19 julio 2015

«A mí, ¿sabéis? me compromete a vivir ser del linaje de las flores»

Hanako Mamiko

Pongo las verdes espigas de trigo
en mi pecho
y las amamanto
Forugh Farrojzad

Y es como si acunara a un niño que ya ha muerto
Maria Mercè Marçal


me compromete a vivir estar viva
el olor a sudor de él
el sabor a sudor de las frutas del verano

me compromete a vivir dar vida
el olor a promesa de él
el sabor a paciencia y veneno del verano 

09 julio 2015

Los reyes subterráneos (20 poetas jóvenes de México).

Inés Estrada

“La fiesta creciente”

Prólogo a Los reyes subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México (La Bella Varsovia, 2015)
Por Elena Medel y Luna Miguel



E: ¿Cuál es el motor de esta antología? ¿En qué punto se origina y cuál es nuestro interés hacia la poesía mexicana? Como lectora, en mi caso existe un interés previo y anárquico, que me llega por la lectura de Contemporáneos gracias a la antología de Blanca Estela Domínguez Sosa (DVD, 2001), ahondando después en la completa de Xavier Villaurrutia, que editó Hiperión en 2006. En paralelo leí a Octavio Paz o Rosario Castellanos, y a poetas más recientes como José Eugenio Sánchez.
De ahí, dos certezas: la diversidad de la poesía mexicana y su recepción de hasta anteayer en España, dependiente siempre de la publicación aquí, ante la falta de distribución. Esto cambia por completo con esta generación, porque editar aquí amplía la difusión de su obra —ocurre con Gerardo Grande y David Meza—, pero no la determina.
Con respecto al conocimiento más directo, en 2009 viajé a México para participar en el encuentro “El Vértigo de los Aires”. De allí regresé con dos descubrimientos: la inmensidad de la poesía chilena (Hernández Montecinos, Ilabaca, Norambuena, Ramírez) y el discurso de Yaxkin Melchy. Me fascinó su capacidad para releer la ancha tradición latinoamericana y tejerla con sus propias coordenadas culturales. Yaxkin está en el origen de esta antología.

L: En mi caso todo nace al revés. Como suele pasar con mis lecturas, soy un desastre descubriendo literatura. Si hace cinco o seis años me hubieras preguntado qué me gusta de la literatura mexicana no habría podido decirte mucho. Apenas había leído a Paz, seguramente por influencia de la biblioteca de mi padre, en donde yo curioseaba sin conocer muy bien aquello a lo que accedía.
Me resulta también curioso que menciones la poesía chilena, porque si yo accedí más tarde a México fue gracias a Roberto Bolaño. Los detectives salvajes es la obra que me presentó a un país que en la ficción resultaba asombroso. Con el tiempo me daría cuenta de que todo aquello que Bolaño contaba era más que real.
Por eso mi proceso fue al revés, creo. Por eso y por las casualidades. Cuando en 2010 abrí el blog de Tenían veinte años y estaban locos —que luego dio pie a nuestra antología de jóvenes españoles en La Bella Varsovia—, un montón de chicos jovencísimos de muchas partes del mundo empezaron a mandarme sus colaboraciones. Entre ellos se encontraron Yaxkin, David y Gerardo.
Todos estos chicos venían de La red de los poetas salvajes, cuya conexión con Bolaño no era casualidad. Fue entonces cuando comencé a leer a los más jóvenes, y gracias a los más jóvenes conocí a sus referentes, y gracias a sus referentes pude acceder a nombres clásicos de su literatura, en lo que, como te decía, ha sido un proceso contrario. Pero me siento bien, la verdad, porque poco a poco creo que he conocido la literatura mexicana como mejor he podido hacerlo: a través de quienes más la aprecian. Ahora no sé qué haría sin Abigael Bohórquez, Mario Santiago Papasquiaro o Cristina Rivera Garza.

E: Varios nexos, entonces... El papel de estos nuevos poetas como bisagra con respecto a las generaciones que le preceden —en tu caso, después de leerles; en el mío, antes—, el reflejo de esa diversidad y riqueza constantes de la poesía mexicana, y el cambio en la recepción de los textos desde España. Si antes lo que no se publicaba aquí no existía aquí, pese a que en este caso no hay barrera idiomática, ahora recurrimos a internet. La cuestión es “dar con ellos”.
De la antología me interesan varios aspectos en cuanto a su armazón. El primero, claro, que hemos accedido a la obra de casi todos los poetas gracias a la red. Leerles en revistas digitales como Órfico o Círculo de Poesía ha sido la vía de entrada; no tanto el blog personal o las redes sociales, que “añadían” a los nombres que nos habían llamado la atención. La selección del editor de una revista continúa siendo imprescindible.
El otro es la voluntad de reflejar las muchas voces de la poesía mexicana. No entendemos a algunos autores sin esa mirada a sus propios precedentes mexicanos, otros saltan las fronteras y atienden a la influencia de la poesía en su idioma; pienso en el peso de Huidobro o Di Giorgio, tan diferentes y arraigados en la explosión del lenguaje. Otros se vinculan a las figuras contemporáneas estadounidenses de la Alt Lit...

L: Exacto, esa es una de las cosas más brutales que encuentro en México y que creo que hemos tratado de reflejar en este libro: la diversidad. Cuando miro el panorama joven español, por ejemplo, encuentro muchas maneras de hacer, sin embargo, creo que en México esos estilos son más extremos. Aquí leemos a poetas torrenciales, herederos de Zurita (Omar Jasso); muy pop (Jesús Carmona-Robles, Jehú Coronado López, Xel-Ha López); relacionados con la Alt Lit (Martín Rangel, Augusto Sonrics), cuyas lecturas de Tao Lin o Mira Gonzalez han sido muy importantes. Los hay más líricos, más surrealistas, más cercanos a una Alejandra Pizarnik... Todos conviven, y defienden sus literaturas con fuerza, sin desmerecer a sus compañeros. Eso me parece esencial a la hora de trabajar: hacerlo al máximo, y respetando a los que te rodean.
Estuve en México unos años después que tú, en 2014. Fui a Guadalajara y organizamos una pequeña lectura con poetas muy distintos entre sí. El diálogo del que hablas surgió desde el primer minuto, pero no solo entre ellos, sino también con el público. Los había más clásicos, los había fanáticos del spoken word, los había con un lenguaje muy propio de internet y los había que preferían el humor, el monólogo casi cómico, pero poético. La conexión y el diálogo existió. El público, en su mayoría gente joven o relacionada con la FIL, aplaudió efusivamente con los buenos poemas. No por los estilos ni porque uno fuera más famoso que otro, y ni siquiera porque unos tuvieran libros publicados y otros no. El aplauso vino por la calidad del poema, y eso me parece brutal porque creo que lo que me ha enseñado México es a leer. A leer de verdad, más allá de las formas o los estilos. En Los reyes subterráneos prima el trabajo. Admiro a mis colegas mexicanos porque a pesar de sus gustos especiales saben ver qué merece la pena del otro. En la lectura de Guadalajara, cada poeta leyó a un compañero, y resultó increíble ver cómo David Meza elegía un poema de Ana Carrete sin que sus estilos sean en nada parecidos. Otra cosa que me llamó la atención en el directo y que creo que hemos respetado en este libro es su carácter político. Si estos poetas impresionan es porque están conectados a la tierra, a la sangre, a la muerte y a la vida, de la manera más pura.
Por otra parte, entiendo el estado de la poesía mexicana como síntoma de lo que está pasando en la América de habla hispana, y de la fuerte unión que están experimentando autores de todo el mundo hispano, así como del ruido que están haciendo fuera de las fronteras de nuestro idioma.

E: Hay otra clave: la lectura. Ante la poesía de Pablo Piceno imagino las lecturas que sustentan cada poema: las de poetas eruditos, intelectuales, a los que él insufla vida. O ante la de Irma Torregrosa, que enlaza con la poesía doliente de autoras como Pizarnik, Idea Vilariño o la propia Di Giorgio. Tirando de Torregrosa, una divergencia con respecto a generaciones anteriores es —creo— la presencia de mujeres. En las lecturas para esta antología me fascinaban sus discursos, que discurren en paralelo y a distancia de los de los hombres: si bien ellos, salvo alguna excepción, tienen bastantes puntos en común —de estilo, de discurso, de referencias—, no sé qué une a Diana Garza Islas y a Daniela Rey Serrata, o a Andrea Alzati y a Frida Librado, más allá de escribir en el mismo tiempo y en el mismo espacio.

L: Tienes razón. Cuando leí a Clyo Mendoza o a Xel-Ha López por primera vez pensé, ¿de qué mundos vienen? ¿Cómo es posible que escriban desde lugares tan distintos? Aquí vuelve a entrar lo político. Pienso en una gran poeta mexicana, Sara Uribe, solo un poco mayor que estas autoras. Tiene un estilo desgarrador y profundamente femenino, que no le impide ser crítica con su sociedad, y mostrarla —quizá— de la manera más salvaje que existe. Su libro Antígona González es una de las mejores representaciones del miedo y la rabia en México que yo haya podido leer.
En este sentido, la poesía de Aleida Belem Salazar o Dante Tercero guarda una única cosa en común, a la que ya me he referido antes: la cercanía a la realidad, a la tierra, y a la sangre, aunque sus maneras de conformar un poema luego sean radicalmente distintas. Algunas más felices, otras más enfermas, otras más torrenciales y otras muy concisas.

E: Y ahí entramos en la expansión de lo político... Lo político asumido, que no entendido sin más —es decir, madurado e insertado con naturalidad—, como en España estamos empezando a intuir: en el discurso propio. La poesía política de estos autores, su voluntad de intervención, abarca más allá del discurso sequísimo que en España identificamos como social.

L: Exacto. Porque a pesar de ser un país ausente de tantas libertades, a la hora de escribir sus jóvenes autores sí que son libres, alejándose de todo miedo, de toda pose.

E: A mí estos poetas me muestran la libertad de sus decisiones: al escribir, al leer a otros... Podría ser una de las aportaciones de esta antología: revelar esa escritura sin prejuicios.

L: Cuando propusiste Los reyes subterráneos —un verso de Yaxkin Melchy— como posible título, pensé en esa libertad; en esa capacidad de ser únicos, de decir lo que quieren y de luchar con ello desde el interior de la tierra, para luego conquistarla. En los últimos años se han publicado en México un buen número de antologías, revistas y fanzines que recogen el trabajo de estos autores: desde la ya mencionada revista Órfico a Radiador Magazine o Tierra Adentro, hasta libros como Poetas parricidas. Generación entre siglos (Cuadrivio, 2014) o Astronave: panorámica de poesía mexicana 1985-1993 (UANL-UNAM, 2015) han sido una muestra de este delirio, de esta enorme fiesta creciente. Poner orden siempre es complicado, y más cuando hay tanto material donde seleccionar y tantas propuestas distintas. Sin embargo veo necesario tener a Esther M. García y su reivindicación feminista muy cerca de Ricardo Limassol, y sus pequeños episodios humorísticos y dramáticos con los que tanto marcó a quienes leyeron su libro Jóvenes del futuro, les habla su capitán. Con este título de Limassol, y con Los reyes subterráneos, siempre hay un carácter generacional. Por supuesto que esto no es nada hecho a propósito, incluso Gerardo Grande o David Meza tienen fantásticos poemas y manifiestos sobre su generación. Me pasa lo mismo con Esther M. García, ¿no tiene Bitácora de mujeres extrañas algo que ver con eso que decíamos de la imposibilidad de reunir a las autoras de esta antología?


E: Esta antología parte de una imposibilidad para alumbrar la posibilidad, entonces. No sé si lo habremos conseguido...