*Advertencia: muchos de vosotros
ya habéis leído esto que enlazo; este texto
podría considerarse una ampliación
llena de contradicciones y tonterías.
Me gusta hacer listas. Siempre, a final de año, hago listas. Cuando tenía doce años hacía las listas de los chicos más guapos con los que me quería enrollar en 2003. O la lista de mis discos de música preferidos, siempre encabezadas por los Red Hot Chili Peppers. Cuando vivía con mis padres en Almería, con la familia Gioanni en Niza o con mi abuela en Alcalá de Henares mis estanterías siempre se dividían por listas. Una balda para mis libros preferidos (que podía sufrir modificaciones según fuera leyendo libros mejores) y otra para el resto de los libros, ordenados, también por editorial. Soy muy maniática. Sí. Por eso he decidido hacer otra lista; cumpliéndose veinte años y pocos días de mi nacimiento voy hacer una lista de los mejores libros que he leído entre 1990 y 2010. Y cuando digo mejores me refiero a los que más me han influido, gustado o cambiado en mi trayectoria de lectora o autora. Comenzamos:
1. Lobito aprende a ser malo, Ian Whybrow, SM (El Barco de Vapor, Colección Azul). Este es posiblemente uno de los mejores libros que he leído en mi vida. Creo que mis padre me lo compraron en la Picasso en mi primer año en Almería. Lo leí en 1996 o en 1997, no recuerdo. Lo llevé conmigo mucho tiempo. Me reí tanto, disfruté tanto, lo amé tanto. Las historias que le ocurrían a Lobito eran geniales y la forma de contar las aventuras (era una novela epistolar) me pareció muy original en ese momento, pues hasta entonces sólo había leído libros infantiles tontos y sin sentido (o eso me parecía a mí). Lobito mola. Lo recomiendo.
2. Rimas de luna, Antonio Ródenas y Asun Balzola (ilustradora), SM (El Barco de Vapor, Colección Piratas). Rimas de luna es mi primer libro de poemas. Me lo regalaron, no recuerdo quién, posiblemente por su nombre. Era un libro para Luna, ¡cómo no! Recitaba sus poemillas de amor por todas partes. Era cursi. Muy cursi. Era genial.
3. Todo Mafalda, Quino, Lumen. Mafalda era mi Biblia. Lo fue durante años. De los 8 a los 12 cada noche procuraba leer una viñeta. Muchas me las sé de memoria. Yo quería ser Mafalda. Quería ser una niña lista y divertida. Más lista que mis padres. Preocupada por el mundo y la política, etc. De los 8 a los 12 leí muchas cosas. El guardián entre el centeno, El lazarillo de Tormes, Don Quijote de La Mancha, La voz dormida, algún libro de política, algún libro de poesía que no me gustó, algún libro de Ángel Guache... Mafalda era mejor que todo aquello. Mucho mejor. Mafalda era mi Biblia.
4. La senda del perdedor, Charles Bukowski, Anagrama. Mi padre me regaló este libro de Bukowski a los 11 años. Creo que me veía como una especie de niña perdida: acababa de empezar en instituto y me juntaba con niñas calorras, Adriana y Laura, a las que quería mucho. Sin embargo ella salían, se enrollaban con chicos y fumaban. Parece que el remedio contra aquel miedo (el de convertirme en una fumeta pasota y cutre) pasaba por leer a Bukowski. Así fue. Me encerré en mi cuarto, me leí todos los libros de Bukowski, Kerouac, Burroughs, Ginsberg, Céline, Baudelaire y Roger Wolfe que pude y hasta los 13 no hice otra cosa. No salí. No besé a chicos. No fumé. Bukowski fue mi iniciador. Mi protector. Mi mayor y mejor influencia y amante. Gracias a él empecé a devorar libros de verdad. Todos los días, a todas horas. Cambié de amigos, conocí a Naira, a Xío, a Jacinto. Me hice medio punk. Llevaba chapitas y escuchaba Rancid y Eskorbuto. Besé a un par de chicos. Empecé a escribir.
5. Lolita, Vladimir Nabokov, Anagrama. He perdido mi edición de Lolita. Bueno, no la he perdido, la tiene mi primer novio (o segundo, o tercero, según la versión), Jacinto. Era una edición de Anagrama. La primera edición en España. El libro me lo regaló un amigo del que yo estaba enamorada. Un amigo treinta y siete años mayor. Nunca me gustó Lolita. Por eso esa edición se la regalé un año después, con quince, a mi novio Jacinto. Quería que él la guardara. Que él escondiera mi pasado. Mi yo-Lolita enterrado para siempre en la playa de Almería. En aquel tiempo leí mucho a Amélie Nothomb, pues sus novelas también hablaban de niñas mágicas, niñas lolitas, niñas adolescentes y hermosas. Lisa Dierbeck, Lewis Carroll, Bernard Schlink, Jeffrey Eugenides... e incluso algunos de los poemas de Cernuda empapaban mi cuerpo y mi cabeza. Mano de viejo mancha al cuerpo juvenil si intenta acariciarlo. Yo estaba muy enamorada y empecé a escribir mis primeros poemas. Abeja Maya, Sangre, Tu coche rojo (huiremos a Nepal en nuestro coche rojo...). Leonor y Machado como ejemplo a seguir. Lolita Lolita, Lolita. Y el poema, decía, Abeja Maya (noviembre de 2004, a mis trece años y tres días antes de cumplir catorce, muy enamorada de Él):
Abeja Maya
Correr.
Correr por las calles dándome igual lo que piensen.
-que más quieren, soy una niña,
al menos que de me dejen estos tres últimos días para disfrutar…-
Hoy corro, salto, río
(como una loca)
como el águila que vuela en libertad.
Cruzo el paso de cebras de puntillas y con cuidado
recordando mis años de bailarina.
Plectrude y su mirada.
Oh! qué insolencia, mira a esa chica.
-Perdóneme señora, pero soy una niña,
déjeme soñar,
tres días no son mucho.
No guardo las composturas, no.
Soy una nota de piano, comptine d’un autre été.
Sin preocupaciones, pero con cabeza,
porque tú y yo sabemos cuáles son las consecuencias,
y no quiero escribir a ciegas.
…Demasiada literatura beat en los bolsillos,
demasiadas paredes,
demasiados disfraces…
Hoy soy una niña con jersey de rayas amarillas,
hoy mis ojos son más azules que nunca, mirando al océano
mientras una voz susurra: en la profundidad
de lo insondable estoy…
Cuánta razón,
susurros de otro mundo,
ideas que vienen y van,
poemas compartidos.
Y nervios, como dice el gran Charles:
Cristo bailando folk-rock en mi pecho,
ritmos rápidos y lentos,
según mi distancia hasta el cuello de tu camisa.
¿Temes que alguien endulce tu vida más de lo necesario?
Empalagoso té de coco,
empalagosa colonia de moras,
hipoglucémicas muñecas rapadas al cero.
Y otra vez la calle,
la señora,
la farola,
la niña del jersey de rayas.
Quiero ser niña.
Quiero volar.
No quiero pasar mis últimos días de abeja
entre fracciones sin resolver.
Odio la miel.
De fondo,
Sarah Vaughan,
y me quedan tres días.
(Almería, 3 de noviembre, 2004)
Lolita se resume en este texto: las letras de Fangoria intercaladas. Yann Tiersen. Las referencias a mis seis años de bailarina y su relación con el personaje de Plectrude en Amélie Nothomb, Sarah Vaughan en la radio de la habitación de mis padres. La diabetes aún reciente en mis venas. Tres días antes de cumplir catorce años. La literatura beat. Las referencias al cuello de la camisa de aquel hombre al que yo amaba. Aún virgen. Muy virgen e ingenua. Muy puta Lolita.
6. 99 poemas José Ángel Valente, Alianza. En 2005 empezó mi fiebre Valentiana. Incluso gané un premio (el de La sombra del membrillo) con un poema dedicado a Valente. Valente vivió en Almería y según mis padres hemos coincidido con él en más de un evento en la ciudad. Me cago en dios, pensé. ¿Qué coño estaba haciendo yo a los 6 años que no leía a Valente? Puto Lobito, puto Barco de Vapor. Si a esa edad yo hubiera conocido a Valente podría haberle dicho: señor José Ángel. No tiene ni idea de cuánto me gustan sus poemas. ¿Sabe que sé recitar Serán ceniza de memoria? Mire: cruzo un desierto y su secreta desolaciónsinnombreelcorazóntienelasequedaddelapiedraylossestallidos... nocturnosdesumateriaodesunadahayunaluzremotasinembargoyséquenoestoysolo... aunquedespuésdetantoytantonohayaniunpensamientocapazcontralamuertenoestoysolo...
tocoestamanoalfinquecompartemividayenellameconfirmoytientocuantoamololevantohaciaelcielo... yaunqueseacenicaloproclamo,CENIZA,aunqueseacenizacuantotengohastaahora. Cuanto se me ha tendido, a modo de esperanza. Y entonces el pobre José Ángel Valente hubiera dicho: llevaos de aquí a esta niña repelente, por favor. Y yo sería feliz. Muy feliz. Si al menos pudiera recordar su voz. Si al menos pudiera recordar ese recital de El Aula de Poesía de Almería en el que se supone que yo vi su rostro, sus gafas gruesas, sus manos de poeta... empezó una larga carrera. Una dura carrera Valentiana. Empezó mi desolación sin nombre. Y el desierto.
7. El libro de Monelle, Marcel Schwob, Hiperión. 2006 y 2007 fueron mi Niza. Nueve meses pasé en la ciudad de la Costa Azul y allí tuve un amante francés y judío que me trató muy mal. Recuerdo que en aquel tiempo yo leía poetas franceses que me aburrían mucho. También leí clásicos que nos obligaban a comprender en el maravilloso Lycée Masséna donde estudiaba. Escuchaba My Dying Bride y Noir Désir. Me hubiera gustado hacerme gótica pero la ropa de H&M era más barata. Antes de ir a Niza mi madre me dejó El libro de Monelle. Menudo descubrimiento, pensé. Menudo puto libro, joder. En Niza lo pasé muy mal y si sobreviví fue gracias a ese libro. Compré una copia en francés y se la regalé a Thomas en diciembre de 2006. Se la regalé un día antes de que nos despidiéramos para siempre (él tenía novia y ahora, por Facebook, sé que van a ser padres). Le regalé una edición preciosa de Le livre de Monelle un día antes de quedarme sin él para siempre. Y entonces nació Síntomas y nacieron la mayor parte de los poemas que este año he publicado en Estar enfermo. Nació Sin-Thomas. Ese juego de palabras estúpido. Esa plaquette. Ese libro estúpido de mis dieciséis años. Leer Monelle me sirvió para deshacerme de Lolita. Lolita era una tonta-pop al lado de la sabia y preciosa Monelle. ¿Quién quiere ser Lolita existiendo Monelle? Cambié mi cuenta de correo de los diez años lunaticams@hotmail.com por lunamonelle@... cambié mi fotolog Luna Haze, por Luna Monelle. Cambié mi vida entera. Mi corazón entero. Ya no era la chica que amaba a los hombres mayores. Ya no era la tontita que escribía sobre abejas y caramelos. ¿Quién era ahora? Aún no lo sabía. ¿Y qué más da? La literatura, entonces, cambió para siempre.
8. Así habló Zaratustra, Nietzsche, Alianza. En Almería, mucho después, conocí a Pablo el Oxidao. La literatura sólo me ha servido para enamorarme, ahora que lo pienso. Gracias a Pablo escribí muchos poemas. Muchísimos. Gracias a Pablo leí mucha poesía. Mucha filosofía. Recuerdo la lectura que hice de Así habló Zaratustra. Empezábamos a salir y me dejó el libro. No lo leí hasta la navidad, en Madrid. Fue un descubrimiento equiparable al de Monelle, la verdad. Nunca había leído una prosa parecida. Una prosa poética tan pura. Tan fuerte. Un poema largo que se extendía durante tantísimas páginas. Depuré mi poesía hasta tal punto que a los diecisiete sólo escribía aforismos. Trataba de sonar solemne. Trataba de transmitir esa fuerza de Nietzsche. Nunca lo conseguí, claro. Nunca. Devolví el libro a Pablo. Nos quisimos mucho durante mucho tiempo. Todo era poesía. Todo era poesía, y entonces, llegó la prosa. No la de Nietzsche. Llegó la prosa de verdad y todo cambió una vez más.
9. La extracción de la piedra de la locura y otros poemas, Visor Poesía. 2008 fue el año de las poetas muertas. En noviembre cumplí dieciocho años pero ya vivía en Madrid y ya conocía a Ibrahím Berlín. Pablo me regaló a Pizarnik. Quizá ese momento fuera lo último bonito que Pablo y yo vivimos. Esa extraña navidad en la que leí a Alejandra. Un amor acabó. Otro empezó, sin embargo. Ibrahím me dijo: lee a Bolaño. Pizarnik me dijo: lee a las poetas muertas. Y entonces el viento susurraba fragmentos de Foster Wallace y versos de Plath. Y el suicidio bailaba continuamente en mi cabeza. Y Anne Sexton, y Blanca Varela, y Louise Glück, y Anais Nin, y Virginia Woolf. Y escribí, escribí mucho. Los poemas de Alejandra Pizarnik me hicieron sentir muy femenina. Me hicieron sentir que la locura es como un pájaro. Me hicieron comprender mejor las letras de Lhasa. Volví a querer ser Monelle.
10. Los detectives salvajes, Roberto Bolaño, Anagrama. Querido Ibrah: mañana, domingo, es nuestro aniversario (no el oficial) (no el conocido) (sólo el nuestro: secreto y puro) (aquel beso y aquellas drogas y aquella cama en la que en silencio follamos). Querido Ibrah: antes de Foster Wallace tú también eras poeta. Escribías poemas raros rapeados, recuerdo. Y entonces me recordabas a García Madero. García Madero es uno de mis personajes preferidos de la ficción de este mundo. García Madero es una especie de Pleonasmo Chief de otro planeta. Un Pleonasmo aventurero, incómodo, rabioso. Querodo Ibrahím. Mañana se cumplen los dos años de nuestra relación. Todo empezó con Bolaño. A la mierda Wallace. A la mierda, te digo. Porque Lola Font sólo hay una y es esta, que te habla y te adora. La prosa y la poesía de Bolaño son emocionantes. Siempre que escribo pienso en él. Siempre que pienso en la literatura pienso en él. Y en esta lista de 10 libros magníficos él estaría el primero, siempre, porque es brutal.
A Bolaño lo leí en 2009 y desde entonces, en 2010, nada me ha impresionado tanto. Quizá La niña del pelo raro de Foster Wallace, Circus girl, de Maite Dono (en El Gaviero Ediciones), ese poemario que conozco desde que sólo era un manuscrito encuadernado en el almacén de mis padres, o incluso la poesía maravillosa de Dorothea Lasky, el gran descubrimiento de este verano. El año que viene sale a la luz la novela de mi novio. Y sé que también será un antes y un después en mi vida. Su prosa (hasta hoy) ha sido polémica y su forma de pensar pocos la comparten. En su novela soy una de las protagonistas y esto para mí, después de todo lo que os he contado, supondrá convertirme en parte de lo que amo, es decir, en parte de un libro, en parte del papel, en parte de un personaje femenino, hermoso y fuerte que no me merezco. Pero de Fresy Cool ya os hablaré en otra ocasión. Quizá cuando en 2030, si sigo viva, escriba la lista de mis libros preferidos entre 2010 a 2030. Y así de maniática soy. Y por eso hago listas en Spotify. Por eso hago listas de la compra. Listas de nombres para futuros hijos. Listas de cosas inútiles. Listas como poemas. Poemas como listas. Por eso escribo y por eso leo, porque estoy enamorada y si estoy enamorada no me siento tan sola. Creo.