¿Qué se puede decir del
libro que más nos gusta, del más importante para nosotros? Se trata de una pregunta
muy difícil, pero por suerte un libro de esa clase es apenas una
conjetura. El libro favorito se divide en una constelación, un mapa
cambiante que admite diversas escalas espaciales y temporales.
Cartas de cumpleaños no es el libro que más me gusta ni el más importante para mí, pero
sí uno con los que más he disfrutado, y al que recurro con mucha
frecuencia cuando quiero recordar lo que la lectura puede procurarme
(una experiencia relativamente sencilla de olvidar a poco que el
trabajo o la curiosidad lo internen a uno en el populoso espectro
donde leer tampoco es tan sugestivo).
La ocasión de la
relectura se debe en esta ocasión a la nueva edición que ha
publicado Lumen. Y digo “nueva” porque la llamativa
transformación del texto siempre a mejor invitan a felicitar a
Villena y al editor por proporcionar un texto en castellano a la
altura de la magnífica versión catalana que firmaron Fulquet y
Ernest.
A decir verdad no soy un
erudito de la obra de Hughes y sé muy poco de una vida demasiado
escabrosa en sus salientes más visibles como para dedicarme a
investigar. Ni siquiera he descubierto todavía un motivo de peso
para leer a Sylvia Plath, claro que tampoco se puede estar en todo.
Como el prólogo que ha escrito Andreu Jaume para la ocasión, además
de la rara virtud de escenificar una erudición vivificada por ideas
propias, supone una introducción al libro que no me siento capaz de
mejorar, intentaré conciliar la exigencia de decir algo preciso
sobre el libro (motivo por el que he sido invitado a esta “bitácora”)
con la determinación a no clarificar demasiado los motivos del
placer inmediato que me procuran siempre estos poemas (no vaya a ser
que me lo fastidie) he decidido limitarme a comentar los tres
primeros aspectos que me vienen a la cabeza:
1) Los veinte primeros
poemas de Cartas de cumpleaños son una historia de amor, pero
también adentran el libro en uno de los temas más importantes de la
literatura reciente, tan importante que suele pasarse por alto: la
adaptación de la virilidad a las nuevas exigencias sociales. En
algún momento del siglo pasado los varones tuvieron la generosidad
de ceder poder y libertad a las mujeres, iniciando así un proceso
que no ha sido sencillo para ninguno de los dos géneros, y para el
que no se disponía de carta de navegación. Nunca ha sido tan
distinto ser hombre o mujer en el escenario urbano que durante los
últimos cincuenta años. Nunca lo que ocurría tras el telón de la
boda fue tan sugestivo para la imaginación creativa. En la novela,
Bellow y sus seguidores han escrito en el centro de esta agitación.
Los primeros veinte poemas de Cartas de cumpleaños aceptan ser
leídos, desde el mordisco que Hughes le da a la pulpa del melocotón
del árbol de la sabiduría (“era tan inocente sobre las cosas de
la vida”) en adelante, como la sorpresa, la ilusión, y el esfuerzo
que suponen intentar resituarse como hombre.
2) Igual ya se ha dicho
pero gran parte de la obra de Hughes se lee como una página satinada
sobre los efectos del dolor. Se trata de poemas donde una voz
impersonal describe un rasgo de la naturaleza, o se exhiben criaturas
míticas. Cartas de cumpleaños ilumina la subjetividad que se
nos había escamoteado, el yo paciente de todo ese barullo de fuerza
y emoción.
3) El principio operativo
de muchas biografías o películas sobre escritores tienen a
localizar un rasgo moralmente discutible (cuando no decididamente
criminal) del personaje al que transforman en la clave explicativa
(para exponerla o disimularla) se su obra. Esta clase de exhibición
sólo “explica” la pobreza imaginativa y de ánimo de los
biógrafos y directores. La vida humana es un compuesto tan espeso de
ingredientes que hay que ser un dios o un idiota para evaluarla
moralmente desde el sofá de casa. Hughes vuelca tal cantidad de
sucesos íntimos (imaginados, cumplidos, truncados) y lo hace desde
perspectivas anímicas y vitales tan contradictorias que las tres
veces que he terminado el libro me siento incapaz de juzgarle. No se
trata de que Hugues se las arregle arteramente para empañar mi
sensibilidad moral, sino que la fuerza y la agitación de su relato
la rebasa y la desfonda. Ante el espectáculo de la vida ya jugada,
mi fría y protegida por la distancia capacidad de juzgar moralmente
se revela como un instrumento ridículo. El libro se abre a otra
clase de moralidad, pero no sé si la entiendo bien, y tampoco me
queda espacio para irme por las ramas.
Después de Eliot hay
cuatro poetas que se reparten el oficioso título de “mi poeta
favorito en lengua inglesa” que cada cual concede en el camarín de
su mente. W. H. Auden es como un tío materno, de inteligencia y
brillantez estrafalaria, un punto caprichoso, y una pizca cruel, al
que le sale con naturalidad el tono que Wilde se pasó la vida
ensayando. Wallace Stevens es capaz de hacerme reír y temblar con un
verso que ni siquiera consigo entender. A John Ashbery llevo más de
un lustro leyéndolo y traduciéndolo, es el clima de mi mente, y sus
poemas son un espacio imaginario donde me gustaría vivir. Ted Hughes
nunca te hará reír y no creo que a nadie le apeteciese vivir en uno
de sus poemas, como pariente parece un poco siniestro (sobre todo si
no te gusta pescar), probablemente sea el mejor de los cuatro.
Gonzalo Torné
(autor de Divorcio en el aire e Hilos de sangre)
Julio de 2013
5 comentarios:
Ted Hughes, Sylvia Plath.
De los poetas en lengua inglesa convendria leer al olvidado (y magnifico)Housman. Es mas que recomendable la seleccion de poemas y magistral version de Juan Bonilla: "A un joven atleta muerto".
¿eres tan eficiente como parece, o también pierdes el tiempo sin remedio?
Con este calor no me queda otra que perder el tiempo.
¡Que lleguen las vacaciones!
¿tienes flickr?
Publicar un comentario