24 mayo 2013

Guarradas.


Ya no mola ser bonita, ni ser deseada, ni mucho menos presumir de follar. Lo que mola cuando uno termina Zonas húmedas de Charlotte Roche (Anagrama, 2009) es haber sido capaz de reírse del sufrimiento propio, del mal olor propio, de la propia estupidez. Porque Zonas húmedas no es un libro sobre sexo adolescente sino una biografía del sufrimiento a través de la historia de una chavala de dieciocho años que está bastante mal de la cabeza, y a la que encima le gusta estarlo. A pesar de las innumerables escenas “pornográficas” que encontramos a lo largo del libro, lo que Helen nos está pidiendo realmente es que le hagamos caso. Que la miremos. Que ayudemos a que sus padres vuelvan a hablarse. Que, por favor, le concedamos nuestro cariño.

Algo parecido le ocurre a Madison, la protagonista de Condenada, de Chuck Palahniuk (Literatura Mondadori, 2013). Ella, al contrario que Helen, es completamente virgen, pero mantiene una relación con sus padres muy similar: no están divorciados pero pasan de ella y sólo se centran en sí mismos, sin darse cuenta de que su hija preadolescente está enfrentándose a cosas terribles... tan terribles que le llevarán a la muerte. Y será precisamente desde la muerte -desde un peculiar, surrealista y asqueroso infierno- desde donde Madison nos hablará.

Helen desde el hospital, Madison desde el inframundo. Ambas con ese lenguaje guarro y detestable. Con esa mente sucia e incluso bastante masculina. Gracias a la primera encontraremos pelos, menstruaciones y anos operados. Gracias a la segunda encontraremos violencia infantil, drogas y lugares hediondos. El libro de Roche me gustó mucho al principio, pero me pareció que perdía bastante fuerza a partir de la mitad y estuve a punto de abandonarlo. El libro de Palahniuk me hizo reír a carcajada limpia y creo que a quien le guste mucho este autor, Condenada le parecerá una de sus mejores y más locas maravillas.

Y bueno. Eso es todo. Feliz viernes.  

4 comentarios:

Humbert Humbert dijo...

Al libro de la Charlotte Roche le sobran, ciertamente, bastantes páginas, porque cuando uno se acerca a la mitad ya está ahíto de tanta escatología anal.

No conocía al tal Chuck Palanniuk (me suena como a hindú, pakistano o bangladeshiano), sin embargo el sugerente título de su libro y la encarecida recomendación de la autora de este blog, seguramente me animarán a ojearlo (y quién sabe, quizá también a hojearlo).

Pero mucho mejor que la Roche y el Palanniuk son las galletas María Fontaneda (mis favoritas de siempre, y muy por delante de las segundas en mi Top Ten de galletas, las Chiquilín de Artiach).

La María Fontaneda es uno de los pocos lujos que aún podemos disfrutar los menesterosos, pero pocos saben que su nombre tiene un origen aristocrático: fueron creadas en 1874 por un pastelero inglés para celebrar la boda entre la gran duquesa María Alexándrovna de Rusia y el duque de Edimburgo, Alfredo de Sajonia-Coburgo-Gotha, de ahí su nombre.

Por eso, cuando uno moja una galleta maría en la leche o en cualquier otro fluido y la lleva a la boca (o a cualquier otro sitio de un cuerpo propio o ajeno), además de saborear un manjar exquisito, está rememorando un pedazo de Historia.

Anónimo dijo...

¿Vas a terminar la carrera a tiempo?

Luna Miguel dijo...

¿A tiempo de qué?

Anónimo dijo...

A tiempo muerto......