Nos gusta sentarnos en los bancos del parquecillo, vamos todos los recreos a fumarnos un cigarro y a hablar de nuestras cosas. El otro día mi amiga Marina me contó que Laura, su hermana, está insoportable últimamente,
“desde que cumplió trece años no para de comprar revistas para adolescentes, a veces nos peleamos y me dice que mis amigas y yo nos creemos muy listas, muy revolucionarias, y que hablando de política no cambiaremos el mundo”. Marina me hizo pensar en mis trece años, entonces no me preocupaba demasiado la política (prefería chicos guapos y pintauñas). Los trece años fueron una época extraña: guerra de Irak, manifestaciones, atentados en Madrid, el sufrimiento de todos los que me rodeaban; quizá fue aquello lo que me llevó a aprender esos gritos de libertad que muchos cantábamos. Ahora me parece triste haber conocido el mundo de aquel modo.
El otro día, después de clase, volví a casa y me senté a comer con mis padres. En la televisión estaba otra vez Rajoy, diciendo que eso del cambio climático era una tontería.
Hay cosas más importantes, dijo,
no podemos cambiar el mundo.Me resultaron curiosas sus declaraciones, sobre todo pensando que horas antes una niña de trece años pronunció esas mismas palabras casi como una premonición. Imaginé con escalofríos a Laura y Rajoy tumbados en el suelo de una habitación cerrada, entre posters de estrellas de Hollywood y canciones pop. A Laura aún le queda tiempo para disfrutar de la vida mientras la descubre. Sin embargo Rajoy está ahí arriba, con la pretensión de hacernos olvidar lo que verdaderamente nos trajo aquí.