31 enero 2012

Drógate conmigo.

Kallocaína ha llegado al mundo, así que inyéctate conmigo: dirás la verdad. Dirás: la verdad.

29 enero 2012

This is Barcelona.

-No fue un acto impulsivo; sé que tu poeta va por ahí hablando de mí, sé en qué ciudad vivo, una comunidad sin peso real que se desvive por los aderezos picantes de quién se acuesta con quién,  por añadir algo de sarna a las fotografías de los vecinos. Todo quisque se echa sus horitas en despachos y oficinas, pero es sólo un interludio de la actividad propiamente dicha, la amalgama de copas, idioteces, actos culturales, transacciones, apuestas, drogas, sadomasoquismo chic y apologías de la bisexualidad liberal. Ahí tienes el secreto de Barcelona, es tan medularmente hortera y provinciana y el clima es tan suave que todos esos turistas maquillados de salmón vienen y vuelven convencidos de que les escamoteamos algo. 
Gonzalo Torné

26 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy cool: última parte.



[...]


LM: ¿Y el amor? ¿Cuánto amor hay en esta novela?

AJR: Se me ocurre que una de las líneas narrativas de la novela pasa por el trayecto que media entre que los protagonistas se conocen y el punto final de la ficción, donde naturalmente se encuentran en un lugar muy distinto. Veo ahí un desarrollo como de juego de arcade (otros dirán que el juego de la relación es más bien un rol), en donde, a mi juicio, todos los problemas o retos que se les plantean a los protagonistas tienen un origen sociocultural, así hablemos de celos, espacios compartidos, vacilaciones, infidelidades o hasta de paternidad. En ese sentido siempre me ha interesado desmontar la construcción de subjetividades en función de la cultura que uno consume, ya hablemos desde el discurso neorromántico o del liberal; y cómo ésta te enseña, las más de las veces mal, a relacionarte con el otro. 

LM: ¿Y el sexo? ¿Y la sexualidad?

AJR: Imagino que se trata de un subtema derivado del anterior. Todo es cultural. 

LM: Y… ya casi para terminar me gustaría que nos contaras un poco por qué eres tan gracioso. Yo me he reído muchísimo leyéndote. Siempre me río mucho contigo, en general, por eso TE AMO, entre otras cosas. Háhá. ¿Crees que hace falta más humor en nuestra literatura? ¿Por qué crees que los literatos son tan serios? ¿A quién le copias los chistes? ¿Con qué escritores te has reído últimamente?

AJR: En España hay una serie de autores con los que me he reído muchísimo: desde los cervantes, quevedos, mateosalemanes o poncelas a contemporáneos como Calvo, Fernández Porta o Mal-herido. Pero es verdad que, en líneas generales, y al menos en cuanto a literatura contemporánea se refiere, da la sensación de que no tenemos mucho que hacer con británicos o estadounidenses. Por lo que a mí respecta, imagino que debe ser una cuestión de tono, y que cada autor encuentra cierta predisposición a la comedia o la tragedia. Muchas veces intento decirme: “venga ya, vamos a ponernos serios”, pero al final acabo aburriéndome. Prefiero la sátira y la comedia. Y me gustan los escritores cachondos (imagino que aquí se encuentra parte de mi rechazo a la poesía como género: pues ellos parecen ser aún más serios que los novelistas). Y por ello, y siendo como es la risa un asunto especialmente delicado, siempre me pone de muy buen humor que alguien considere divertido algún texto mío. Casi me atrevería a decir que la capacidad de hacer reír al lector es uno de los éxitos que más valoro en un autor.  En cuanto al último libro con el que me carcajeé: una colección de ensayos de Kevin Smith.

LM: Después de todo esto –puedes ser sincero, llegados a este punto ya no nos está leyendo nadie- ¿estás contento con el resultado? ¿Te gusta tu novela? Y entonces, ahora… ¿qué?

AJR: Rayos. Creo que ha llegado el momento del discurso laxo.
No recuerdo literalmente la cita, pero en alguno de sus ensayos Pamuk cuenta que todo autor fantasea con su primer libro, la edición, la portada, y todo lo demás. A mí en verdad no me ha ocurrido exactamente así. Nunca he sido bibliómano. Y si sigo interesado en hacer ficción es porque para mí, lo importante en la escritura de una novela no es Ítaca, diría el proverbio, sino el camino.
Naturalmente recibir los ejemplares está muy bien, pero se trata de una felicidad de una magnitud diferente al instante en que uno pone punto final al manuscrito, acontecimiento que en este caso ocurrió alguna calurosa madrugada durante el verano de 2010. Entonces estábamos en aquel piso de Puerta de Toledo, y  pasé por un interminable mes de esprint final quemándome las pestañas frente a la luz blanca del ordenador, yéndome a dormir a las nueve o diez de la mañana y levantándome pasado el mediodía. Como te digo, es en ese momento en que te encuentras tú solo con tu documento word cerrado, terminando de revisar la última versión, donde se acaba la aventura de la novela. Eso sí que es un subidón. Y no el speed.
Dado que el libro salió de imprenta hace unas semanas y algunos amigos míos ya lo tienen, en este tiempo me he dado cuenta de que, casi inconscientemente, a toda costa he intentado evitar hablar de él. Además de que me resulta un poco autohumillante tocar el hombro de la gente para decirle, con un gesto como de Buddy Christ: “¡Hey!, ¿te moló?”, la verdad es que no sé hasta qué punto me pueden interesar las críticas. Porque supongo que tanto si los lectores la detestan, les divierte, les parece bien o mal, detectan errores o aciertos, en realidad esa sensación, supongo, sólo puede ocurrir en una proporción menor a lo que yo he experimentado en ese trayecto. Fresy Cool es un libro que he detestado horriblemente y me ha parecido una genialidad en otras ocasiones. Todo el que ha escrito una novela sabe esta sensación. Semejantes delirios de grandeza y hundimientos de ánimo hacen que uno mismo conozca todo el abanico de posibles reacciones cutáneas a la lectura de su propio texto, y alguna sombra de semejante ciclotimia, imagino, es lo que al final llegará al lector. De ahí lo que te comentaba antes sobre ese cierto desinterés (al menos de momento; quién sabe si ahora que el libro está en librerías me volveré un paranoico ante las críticas) en cuanto a las reacciones de los lectores.
Seamos sinceros. Si alguien me dice: “Fresy Cool es la leche de buena, repámpanos.”; o si por el contrario creen: “Chico: vaya papilla mala”; o incluso si optan por algún moderado término medio, pulgares arriba o abajo; yo, en mi fuero interno, no podré evitar pensar: “Por ahí ya he pasado yo.”
Y todo eso, naturalmente, mientras me distraigo pensando en proyectos por venir.
Es lo que hay. 


[FIN]

Para saber más...

24 enero 2012

Bluebird y otros tatuajes: tinta y sangre.

Llevo un tiempo anunciándola y cada vez está más cerca: la publicación de Bluebird and Other Tattoos en Scrambler Books, una editorial estadounidense que me encanta y a cuyo editor, Jeremy Spencer, le estoy muy agradecida por su esfuerzo y dedicación (además de ser el editor es el traductor de esta selección de poemas 2005-2011, algunos publicados y otros inéditos que aparecerán en los dos idiomas). La portada es de Betty Blue. Y bueno, ya os iré informando de más cositas... Gracias.

22 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy cool: tercera parte.




[...]
LM: Fresy cool es una novela de campus a lo Patricio Pron o Roberto Bolaño, pero también es una sátira sobre el Hombre de Letras Moderno, una enorme crítica literaria –hacia la narrativa contemporánea-, una burla contra los poetas, contra el asqueroso estado del periodismo en nuestro país, sobre el horror de la Universidad… una primera novela sobre la primera novela, una guía del Buen Moderno pero también una crítica feroz a la hipocresía de la Modernezzz y de la Moda, y, también, un retrato sobre lo que es crecer –la superación de la adolescencia- o, como diría DFW: el “Mundo Adulto”. Nos hablas de todas estas cosas. De todos estos temas ¿cuál crees que impactará, preferirá o tratará el lector de tu novela? Ah. Y algo muy importante. ¿Quién crees que será el lector de tu novela? ¿Tienes en mente a un lector tipo? ¿Determinado por qué edad? ¿Te interesan los lectores de tu edad? ¿Escribes para ellos?

AJR: A mí me da que imaginarse a un lector tipo implica, supongo que sin quererlo, sostener cierta actitud sectaria, sesgada y equivocadamente parcial de lo que es la experiencia de lectura; si de antemano uno sospecha que mezclando equis ingredientes atraerá a un predeterminado perfil psicológico, entonces se revela como alguien que desde el principio restringe sus posibilidades de disfrutar el texto. O dicho de otra manera: me da la sensación de que si alguien tratase de establecer un perfil a partir de aquellas lecturas que me gustan y aquellas otras que he detestado, en ese caso encontraría un carácter preocupantemente esquizofrénico, inestable y neurótico; y quiero creer que la patología no es sólo mía. Más allá de todo eso, pienso que si hay una virtud über alles en una primera novela, ésa es la sinceridad, precisamente porque nunca se te ocurre pensar en términos de: “eh, esto va a pasar por la cadena de la industria del libro, igual hay que mimar más al lector”. 


LM: La juventud, ahhhh diviiino tesssoro de precariedaddd y mal gusssto. ¿Te consideras “escritor joven”? ¿Te consideras parecido a tus contemporáneos? ¿Es que tienes contemporáneos? ¿Qué compartes con Aixa de la Cruz, con Tao Lin, con Miguel Espigado, con Julio Fuertes, con Ben Brooks, con Ernesto Castro, con Unai Velasco, CONMIGO? ¿Hace falta compartir algo? ¿Hace falta reivindicar algo?  No sabría comparar Fresy con nada. Quizá un poco de Javier Calvo por aquí, otro tanto de Eloy Fernández porta por allá y otro de Foster Wallace y Bolaño como guinda. Pero nada tan descarado como para decir que te pareces Mucho a ellos. ¿Crees que la crítica te va a dar muchas leches? ¿Crees que vas a joder a muchos lectores? ¿Crees que vas a animar a que más jóvenes escriban o publiquen? ¿Cómo asumes tu publicación en un sello como Mondadori? ¿Es un puto sueño? O bien, la confirmación de que estamos VIEJOS y de que los círculos se cierran, pues ¿no eres tú uno de esos muchos lectores que desde hace siete años para acá se vienen formando exclusivamente en su catálogo? Qué bonito esto último. Qué curioso ¿no?

AJR: La pregunta atrae un par de monolitos que en gran medida articulan la prensa cultural pero también la universidad: novedad y generaciones. Es inevitable que cada nueva hornada de autores venga condicionada por una coyuntura sociocultural anterior a la de sus predecesores, pero esto mismo puede aplicarse a los autores como voces independientes. Ya he comentado en alguna ocasión que lo generacional y lo nuevo no me interesan mucho; no creo en ello; apenas concibo estos conceptos como reclamos publicitarios para críticos y periodistas, aunque también para académicos. Y de igual manera que no se me pasaría por la cabeza ir descartando individuos en función de su (redoble de tambores)novedad u originalidad —y por extensión: de ellos no espero que vayan por delante de mi tiempo, sino que me permitan de algún modo interactuar—, así me sucede con los textos. Ante todo me inclino a leerlos como individualidades o sujetos independientes, con sus demonios, sus referentes, sus gustos y su personalidad propia. Nunca me he planteado un enunciado del tipo: “voy a escribir algo nuevo, algo generacional”; me limito a hablar de las cosas que me gustan, que coincidirán con y diferirán de los fetiches de mis contemporáneos y no contemporáneos.
Sobre autores de mi edad, no sé si es que hemos escarmentado del tratamiento mediático que se le ha dado a los que llegaron antes que nosotros, y por eso, tal vez, nos esforzamos bastante en atildar las diferencias antes que los parecidos, pero lo cierto es que no hay conciencia grupal más allá de los lazos de amistad. Me gusta el trabajo de alguna gente que has mencionado arriba, y muchos de ellos son amigos míos, pero me gusta aún más que mi relación con ellos ante todo se base en el debate. Nos lo pasamos bien así. Supongo que habrá quien crea que aquí sólo hay un festival del amor recíproco, pero no.
Sobre Mondadori: sí, es verdad, qué voy a decir. Una parte muy importante de mis lecturas contemporáneas se deben a su catálogo.

LM: Ahora algo un poco más suave. Háblanos de música y de cine. Háblanos de tus influencias, pero no sólo literarias, de hecho las literarias dejémoslas a un lado. Háblanos de rap, de electrónica, de skate, de comida turca, de qué te inspira y qué te obsesiona a la hora de escribir.

AJR: El rap. El rap es una influencia importante tanto en forma, ética y subjetividad. En forma porque por lo común se trata de un discurso, digámoslo así, anarrativo: no hay tramas ahí, sólo una sucesión de frases que encajan, lo cual, en ciertas ocasiones, es un procedimiento que me interesa: hacer avanzar la ficción sin una noción muy clara del horizonte. En cuanto a su ética, cierto tipo de rap propone, conscientemente o no,  un ideario moral (y aquí respondo a tu pregunta primera sobre Fresy Cool como novela moral) que yo suscribo; ese ideario —por lo demás, muy propio de un capitalismo en estado de gestación— pasa por: defensa del grupo primario (familia, amigos), meritocracia, trabajo, conciencia de y respeto a las jerarquías, noción del juego (ganas o pierdes, y ambas cosas hay que aceptarlas), estética del parvenu, etcétera, etcétera. Esto no tiene nada que ver con la imagen del rapero pimpín mediatizado —el mismo del que se burlaba Percival Everett en X—. En cuanto a la subjetividad, el rap me interesa por: a) los grupos y solistas de rap sueco que me gustan (y el rap sueco es un mundo aparte) me dan buen rollo; b) los grupos de rap alemán que me gustan dan un mal rollo igualmente impresionante, y ninguna expresión artística ha dado cuenta de la agresividad, la frustración y la violencia del individuo como el rap; y c) la literatura y el rap son actividades con un trasfondo muy competitivo, con la salvedad de que la literatura se esfuerza mucho en disimularlo, mientras que el rap no.  Ambas expresiones artísticas han avanzado con un transfondo similar pero con discursos diametralmente opuestos. 
El skate. Que en la portada salga un tipo haciendo skate me entusiasmaba porque, dejando a un lado las referencias a la cultura urbana que pueda haber en Fresy Cool, ser espectador de este espectáculo te devuelve a la experiencia romántica de la obra fracasada. Ahora en Barcelona me gusta sentarme en el C3Bar y ver a la gente patinar; tanto si la pirueta les sale bien como si acaban comiendo cemento, en ambos casos es un espectáculo. Y ésa fue para mí la experiencia de la escritura de Fresy Cool. A veces comía cemento y a veces—creo—la pirueta salía bien, pero siempre me divertí con ello. 

[...]

*
(Ya queda menos para el fin de la entrevista y para que puedan encontrar Fresy cool en las librerías, yeah)

La droga de Karin Boye.

Kallocaína.
Con prólogo de una servidora.

17 enero 2012

Los inmortales, aquellos buenos muchachos.


Cuando mencionas a Manuel Vilas siempre sale alguien que dice “qué buen tío”. Y es que es cierto. Todo el mundo lo sabe. ¿Manuel Vilas? Este buen tío. ¿De Zaragoza, no? Más o menos. Sí. Qué buen tío. Cómo son los de Huesca. Qué bonachón el tío. Sí. Sí. Y entonces me pregunto ¿cómo es que en un mundo tan hostil como el de la literatura puede existir alguien como Vilas? Qué razón tuvo al autodenominarse Santo. Su palabra trae la paz. Su literatura: la felicidad eterna. Pues es curioso cómo al leerle uno también piensa “joder, qué buen tío”. Y así, Manuel Vilas inaugura un género literario que a pocos se les podría aplicar, a muy pocos, de hecho, La Literatura de la Buena Gente.

De Vilas sólo conocía su poesía y algunos relatos. Me gustó especialmente El cielo (DVD, 2000), el resto siempre me ha parecido una variación de los temas y de los problemas aquí anunciados, pero con la cualidad de no hacerse repetitivo ni pesado. Amor (Visor, 2010), su poesía reunida, me la leí del tirón sin rechistar. El Universo Vilas, ese del que tanto hablan sus lectores y críticos, es realmente envolvente, y más ahora que leo su última novela, Los inmortales (Alfaguara, 2012), que es una locura al tiempo que un placer. Como una especie de Kevin Smith a la española (Nueva Jersey es aquí Zaragoza, y Jay y Bob el silencioso son el propio Vilas y Mallo, o Ferré, o cualquiera de sus colegas citados);  como una especie de partida a los Sims, delirante, cuyos personajes tuvieran nombres de grandes escritores –aquellos, los héroes inmortales- y vistieran ropas del futuro, fantasmales, en ocasiones; o incluso como una especie capítulo de Futurama en donde los robots hablan de literatura y el tiempo se detiene en cualquier galaxia para que Kafka, Dante, Cervantes, Stalin o el propio Vilas puedan mantener encendidas conversaciones sobre lo estúpidos que somos los humanos, lo tontos que somos los mortales, lo ridículo (más aún) que sería nuestro planeta, en definitiva, sin los libros.

Manuel Vilas está loco,
-lo intuí ayer-,
y es buena gente,
-lo dicen todos-,
Los inmortales es genial,
remato yo.

16 enero 2012

Manuel Vilas está loco... (y un viaje a la Luna)

La primera dama quiere que los siete poetas escriban un poema a pie de Luna. Quiere siete poemas en siete lenguas que hablen de la Luna en su más plena realidad, en su exactitud completa. Por fin la poesía hablará de la Luna desde la Luna. Ya no habrá metáforas ni símbolos, sino realidad. Tres mil años de poesía que sólo soñaba o inventaba o fantaseaba con la Luna caerán desvanecidos como sombras el mes que viene, cuando la flota de los siete mejores poetas del planeta alcancen la Luna. 
Manuel Vilas

Gossip Girl: "el mundillo literario tiene más de mundillo que de literario".


Lo más probable es que pronto acabemos con el espejismo. Las odas a Internet terminarán algún día, como sucedió con los aviones, la fábrica o las locomotoras. Entonces la red establecerá una relación normalizada con la literatura.
Pablo Raphael

La cita de ahí arriba, la del título del post, es de Carlos Ruíz Zafón (nunca imaginé que mencionaría en mi blog a este autor, pero sí, así es) y viene a su vez citada por Pablo Raphael en su ensayo La Fábrica del Lenguaje, S.A (Anagrama, 2011) que quedó finalista del Premio Anagrama de Ensayo. La cita del título podría resumir, quizá, la voluntad de este libro que para mí no es otra que la delimitación, crítica y comprensión de las actitudes literarias contemporáneas de los escritores en lengua española. Un espacio de reflexión sobre lo que suponen  “las generaciones” (esas turbias ocurrencias de unos pocos o de la prensa  cultural que no hacen más que entorpecer nuestra lectura); sobre lo que supone Internet (especialmente Twitter y Facebook en su relación con la creación literaria, y una llamada a la tranquilidad de quienes parecen obsesionados por explotar  -a veces ridículamente- cada una de sus herramientas y autodenominándose “innovadores”);  o incluso sobre lo que será el devenir de la literatura en español una vez superados –si es que se superan- ciertos vicios detestables y extraliterarios.

Este ensayo me ha hecho especial gracia porque en él aparece casi toda la gente que conozco y con la que trabajo. Gente de la que conozco cotilleos, de la que me cuentan gossips, de la que me dicen cosas feas o incluso gente con la que he llegado a tener malísimas experiencias. Realmente el mundillo literario tiene más de mundillo que de literario. Aquí hay cuatro gatos y a todos les gusta cagar en la arena del otro. Después de algunas semanas estúpidas en las que los celos entre escritores y los malos humos seudotrolleros han vuelto a decepcionarme, el hecho de leer este libro me devuelve cierta esperanza. Las palabras de Pablo Raphael hacia el “mundillo” son puramente “literarias”, y no de “mundillo”. Aquí nadie gana ni pierde. Aquí se muestra el trabajo y las opiniones de cada uno para la búsqueda de un sentido y de una solución ante los problemas que el futuro de la edición y de la creación literaria parecen traernos.

Eso es todo. 

14 enero 2012

La mujer, la lectura y la adolescencia.

Se volcó en a literatura. Buscó libros sobre adolescentes, libros en los que pudiera encontrarse a sí misma y ver reflejados sus problemas. No existían. Leyó todos los libros empalagosos "para niñas" que encontró y los desechó. Comenzó a leer novelas malas, todo cuanto hallaba en la biblioteca que parecía hablar de las mujeres. Lo devoró. Leyó sin hacer distinciones. Jane Austen, Fanny Burney, George Eliot, novelas góticas de todo tipo, Daphne du Maurier, Somerset Maugham, Frank Yerby y John O'Hara, además de ciertos cuentos de misterio, historias de amor y de aventuras execrables. Pero nada la ayudó. Al igual que a persona que engorda porque ingiere comidas que no la alimentan y por eso siempre tiene hambre y siempre está comiendo, Mira se zambullía en palabras que no podían enseñarle a nadar. Le dolía constantemente la cabeza; a veces tenía la impresión de que leía para escapar de la vida ya que al menos lograba evadirse. Sentía la cabeza como la sentiría años más tarde después de fumar tres paquetes de cigarrillos al día. le repugnaba ir a la escuela y a menudo decía que estaba enferma; le molestaba sentarse a cenar sin un libro. Leía en el lavabo y en la bañera; leía hasta altas horas de la noche y, cuando su madre insistía en que apagara la luz, lo hacía bajo las mantas con una linterna. Había comenzado a hacer de niñera y acostumbraba a recorrer a hurtadillas la casa de los niños que cuidaba en busca de libros que tal vez no le permitieran sacar de la biblioteca. 
Marilyn French

12 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy Cool: segunda parte.


[...]

LM: Vale, vamos a divertirnos un poco. Te voy a decir una serie de nombres o situaciones y tú me vas a contar qué tienen que ver con tu novela y por qué, ¿preparado(s)?

AJR:
-Javier Calvo: Bueno, es el mejor narrador español nacido en los setenta, con la trayectoria más solida del panorama. Hay algún guiño a Corona de flores por ahí.
  
-Looptroop: El mejor grupo de rap en Europa. Suelen sonar aquí. .

-Luna Miguel: Si la narratología situase alguna instancia por encima del autor, en el caso de Fresy Coolsería ella. Ya tú sabes.
  
-David Foster Wallace: Sólo hay dos cosas que me interesa tomar de él como narrador: su virtusiosismo estilístico y la psicología de sus personajes. Aunque bueno, estas son sus mayores virtudes, así que sí, en cierta forma es importante.

 -The Secret Society: La mejor banda de Madrid. Grande Pepo. 

-Instituto: “La peña de la clase entonces se reía de mí, y ahora yo vivo, y ellos tienen que sobrevivir, con un jefe, un curro y horarios fool, yo duermo hasta que se me hincha la cara como a Hulk; esta es la mierda, observa: mi estilo es underground pero más publico que Clinton y su asunto con la yerba”, Toteking. Era broma.

-Depeche Mode: Personal Jesus es un motivo importante en la novela.

-Esperanza Aguirre: Partido Pop.

-Popy Blasco: El blog más divertido para estar al tanto de lo que pasa en Madrizentro. Muchas veces, escribiendo con la intención de captar el Madrid de época pensaba en su bitácora como la principal competencia. 

-Zombie Kids: Una institución cultural.

-Barthes: relación de amor odio. Pero los Fragmentos del discurso amoroso fueron una piedra fundacional de la novela.

-Los anónimos de un blog: Me encantan los trolls. Su discurso está muy presente en ambas partes de la novela. Estoy de su parte. A mi manera, claro.

-Jersey de cuello vuelto: el uniforme del hombre de letras. El grado cero de la indumentaria intelectual. No puede faltar en el armario de ningún lector versado.

-Monogamia: Activista pro.


LM: Fresy cool trata muchos temas, pero hay dos que me llaman especialmente la atención dadas las circunstancias sociales actuales. Son los temas de política y religión. Hay algo premonitorio en tus palabras, incluso, pues a pesar de estar escrita hace más de un año tu novela ya presentaba un apocalíptico escenario político centrado sobre todo en Madrizentro. Estudiantes que se manifiestan (me los imagino ahora en Juventud sin futuro), presidentas corruptas (la política de chchs secos que se vierte sobre nuestra capital), e incluso Dios, paseándose extraño ante nuestros ojos incrédulos. Háblanos de todo esto. Dinos en qué se basa tu compromiso.
AJR: Religión. Soy un agnóstico con ciertas inclinaciones creyentes cartesianas/ unamunianas, aunque no rinda culto a ninguna religión. Mismamente, la crítica literaria, la hermenéutica, es una actualización de la interpretación de textos sagrados, y el acto de lectura me recuerda a cualquier grupo de feligreses reuniéndose para comentar textos sagrados. Hablar de libros exige cierto depósito de fe. Los lectores de ficción estamos todo el tiempo hablando de personajes y hechos intangibles, pero existentes, reales; el absurdo de esta situación puede llevar al mismo desconcierto con que un ateo atiende a las costumbres del creyente. ¡Pero si Dios no existe! Bueno, tampoco la ficción, y ahí seguimos rindiendo culto a la literatura. Al mismo tiempo, la ficción y la interpretación literaria sirven para otorgar cierto sentido a nuestras vidas, como la religión. Por todo esto me parece una actualización contemporánea de la fe, y en cierto modo es una postura que quise verter en la segunda parte del libro a partir de ciertas configuraciones narratológicas. Ya, ya me imagino las caras de horror de los lectores ante estas declaraciones, pero es en lo que creo…

Política. Efectivamente, ha sido una mala casualidad que ese Madrizentro regido por el Partido Pop y rancias lideresas políticas que aparece en la novela se haya hecho aún más realidad; ojala no hubiese sido así. De todos modos, y sin perder de vista que ante todo Fresy Cool es una sátira del hombre de letras, en esa segunda parte de la novela, que es donde más se atilda la presencia de la política, una pregunta más o menos constante es la importancia de salvar a la orquesta si el Titanic se hunde, es decir, qué papel ha de jugar la cultura en una ciudad distópica donde la empresa privada ha fagocitado la universidad, y si realmente es ético preocuparse por ello. En la primera parte, en cambio, la absoluta ausencia de interés hacia la política la representa Pleonasmo Chief, un consumidor cultural obsesivo que se jacta de su ética al actuar siguiendo cierto imperativo categórico (“si todo el mundo se comportase como yo, el mundo iría estupendamente”). Con el tiempo hemos comprobado que tal actitud no funcionaba…

LM: Esta visión apocalíptica de Madrizentro ya la mostramos juntos en Exhumación (de hecho, una duda que no sé si podrás responderme es por qué Exhumación no forma parte de este libro, si tanto tiene que ver, ¿o no lo tiene?), pero a lo que iba, esta visión apocalíptica se encuentra sobre todo en la segunda parte de la novela, una parte en la que también abundan las drogas, no sólo como tema, también como “voluntad”, quiero decir, en ocasiones uno puede pensar que ciertas imágenes sólo han podido ser descritas por alguien que escribió colocado de cualquier cosa tan explosiva como un tazón repleto de café y Coca Cola con Red Bull. ¿A cuántas pulsaciones escribe Antonio J. Rodríguez? ¿Qué clase de música infernal escucha Antonio J. Rodríguez? ¿Cuántas veces hace el amor Antonio J. Rodríguez, con las pupilas dilatadas por los excitantes, después de una jornada de escritura? ¿Y cuánto tiene que ver esto en ese mundo fantástico, casi de ciencia ficción que parece ser mostrado poco a poco en Fresy cool?

AJR: Si alguien cree que ésta es otra novela à la Bret Ellis con jóvenes ultraenrollados que se drogan mucho, se equivoca. O al menos las drogas suelen aparecer ligadas a discursos bastante patéticos y penosos por parte de los personajes que hablan de ellas. Hace poco estuve dándole muchas vueltas sobre su presencia en nuestro tiempo a partir de un comentario de Koestler en sus Reflexiones sobre la pena de muerte, cuando habla del Caso M'Naghten. Es en 1843 cuando se dice aquello de que: «todo hombre que se presume sano y además posee un grado suficiente de razón, es responsable de sus crímenes, hasta demostrar lo contrario; y que para establecer una defensa, se debía demostrar claramente que, en el momento del delito, el acusado era afectado por un defecto de la razón, enfermedad de la mente, que no le permitía conocer la naturaleza y la calidad del delito que estaba haciendo, o, si lo sabía, que él no sabía que lo que estaba haciendo, estaba mal». Si a mitad del XIX la locura ya puede eximir de responsabilidades, en nuestro tiempo se me ocurre que gran parte de la gente que conozco, o toma drogas, o han tomado drogas, o toman medicamentos recetados por algún psiquiatra, o los han tomado. O sea, a menudo vivimos rodeados de individuos que parecen robots químicos antes que personas. Algo tenemos que estar haciendo mal para haber acabado así, ¿no? 
Y sí, suelo escribir con cafeína. Casi siempre escribo por las noches, después de cenar, ya sin muchas fuerzas, y esa es la única manera de poder mantenerme hasta pasada la medianoche. Y así me va, amaneciendo hecho basura cada dos por tres… No mola. 

[CONTINUARÁ...]

10 enero 2012

¿Acaso es asco? ¿Cosa de caos?


Era un pañuelo o una palabra: los dos secaban, los dos impedían la entrada... o el frío, o la blanca escayola de esta mirada. O. O O. Todo era O. Todo era Qué. Todo suspensivo (y hermoso, lo dije, vacío, también). Lo críptico nace del Sí. El mundo: de su senectud. 

08 enero 2012

Bad ritual: o leyendo Mortal y rosa.

O sea, que estoy escribiendo solo, a solas, que me ha dejado aquí, convertido en un mecanógrafo. Que ya no hay pájaro o nunca lo hubo. Inútil seguir tecleando. Tapo la máquina y leo lo escrito, o lo rompo. Y a esperar que venga otra vez el pájaro, que no es la ins­piración, desde luego, ni tampoco el Espíritu Santo, sino realmente eso, un pájaro de vuelo e idea.
Francisco Umbral

05 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy Cool: primera parte.


Matías Araoz

He entrevistado a mi novio porque sé que os va a gustar. Estas son las primeras 3 preguntas de otras 11 restantes. Que los Reyes Magos os traigan algo, por Dios.
...

LM: Querido Antonio J. Rodríguez. Tus ejemplares correspondientes de Fresy cool (como sabrá el lector este es el título de la novela de de AJR, escrita entre sus 21 y 23 años, publicada en Mondadori recientemente –sale a la venta el 26 de enero, no desespereís-) decía, que tus ejemplares correspondientes están por toda la habitación y yo ya estoy harta, cariño, así que te voy a hacer esta entrevista y que los críticos y lectores te los quiten de las manos porque vamos a hablar aquí de cosas serias ¿no? Vamos a contarle al lector todas tus cosas serias ¿no? Para empezar, Antonio J. Rodríguez, ¿nos podrías resolver la duda que todos tenemos al abrir este libraco, please? ¿Quién es Pleonasmo Chief, y qué tiene que ver contigo? ¿Y qué tiene que ver con Ibrahím B.? ¿Qué intentas vendernos? ¿Un Roman à clef? ¿Un relato curativo ante tu aparente bipolaridad? ¿Quiénes son esos (a mi parecer) múltiples yoes de tu texto (añado aquí en cierta medida a Djuna –recuerden, protagonista de Exhumación-, a Moschino y a algún otro) y qué pretenden? ¿Por qué a veces hablan en tercera persona, otras en primera y otras en segunda? ¿Cuál es la moralidad de esta novela? ¿Cuál es la moralidad del narrador, y la del autor? Porque, según me has comentado en la cena, “Fresy cool es una novela moral”.  Vaya cacho blurb que nos has regalado, ¿no?

AJR: Lo del roman à clef es un comentario que ya he visto circular por la red y que siempre me despierta simpatías. Mira: empecé la novela a finales de 2008; en aquel entonces estaba a mitad de la carrera de periodismo, no había publicado en ningún sitio realmente interesante, y como todo el mundo que estudia esa disciplina hoy, me encontraba muy nervioso ante el futuro negro que se nos/ me venía encima. En la primera escena de la novela aparece Pleonasmo Chief, un periodista de veintipocos , firmando un contrato laboral fijo, momento (irrisorio e impensable tal como están las cosas) a partir del cual se rompe la fiabilidad. En ese sentido pienso en una cita que le leí a Menéndez Salmón en un artículo: «Toda ficción es el fantasma de un deseo. Uno escribe acerca de lo que teme, de lo que ha perdido o de lo que nunca ha tenido. Pero uno escribe también acerca de cómo le gustaría que fuera la realidad que se construye a este lado del espejo, a este lado del discurso, donde no hay novelas.» Y Fresy Cool es, en cierta forma, eso.
Nunca se me ha ocurrido contar el número de dobles que hay en la novela, pero sí es cierto que es posible encontrar un buen puñado; por lo demás, el juego de binomios es un elemento básico para hacer funcionar cualquier narrativa.
¿Estoy yo en esos dobles? Naturalmente, pero el juicio estético a esto se trata de un asunto que no tiene que ver con la literatura en sí, sino con las cosmovisiones de la literatura según qué épocas. O sea. Esconder el yo es imposible. Cuando hablamos de universales antropológicos o de que tal o cuál novela habla de la «condición humana» (y esto es algo que siguen manejando las universidades y los críticos, lo que no me parece mal), en verdad decimos que la ficción habla de nosotros, de nuestros asuntos (ya sabes: amor, amistad, ambición, familia, trabajo, dinero, celos y todo lo que se te ocurra), y para eso, el autor, activa o pasivamente, ha de conocer esas mismas experiencias. ¿Y está eso mal? No. Fíjate que el ensayo (y al ensayo se le presupone una objetividad mayor que a la ficción) nace con un tipo que dice: «yo soy la materia de mi libro». Manejar las experiencias que le rodean a uno es una herramienta, y las herramientas no son buenas o malas; depende del uso. Es como la cuestión del realismo. Hoy se ha vuelto un lugar común decir: «el realismo, como estrategia narrativa, es un rollo», cuando es completamente falso. Depende de cómo lo hagas funcionar. Pero vamos, vuelvo al inicio: aquí hay narrativa fantástica y literatura más o menos biográfica. 
¿En qué proporciones?
Da igual. 
En realidad ni lo sé yo. 

LM: Hablábamos de los distintos usos de las personas y los tiempos verbales. Sé que hay mucha gente que se va a cabrear con el uso que haces del lenguaje: venga a acuñar neologismos, venga a burlarte de la Real Academia, venga a dar por saco con las mayúsculas, con las vocales alargaaaadas, venga a poner eles donde había erres y erres donde eles. Sin embargo, a pesar de todo, quien ha leído esta novela (algunos de nuestros amigos o conocidos) piensa o pensamos que está “muy bien escrita”. Vaya locura. ¿Me explicas esto?

AJR: Bueno, la pregunta conduce a equívocos, creo que sólo dos personas han dicho algo que se asemeje a “bien escrito” (de las cinco o seis o siete que la han leído).
Pero, al caso: tal como yo entiendo la lengua, decir “esto está bien escrito” es una frase errada. Nada se escribe bien en términos absolutos, porque el lenguaje no es más que una herramienta de comunicación (vuelvo a lo de antes), un medio para expresar algo, y no un museo al que rendir culto —y entiendo que esto conecta con la posible burla a la RAE que comentas—. Algo que está bien escrito no se debe a que se componga de, por ejemplo, una adjetivación muy precisa, que puede serlo en ciertos casos; no es exactamente así.
Por ejemplo: hubo un tiempo en que me fascinaba leer dos tipos de textos: crítica gastronómica y discursos políticos. Ninguno de los dos pretende hacer piruetas con la lengua ni tiene fines estéticos, y sin embargo me parecen fascinantes. El primero porque incluye un léxico que yo desconozco por completo (si, como yo, te alimentas a base de pasta, legumbres y cuatro cosas más, leer una crítica gastronómica es entrar a un mundo paralelo: ¿de verdad existen todas esas combinaciones conceptuales, que provocan semejantes fantasías con sentidos a los que yo no suelo prestar una gran atención —texturas y sabores?). Algo parecido me pasó con las revistas de decoración: ¡dios mío, esta gente sí que sabe describir interiores! En cuanto a los discursos políticos, puedo leer un discurso de Reagan, bobo como él sólo (el discurso, no el político… ¿o...?), y tener ganas de votar rojo. Son textos sencillos pensados para unos fines muy concretos. Y pueden llegar a funcionar. Como la publicidad.
Más cosas.
Hace poco leí una reseña de Senabre al diccionario de Manuel Seco que me causó gran simpatía, precisamente porque Senabre se encuentra en las antípodas de lo que yo entiendo por lenguaje. Decía él:
La Lexicografía es una tarea delicada, y se aloja en un ámbito restringido en el que sólo tendrían que moverse los especialistas. Pero debe de ser un territorio atractivo, porque son numerosos los aficionados que, practicando el allanamiento de morada, penetran en este recinto con maneras de okupas urbanos sin conseguir otra cosa que poner patas arriba el mobiliario. Por suerte, Manuel Seco no pertenece a esa cuadrilla de lexicógrafos amateurs, y una dilatada ejecutoria avala su autoridad en estas materias.
Vale. Sé que va a sonar a agresión gratuita e innecesaria, pero no se me ocurre otra forma de explicarlo: este tipo de actitudes son propias de un tecnófilo, alguien que adora la tecnología (y la lengua es una tecnología) hasta situarla por encima de su fin último. La lengua es indomable y se construye desde abajo, y cada cual dispone de su propio idiolecto, que no es sino un reflejo de la personalidad, y cada época y cada cultura dispone de sus rasgos mediante la lengua.
Algunos ejemplos que se me ocurren ahora: el uso del inglés o del spanglish: es inevitable, entre otras cosas porque se trata de una lengua invasiva que además genera léxico más deprisa que nosotros, y sus estructuras sintácticas nos están invadiendo sin que nos demos mucha cuenta (Y ésta es una razón por la que me chifló la novela de Rita Indiana Papi: está escrita en una especie de spanglish cruzado con español caribeño, que uno lee y se pregunta todo el rato: ¿de verdad éste es mi idioma? El extrañamiento estético que provoca leída en España está muy bien). Otra: Joaquín Reyes y sus secuaces han popularizado, mediado y medioinventado unos rasgos lingüísticos que sólo parecían existir en ciertas colinas remotas de La Mancha; y para sus fines, funcionan. Eloy [Fernández Porta] ha integrado en sus sesudísimos ensayos expresiones de Chiquito: ¿Cómor?, y así ha revaluado ese idiolecto. A Baudelaire llegaron a echarle en cara la integración de palabras impropias del registro poético como —atención: agarraos los machos— ¡quinqué! ¡Quinqué…! Hace poco estaba con Ana Pareja corrigiendo la traducción de Memphis Underground, y salió una frase que debía ser algo así como: «Dame el jodido… lo que fuese», y ella debió decir algo así como: «¿esto no suena a doblaje malo de película de acción de sobremesa?», y yo debí encogerme de hombros y decir: sí, pero es una mala traducción tal vez ya admitida, o al menos yo estoy todo el tiempo diciendo: «pásame (palabrota que corresponda)… lo que sea». Las novelas del Siglo de Oro español están llenas de gente que se corre, en el sentido de avergonzar; un uso aún admitido hoy (por el DRAE) pero al que nadie en su sano juicio, a no ser que quisiera hacer la joda de turno, recurriría.
Por lo que sí.
Si un tecnófilo del lenguaje lee Fresy Cool, lo más probable es que se corra.
Es lo que tiene la lengua.
Pero la cuestión aquí es: imitar el habla de un adolescente adicto a los videojuegos con el cerebro derretido no es mejor o peor que imitar el uso del español —presuntamente castizo— que hace un, qué sé yo, Cela, o Umbral. A mí me interesan ambos. Según qué cosas. De hecho en algún momento se me ocurre imitar a estos últimos. Me gustan mucho.

LM: Antes de abordar otros temas relacionados con los personajes, trama o influencias te voy a pedir que respondas a dos cosas clave (¿cuánto nos apostamos a que estas son las preguntas que más te van a hacer a partir de ahora?). Primera: ¿qué coño quiere decir ese título? Y segunda: ¿por qué la novela está dividida en dos partes? Y a raíz de esta segunda pregunta, añadiré otras dos dudas personales. ¿Fresy cool es una novela realmente? Porque también podríamos decir que es un libro de relatos largos… ¿no? Y para cerrar esta cuestión. La caja de texto es pequeña y apretá y además Fresy cuenta con unas 350 páginas… y eso es mucho, sí, sobre todo en un panorama en donde parece que nuestros autores no pueden escribir más de 200. Durante todo el libro pareces obsesionado –Pleonasmo parece obsesionado- con las novelas de más de 1000 páginas. ¿Por qué no has esperado a escribir el novelón que tanto deseas? ¿O acaso estás trabajando ahora en ello? ¿Cuántas veces al día te repites ¡Saca La broma infinita que hay en ti!?

AJR: Sobre el significado del título: Fresy cool es lenguaje vacío, una palabra comodín, sirve para lo que tú quieras que sirva —como movida, como random stuff, como dada; da igual. Estas expresiones es una cosa bastante adolescente, recurrir a una palabra sin sentido que conscientemente tú quieres que ocupe un buen porcentaje del léxico que usas. Aparte, la expresión se la inventa la coprotagonista, y también es una especie de versión white afroafroblanca, de «real good sh*it».
Sobre por qué me alargué tanto, si es que puede considerarse una novela larga, hay dos razones.
La primera me la dijo, sin haber leído la novela, mi director de tesina, Fernando Ángel Moreno (que además es el mejor profesor que he tenido en la universidad: pilladlo si podéis). Si mal no recuerdo, yo le intentaba convencer de que las modas son positivas para la literatura y la cultura porque reflejan su buen estado de salud (vale: esto hoy suena fatal, pero resulta que gente como Balzac ya eran muy consciente de ello). El caso es que en algún momento de la conversación le dije que veía mi novela como un parque temático de estilos, donde igual había improvisación o pura trama o fragmentos o fantasía o ensayo o ficción gótica… lo que fuese, y entonces él debió decirme algo así como: «vaya, tienes tanto miedo/ respeto/ interés por las modas que has tenido que parapetarte contra ellas de esa manera». Estoy de acuerdo con ello. Ese parque temático estilístico necesitaba de cierto espacio. 
La otra explicación es que efectivamente buena parte de mi educación lectora se debe a novelas de cierto tamaño. Esto es absolutamente incoherente con nuestro tiempo. De hecho acabo de comprar un kindle, y el novelón no es el mejor formato para el mismo. Pero que le den a los lectores, yo he venido aquí a pasármelo bien, es una frase que me gusta ver entre líneas decir a un autor cuando cojo uno de esos tomos. Me gusta la gente que escribe contra el lector y los libros que no te puedes terminar de un golpe, y que, abandonados a medias, te miran diariamente desde el anaquel como diciendo: yo pude contigo, loser. Me gusta esa sensación de derrota ante el libro.
Luego. La novela está dividida en dos partes porque la primera es un viaje hacia el interior del protagonista, mientras que en la segunda se habla de los protagonistas a partir de la gente que los rodea. Ambas versiones de los acontecimientos fallan al ser contrastadas, lo que lleva a plantearse que alguna parte implicada miente. Aparte, también hay una explicación de carácter religioso (metempsicosis y tal) sobre el cambio de atmósferas que hay entre la primera y la segunda parte, pero desarrollarla aquí sería soltar spoilers. Dejémoslo así, de momento. 


[CONTINUARÁ...]

Suena: Sun de Caribou