Dos esponjas rosadas. El corazón de tamaño similar a una fresa. Alberto ha visto antes, sin duda en las carnicerías de su ciudad natal, corderos despellejados y enviscerados. Mujeres con el rostro espolvoreado de sangre mineral despedazando grandes bultos de vaca. Su propia madre destripaba pestilentes anguilas semejantes a negros intestinos convulsos que él y su tío habían arrancado, como muelas cariadas, de la tenebrosas y putrefactas entrañas del estuario. Un campesino grueso y mugriento acuchillando un cerdo y recogiendo su sangre en un cubo de plástico azul que unos niños en pantalones cortos revolvían con un palo. Las avispas comiéndoselo todo: carne, sangre, pescado, dulces de membrillo, flores. Asistió, por supuesto, durante los últimos cursos en la facultad de medicina, a un sinnúmero de intervenciones quirúrgicas; incluso ha visto morir a pacientes en la mesa de operaciones -pero de algún modo que no acierta a explicar, esta imagen le resulta más cruel; más repugnante. No es lo mismo alimentarse de entrañas que inyectárselas, aunque procedan de un insólito pharmakon nonato.
Germán Sierra
3 comentarios:
Luna, leí este texto y me hice espacio, mueca elaborada en la hemorragia. Pero a quién mierda podrá importarle.
llegué a tu blog a través de la escoba del sistema y la verdad:...mola.
Luna, ¿dónde podemos leer ahora a Enrique Morales, cuando ha cerrado su blog? ¿Ha publicado?
Publicar un comentario