Visnu, de David Meza (próximamente en El Gaviero Ediciones). Para los que no conozcan al poeta mexicano: una introducción. Para los que esperamos con ansias su nuevo volumen: un regalo.
*
Bajo
el horizonte un muchacho con lágrimas en los ojos dice que el tiempo
no existe. El tiempo toma su sombrero y se va como un ave entre
las ramas de la medianoche. La cuerda se ha detenido, y el agua
del lavabo ha hecho de la casa un litoral donde los tiburones entran
y salen de los cuadros en busca de más estrellas, un litoral
donde las ballenas saltan y se revuelven entre las
constelaciones, donde el cadáver de los cetáceos se transforma en
polvo cósmico y arena; un litoral donde los delfines
convirtieron la literatura en arrecifes y corales. Alguien
ha dejado de dar cuerda a nuestra casa y las escamas del reptil se
incrustan en un sueño. Todo quedó revuelto. El siglo XVI tomó
la forma de un barco negro encallado en la arena. Un muchacho
salió del barco y dijo “Algunos hombres nacen más pájaro que
hombre” y se fue volando. Entonces, pude escuchar una voz. Era
como un evangelio de tierra entre las manos de otro. Un otro que
llevaba su corazón extendido como la piel de un tambor y que
sabía mi nombre. Pienso que ese otro bien pudiera ser el mago.
El siglo XVII siguió flotando como los planetas en el cielo.
Una vez bajó a mi casa de cuerda y me dijo “Si de alguna
forma pudieses mezclar los sueños con la tinta de los
calendarios, o decirle que le amas a una muchacha mientras un
cometa le atraviesa el pecho; si de alguna forma pudieses revolver
la música con las piedras y el agua con el pensamiento, si
pudieses volverte noche, o volverte día para llenar el vacío
de la muerte con las piedrillas del amor; entonces, quizá, tendrías
lo necesario para empezar un poema”, y se fue. El siglo XVIII
tomó la forma de una casa. De ella salió una zorra con la cola
pintada de arcoíris. La miré fijamente a los ojos y me dijo “Si
le abrieses la frente a un niño con un cúter te encontrarías
con el mar”. Luego salió una tortuga. “Una canica que rueda
y empuja a la otra nos enseña el milagro de la infancia”, fue lo
último que se escuchó antes de que la tortuga desapareciese en
un destello de hojas. Finalmente, salió un muchacho con todos
los continentes dibujados al pecho. Me miró a los ojos, y cerró
la puerta. El siglo XIX conservó la forma de un científico.
Tomó todos los planetas y los hundió en una hoja. Luego
acarició el agua de su curso. Tomó todas las palomas del cielo y
las metió en un libro. Tomó todas las nubes de la noche y las
guardó en su boca. Luego se quitó la piel y la puso en la rama
de un árbol. Y es que todo quedó revuelto. Los Beatles saltaban de
cometa en cometa hasta volverse aire. Cuando Harrison cantaba
Hare Krisna una rosa negra se abría ante la mañana. Todo quedó
revuelto. El mar empujaba las piedras de la playa hasta mi cama,
el viento esparcía mis cabellos hasta el otro lado del mundo,
un muchacho con escopeta le disparaba a la noche, y un niño se
paraba a la orilla del sueño para comerlo. Todos los mares quedaron
quietos. El tiempo cobró su cordura. El tiempo cobró su locura. El
tiempo cobró su hiladura y nos dejó prendidos a una estrella.
David Meza