27 octubre 2013

Para saber comer hay que saber cocinar (y otras cosas que nunca aprendo de esta vida).

El gato que huele a mojado también huele a carne. El gato de las encías rojas, rojísimas, llenas de azúcar. Aprendo a combinar los sabores: el higo aquí, el queso aquí, la pera, la manzana, el tiempo de su cocción. Aprendo porque no tengo nada salvo este espacio: la manta aquí, el teclado aquí, los libros, mi cuerpo, los dientes rojos de los gatos. 

El suelo que huele a mojado también huele a café. Me empeño en esconder las baldosas. Que nadie las vea. Que nadie las huela. Me empeño en no tener secretos: no aguanto los problemas de los otros. No aguanto que me pese o que me duela el jodido secreto de los otros. 

Así trabajo y así cocino. Así solo trabajo y así solo cocino. Hay alcohol en los dientes de los gatos. El cachorro que me muerde parece un ciervo. La amistad que me conmueve contiene frases sencillas: hablamos de monedas, de pelajes, de maternidades tiernas. 

Ya no sé qué más decir. Ya no sé qué más lamer. Ya no sé qué más mezclar.

Combino con gran acierto los sabores de mi pereza.  

3 comentarios:

José Vicente Martín Payán dijo...

me gusta el post, para todo A que pertenece a B sal y pimienta.

a mi lo de libro de recetas con la palabra "carne" se me va por otro lado, en fin, el libro parece antiguo.

José Vicente Martín Payán dijo...

para todo A que pertenece a B sal y pimienta.

derramada dijo...

Más de lo que parece dice este post...