En cuanto a mi cuerpo, prefiero no pensar en él; me repugna, vieja carcasa servil que engatusa a esa niña.
Jean Forton
Apenas había leído
sesenta páginas de esta novela cuando puse el siguiente comentario
en mi muro de Facebook: “no contentos con Lolita, ni con Monelle,
ni con Alicia, ni con cualquiera de esas niñas perversas que
aparecen también en el cine y en el arte, Blackie Books nos trae a
la pequeña Isabelle, la Lolita de Jean Forton, en un libro (Ceniza
en los ojos) que todos los que coleccionamos a estas criaturas
malignas deberíamos tener en los estantes de nuestra biblioteca.”
Y ahora, tras finalizar esta lectura después de varias horas
intensas pegada a sus páginas, confirmo lo que adelanté en esa
sentencia. Ceniza en los ojos no es otra cosa que una pieza de
coleccionista para los amantes de la literatura de nínfulas:
sensual, decadente, tan cruel... Así, Ceniza en los ojos es
ese libro que surge de un Nabokov sin Nabokov. De un Schwob sin
Schwob. De una Lisa Dierbeck sin Lisa Dierbeck. La historia pura. La
pura impureza del amor prohibido Una narración punzante que provoca
escalofríos de placer. Un entrenamiento: porque el amor no deja de
ser el campo de entrenamiento de las desgracias y Jean Forton da
cuenta de ello en cada embestida.
El protagonista de Ceniza
en los ojos es un perdedor. El perfecto lúser, un
hombre repulsivo y victimista que en ocasiones recuerda al Meursault
de Camus en El extranjero,
o incluso a una suerte de Michael Houellebecq aburrido y desquiciado
que, con un golpe de suerte -el golpe de suerte que caracteriza las
historias de estos hombres grises- consigue pasar gran parte de la
novela follando con todas esas chicas hermosas que siempre había
soñado: Lola, Anita, y la pequeña Isabelle. Lo más interesante en
este punto es su capacidad de seducción, que, como en todas las
historias de nínfulas, conforma un camino tortuoso, al tiempo que su eje narrativo. Se trata de la agonía. La agonía de la conquista.
Violencia y cuidado para no espantar a esa niña con la que quiere
acostarse a toda costa y a la que luego olvidará para siempre, pues,
¿quién quiere un cuerpo huesudo e inexperto? ¿A quién le interesa
una cara angelical y tontorrona después del primer beso? ¿Quién
quiere volver a ese agujero violado? ¿Para qué sirve una Lolita
sino para ser despreciada al final de la conquista?
Ceniza en los ojos es
una historia llena de erotismo y de rabia. Su lectura es tan sensual
como exasperante. Su protagonista, además de presentarse como un
obseso y un misógino nos muestra el lado más patético de los
sentimientos del ser humano. Jean Forton lleva a cabo este proceso a
través de un monólogo interior penoso en cuanto a las ideas
expuestas: el mal de amores, el egoísmo, el fracaso, la cobardía y
el miedo a la muerte. De este modo su narrador parece que sólo sepa
enfrentarse a la vida a través del sufrimiento de los demás. Se
compadece a sí mismo de ser viejo (cuando apenas cuenta treinta y
cuatro años), se autoconvence de que su amor hacia esa niña es
excepcional (cuando ella es ya una adolescente, tan o más loca que
él, que seguramente adivinó las intenciones de este hombre -y su fatal destino- mucho
antes de que él planeara ponerle la primera mano encima). Lo dije
sin haber apenas abierto el libro. Ceniza en los ojos
es una joya para coleccionistas de historias que acaban mal. De
hombres que dan asco. De niñas que son tan listas como las niñas y
tan tontas como las niñas y tan corrosivas como las niñas... Y aún
así, a pesar de lo previsible de esta historia, su interior no
dejará de sorprender a los amantes de esos seres malignos y
pequeños, tan importantes en nuestra literatura, en nuestra sangre y
en nuestra selecta biblioteca.
7 comentarios:
I cum with you
Yo, que entro en una década de locuras, no siento atracción por las de 20, son jóvenes, no saben nada del mundo, perdona, Luna, no creo que tú seas así.
En cambio, el placer te encontrarte con alguien que está naciendo... Da juego y lo seguirá dando.
Pero no es para mí. Me atraen las de cuarenta, con las ideas claras y vida intensa, que hablen sin miedo de pasado.
Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarás. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto?
L.C.
Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarás. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto?
L.C.
He aquí personas que devoran pero que no saborean: El perfecto lúser, un hombre repulsivo y victimista que en ocasiones recuerda al Meursault de Camus en El extranjero [dixit Luna Miguel]. Me gustaría que algún día se condenara de muerte a las personas que dijeran estos comentarios de un libro como el de Camus.
Por desgracia, esto no ocurrirá, debemos conformarnos con ver de qué manera gente mediocre dice alzarse por encima de otros cultifilisteos para vomitar sobre la literatura y hacerla, cada vez, un poquito más idiota.
Y ahora, esto no se publicará, será ignorado y olvidado por un ser humano cuya condena de muerte (por lo menos en mi universo imaginario) quedará indemne.
Y tú eres guay!
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