09 enero 2013

Los estómagos de David Foster Wallace.

Además de hacerme fotos en pijama sosteniendo La escoba del sistema (Pálido fuego, 2013) de David Foster Wallace, también estoy leyendo la novela, y tengo que decir que, hasta la fecha, es uno de los textos del autor que más me está divirtiendo. Tiene razón Ibrah cuando asegura que los artistas conocidos por ser "depresivos" son los que mejor se manejan en el terreno del humor. La escoba del sistema me está recordando bastante a La niña del pelo raro, mi obra preferida de DFW. Algunos capítulos son excelentes, como este que El País se encarga de reproducir hoy en Papeles perdidos: aquí. Hace unos días leí la primera parte del capítulo y tuve ganas de subrayarla entera. Carne. Estómagos. Risa. Miedo. Delirio y DFW en estado puro. Resumiendo: todo lo que me gusta. 

*

—¿Cómo están vuestros filetes esta noche?
—Nuestros filetes están, señor, si puedo decirlo, sencillamente
magníficos. Sólo los cortes de ternera más selectos, cuidadosamente seleccionados e incluso más cuidadosamente madurados, cocinados a la perfección si definimos perfección según sus preferencias, servidos con las patatas y verduras de su elección más un postre francamente delicioso.
—Suena como para chuparse los dedos.
—Sí.
—Tomaré nueve.
—¿Perdone?
—Tráeme nueve filetes, por favor.
—¿Quiere nueve filetes para cenar?
—Por favor.
—¿Y quién, señor, si puedo preguntarlo, va a comérselos?
—¿Ves a alguien más aquí sentado? Voy a comérmelos yo.
—¿Y cómo diantres va a hacer eso, señor?
—Bueno, mira, veamos, creo que esta noche usaré mi mano
derecha para cortarlos. Me meteré los trozos en la boca, los masticaré, los elementos ácidos de mi saliva comenzarán a descomponer la fibra muscular. Me los tragaré. Etcétera. ¡Haz que me los traigan!
—Señor, nueve filetes pondrían enfermo a cualquiera.
—Mírame. Mira este estómago. ¿Crees que me pondré enfermo? De ningún modo. Ven aquí. No, en serio, acércate y mira este estómago. Deja que me levante la camisa… aquí. ¿Ves cuánto puedo agarrar con la mano? Casi no puedo acercarme a la mesa.  ¿Habías visto antes algo tan tremendamente repugnante en toda tu vida?
—He visto estómagos más grandes.
—Sólo estás siendo educado, lo único que quieres es una propina. Tendrás tu propina, después de que me hayas traído nueve filetes para cenar, con una definición de perfección de en su punto, lo que quiere decir que todavía se vea rosada. Y no olvides los panecillos.
—Señor, eso está simplemente más allá del ámbito de mi experiencia. Nunca le he servido a una sola persona nueve menús simultáneos bajo mi responsabilidad. Podría meterme en un problema horrible. ¿Qué pasa si, por ejemplo, tuviera usted una embolia, Dios no lo permita? Sus órganos podrían reventar.
—¿No te dije que me miraras? ¿No te he dicho lo que soy? Escúchame con mucha atención. Soy obeso, grotesco, despilfarrador, glotón, devorador compulsivo, un puerco insaciable. ¿No está eso claro? Soy más porcino que humano. Hay espacio suficiente, espacio físico, para ti en mi estómago. ¿Lo oyes? Tienes ante ti a un cerdo. A un fanático de la comida de capacidad ilimitada. Tráeme la comida.
—¿No ha comido en mucho tiempo? ¿Se trata de eso?
—Mira, estás empezando a fastidiarme. Podría aporrearte con mi barriga. También soy, permíteme que te lo diga, una persona algo más que acomodada. ¿Ves ese Edificio de allí, el que tiene luz en las ventanas, el que está en la sombra? Ese Edificio es mío. Podría comprar este restaurante y acabar contigo. Podría y quizá lo haga comprar la manzana entera, incluido ese establecimiento de Los Vigilantes del Peso simbólicamente minúsculo que hay cruzando la calle. ¿Lo ves? ¿El de la puerta y las ventanas situadas como para formar una cara sonriente, lasciva y de mejillas hundidas? Mi capacidad financiera me permite comprar ese sitio y llenarlo de filetes, llenarlo de filetes rojos que me comería. En un escenario así la puerta estaría decorada con un hueso roído; a ningún enano petulante cantor de salmos y con bolsas en la piel, apóstata de la causa de la adiposidad, se le permitiría la entrada. Aporrearían la puerta, sí. Pero el hueso los mantendría a raya. Carecerían de la fibra necesaria para romperlo. Sus bocas y ojos se ensancharían al presionarlos contra el cristal. Demolería, aplastaría físicamente la enorme balanza que hay al final del local brillantemente iluminado en la parte trasera con el peso de un montón de comida. Se le saldrían los muelles. Qué serie más deliciosa de pensamientos. ¿Puedo ver la carta de vinos?
—¿Los Vigilantes del Peso?
—Garçon, lo que tienes delante es una cosa peligrosa, te lo advierto. Los seres humanos actúan en su propio interés. Los cerdos enormes y locos no. Mi esposa me informó hace cierto período de tiempo de que si no perdía peso, me dejaría. No he perdido peso, en realidad he ganado peso, y por tanto ella se ha ido. D.E.P. Y de primera, no olvides que sea de primera calidad.
—Pero, señor, seguramente con más tiempo…
—Ya no hay tiempo. El tiempo no existe. Me lo comí. Está aquí, ¿ves? ¿Ves cómo se menea? Eso es el tiempo, meneándose. ¡Corre, huye, tráeme mi fuente de grasa, mis nueve vacas, o te
pegaré un gancho en la barbilla que te estamparé contra la pared!
—¿Puedo traer al maître, señor? ¿Para consultarle?
—Venga, tráelo. Pero avísale de que no se acerque demasiado. O me lo tragaré en el acto, antes de que tenga tiempo de chillar. Esta noche voy a comer. Brutalmente y solo. Porque ahora estoy brutalmente solo. Voy a comer y el jugo bien podría saltar a chorros a mi alrededor, y si alguien se acerca demasiado le soltaré un gruñido y le pincharé con el tenedor, así, ¿ves?
—¡Señor, por favor!
—Corre como si te fuera la vida en ello. Trae algo para que me apacigüe. Voy a crecer y crecer y a llenar el vacío que me rodea con el horror de mi propia presencia gelatinosa. El Yin y el Yang. Siempre creciendo, camarero. ¡Corre!
—¡Ahora mismo, señor!
—Algunos grisines vendrían bien, ¿me oyes? Pero bueno, ¿qué clase de sitio es este?
David Foster Wallace

7 comentarios:

Layla dijo...

GANAS

Anónimo dijo...

Sí, lo del pyjama fue muy gilipollas.

Amanecer Nocturno dijo...

Una escena muy Monty Python.

Anónimo dijo...

Depresión y humor?, cómo que no. El depresivo no puede tocar nada sino su propia amenaza. Así que todo acaba oliendo igual de fuerte. En el caso de Foster Wallace, maravillosamente.

Ula dijo...

Acabo de leer "Two Serious Ladies" de Jane Bowles y corroboro eso de que en las escenas más terriblemente serias e importantes, el sentido del humor aflora, como el deseo cuando hay mucha necesidad. Se avecinan buenos tiempos para la "lirica"...
En pijama estoy y me siento guapa, a ti te veo guapa también a pesar de estar sosteniendo lo que sostienes.

Saludos

Karma dijo...

Hay suicidas y Suicidas: Hemingway, Zweig, Benjamin,Cobain. Este gringo es de los primeros.

D dijo...

Suscribo a Layla.