Me piden que me cabree: me lo exigen. Me dicen: cabréate luna, cabréate lunita, con el pelo seco y la piel amarilla. Y entonces me cabreo. Me cabreo porque cedo a lo que me piden. Me cago en sus putas almas. Podría añadir. Pienso en cosas que me enfadan muNcho. Como el viejo aquel que intentó acosar a mi amiga. O Perico Delgado retransmitiendo el Tour. O la enorme distancia Malasaña-Purchena. O la sangre fuerte de la cuarta semana. O el libro que leo ahora, que es una mierda (como casi todos los libros que últimamente encuentro). Me piden que exagere, que no sea yo, que me olvide de mis desiertos, que muerda con dentadura nueva y afile las uñas. Cada mañana me levanto y pego un puñetazo al aire, (y no encuentro onomatopeya que exprese la irritación bucal de mi primer taco). Me piden que odie la literatura. Me piden que sea mala. Je suis tres mechante. Les digo. Me piden que escriba: entonces ladro.