29 mayo 2012

Quiero desnudarme y comer moscas: o cómo sobrevivir en un barrio ruidoso.


vía Weedlace
Escucho voces pero sólo son moscas. Cuánta mentira hay en las moscas. Qué poco alimento viscoso cuando se posan en tu gorra al mediodía. Tu gorra que lamo, llena de pelos familiares. Lamo porque falta hierro. Lamo porque falta vitamina. Lamo porque me falta vida y me sobra ficción ahora mismo, ahora mismo escucho voces y son sólo moscas. Las mismas que se arrastran y manchan el futuro. Las mismas que te llevarán. Que se lo llevarán. Que se lo llevarán todo. El futuro. Todo sangre. Escucho voces pero sólo son moscas, repito, moscas soñadas por los gatos, moscas soñadas por los ciervos, moscas soñadas por la mujer estúpida. Para qué hiciste tal cosa. Para qué aprendiste a leer. Para qué aprendiste a trabajar. Para qué aprendiste a escuchar el ruido de la calle y no hacer nada. Tanto ruido y no hacer nada. Tanto ruido.
...

28 mayo 2012

Discutíamos por culpa de Mestre... por culpa del gato... por culpa de...


los que aun así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles
Juan Carlos Mestre

Discutíamos por culpa de Mestre. Discutíamos acerca de la edad de las plantas y los árboles, acerca de las verduras y las frutas que comíamos ¿qué años tendrán? ¿Cuándo nacen? ¿Cómo celebrar su aniversario, maldito poeta, si lo árboles ni siquiera tienen nombre, ni siquiera nos acarician, y algunos, incluso, los más altos, ni siquiera nos dan de comer?

Discutíamos y entonces entristecimos porque pensamos en los pobres cumpleaños de los gatos. Pensamos en todas las mascotas de origen desconocido. Pensamos en todas las mascotas encontradas, regaladas, aparecidas cuales vírgenes en la puerta de nuestros sueños: ya tengo gato. Sí. Ya tengo gato y lo amo. Ya tengo gato y no sé cuándo nació. Ya tengo gato y celebraré su muerte cuando nos deje. Qué tristes las vidas de las mascotas. Qué tristes, porque todos celebramos sus muertes. Todos recordamos con pena sus muertes mas nadie sabe nada de cuando vinieron al mundo.

Discutíamos por culpa del poeta: de dónde vienen las mascotas. De dónde nacen. Mentirosas. A qué han venido. Los árboles. Para qué sirven. Mentirosas. Las flores. Qué crueles. Toda su belleza. Mentirosas. Toda su belleza. Crueles. Los gatos. Después. 

Después se van. 

Sangrantes, etc.

Aquí mi comunicado: Una tarde que estaba tomando algo con Ernesto Castro y Antonio J. Rodríguez comenzamos a hablar sobre un tipo de acercamiento a la poesía que se estaba imponiendo entre las poetas, sobre todo entre las más jóvenes, de nuestro país. Los temas relacionados con la decadencia, la enfermedad el suicidio, el sexo, la soledad, el vino y el cuerpo eran y son los más comunes entre estas autoras (entre las que me incluyo), pero sobre todo existe un aspecto que siempre aparece en sus poemas: la sangre. Quizá herederas todas ellas de la poesía de Pizarnik y Plath. Amantes de Lhasa. Amantes de Woolf. Amantes de los pájaros y de los gatos. Amantes de la víscera. Y en definitiva, como inventó Antonio bromeando a propósito... los “chochos sangrantes” de la poesía, algo que suena grosero pero no falto de razón, puesto que si hay algo que en ocasiones distinga su palabra, eso no es otra cosa que la escritura desde el dolor. Ese dolor central. ¿Quién no se ha sentido empujada a escribir desde ese maldito y terrible dolor central? Por eso quiero crear esta antología en Tumblr, espacio perfecto de donde ya surgió el famoso “Tenían veinte años y estaban locos”. Aquí volvemos a lo femenino (sea eso lo que quiera que sea). A lo viscoso. Sí. Así se sangra.

26 mayo 2012

Para qué sirven los gatos.

dibujo de Laura San Román 
en mi cuaderno
La verdadera prueba moral del género humano consiste en su actitud hacia aquellos que están a su merced: los animales
Milan Kundera

25 mayo 2012

Resumen de la semana loca.

1. El lunes aún estábamos de resaca, nos dolían los ojos, las manos, los días pasados.
2. Decidimos dejar a Eme en manos de Carlota. Los gatos no consiguieron llevarse bien. Se arañaban y se gritaban. Apenas nos dejaron dormir. 
3. Volví a Formspring. 
4. Creamos la página de Facebook de El Sindicato
5. Compramos mucha cerveza y nos la bebimos el primer día.
6. Cobré algo.
7. Gracias a que cobré algo nos fuimos a cenar sushi y luego vimos a David Leo García un rato.
8. Laura Rosal también vino, pero también se fue. 
9. Hoy es el cumpleaños de Unai Velasco. Aún es muy joven, claro. Tiene 26. Pero la fecha asusta. La edad asusta tanto. Dentro de poco empezaremos a ser viejos. Por los nervios me salen canas. Soy vieja. Soy vieja. Ben Brooks lo dijo en su espectáculo. Tengo veinte años y me voy a morir. 
10. Guerlain, la marca de perfumes y demás, me ha mandado un paquetito con cosas chulas a casa. Normalmente a casa me llegan libros para que haga reseñas, pero eso de que lleguen pintalabios y perfumes me parece un negocio aún mejor. Adoro esa marca. Es como la Tusquets de los cosméticos.
11. El café con Gonzalo Torné en Travessera es crucial, todas las semanas. 
12. Mi madre ha vuelto a casa.
13. Me gusta emborracharme con Ibrah todas las noches.
14. Maldigo a Dios por haber acabado las temporadas de las series que estoy siguiendo. 
15. Leí Lolita secreta y Maternidad imposible. De este segundo os prometí una reseña que quiero acabar pero que no termina de salir. Pronto. Sí. Lo prometo. O no. Mejor no lo prometo.
16. He conocido a Julián Herbert: es un grandísimo autor. 
17. Planeo mi larga estancia en Madrid para hacer unos exámenes que aún no he estudiado. 
18. También he leído La mujer de papel, de Rabih Alameddine. Su editora en España, Silvia Querini, me pasó las galeradas hace un tiempo y creo que es una novela ligera, divertida y amena para que leamos en verano. Escribí esto a propósito: quisiera estar tan loca como Aaliya, el nuevo personaje de Rabih Alameddine, esto es: quisiera ser una entrañable señora rodeada de libros, dialogar con los personajes de mis novelas preferidas, refugiarme en la literatura para olvidar mi antigua y complicada vida, ser, en definitiva una suerte de Alonso Quijano moderno y femenino refugiado en algún lugar de Beirut. Quisiera estar tan loca como Aaliya, decía, y así convertir mis sueños en esta realidad de papel.
19. Quiero nuevos libros de poesía: el de Olga Orozco, el de Josep María Rodríguez, o cualquiera que me recomendéis.
20. Estoy nerviosa. Me gusta mi trabajo. Por las mañanas echo de menos a Ibrah. Y todo eso. 

21 mayo 2012

Si Philip Roth tuviera vagina habría escrito esto.

Creía en su idea de que la escritura podía transformar la mierda en oro. El dolor y la muerte que crecían en mí eran un buen material de trabajo.
Irene Vilar

Posiblemente no tiene nada que ver, pero en algunos momentos Maternidad imposible (Lengua de Trapo, 2012) de Irene Vilar recuerda bastante al Animal moribundo de Roth, no sólo por el manido tema de la jovencita enamorada del profesor madurito sino también por la brutalidad sexual y visceral, la brutalidad del cuerpo y de la enfermedad, de la sangre y de la literatura... No voy a reseñar ahora todo lo que me ha llamado la atención de este libro porque aún me queda la mitad de la lectura, pero aún así presiento que se se está convirtiendo en uno de mis libros preferidos y quiero leer más de esta autora, a la que no conocía, y que es recomendada y admirada por autores como Junot Díaz o Tobías Wolf. Maternidad imposible me hace llevarme la mano al sexo cada pocas páginas y no precisamente porque me produzca placer (como apuntaba yo ayer con Lolita secreta) sino porque siento que debo sujetarme el cuerpo de tanto dolor y asco que producen algunas de sus más desgarradoras confesiones. Pronto os contaré más porque es alucinante y quiero compartirlo... Y sí... Si Philip Roth tuviera vagina posiblemente hubiera escrito algo parecido a esto. 

20 mayo 2012

Libros peligrosos que me ponen cachonda.

Hay muy pocos libros que me pongan cachonda. Hay muy pocas lectoras que para mí hayan superado cualquiera de las mejores escenas que Belladona protagoniza en mi ordenador. Sin embargo Lolita secreta (Melusina, 2012) es uno de esos libros. Se trata de un texto anónimo, las Confesiones de Víctor X, escrito por un ruso loco y extraño que nos narra el esplendor de su despertar sexual a eso de los once o doce años, y todo lo que viene después. Dice Vladimir Nabokov en la contraportada que se divirtió mucho conociendo la vida amorosa de este ruso, puesto que parece imposible de lo alocada y desenfrenada que se nos presenta. El protagonista era apenas un niño cuando empezó a masturbar clítoris de niñas, a masticarlos, a examinarlos, a hacer el amor o incluso a acostarse con varias mujeres mayores que él, cual lolito, cual Don Juan adolescente. 

Si algo interesa de esta serie de anécdotas anónimas no es otra cosa que cómo están narradas. Nada hay de original en el contenido (salvo la edad del narrador), pero sí en la manera de contarlo. Muchas veces he hablado en este blog de lo profundamente aburridas en que se convierten las historias de lolitas y nínfulas después del proceso de seducción o incluso del primer coito. En Lolita secreta el autor sólo nos muestra ejemplos de seducciones, primeros coitos seductores o la sensualidad del sexo adolescente, para él el más puro, mucho más que el de los adultos y el más salvaje. Lolita secreta, pues, no es un libro de niñas perversas, sino de edades perversas: esos años que todos recordamos, los del descubrimiento y el placer. 

El pulso narrativo hace de esta historia algo insoportable. Los niveles de erotismo se salen de los límites en ciertos momentos, e incluso es necesario parar la lectura. Beber un vaso de agua. Dar un paseo. Pensar en otra cosa. O bien, no sé. Pensar en cualquier cosa que no sean las peligrosas y depravadas anécdotas de este niño diabólico que aborrece el sexo tanto como lo practica, que lo practica tanto como lo ama, que me hace aborrecerlo o querer practicarlo tanto como lo leo, despacio y con el corazón alterado... La traducción de este librito, además,  la ha hecho una mujer preciosa, mi amiga Elisabeth Falomir Archambault y no sé si ese dato le da un grado más de sensualidad al texto, o qué...

Hay muy pocos libros que me pongan cachonda, decía, los cuentos eróticos de Anaïs Nin... o Sade... o Nabokov... o esos títulos infames que a veces publicaban en la colección La sonrisa vertical... o incluso algunos pasajes de la obra de Bolaño... Después de todo Lolita secreta se lleva el premio en esta lista.  Creo que es una verdadera joya. Leedlo con cuidado, por favor. Y disfrutad. 

19 mayo 2012

Cánceres en los árboles.


Cánceres en los árboles
Begoña Callejón

Los gatos están dormidos pero algo se arrastra por el piso algo que quizá soy yo pero os juro que no me he drogado os juro que sólo estoy asustada porque vuelvo a ser yo os juro que he hablado con él y que no tengo miedo tengo susto el susto de soportar el cuerpo como una carga pesada llena de árboles y de cánceres el peso de la familia al volverse estúpida el peso de lo feliz de mis facciones cuando estoy con vosotros cuando el sexo dura eternamente sí sí sí cómo nos gusta que los gatos duerman porque nosotros estamos despiertos arrastrándonos y despiertos.

14 mayo 2012

Todo lo que quería decir.


Y entonces llega el vacío. Porque durante un momento ha estado el cuerpo, pero luego llega la nada. Y entonces H. escribe algo que luego publica. Algo que ahora recuerda. Algo que ahora no duda en volver a escribir:
Durante un momento, está el cuerpo. Es poco, pero aún es algo. Un lugar. El cuerpo sin vida, inerte, falaz. Es poco, pero algo hay. aún. Un hogar cerrado, clausurado. Un origen desvanecido.
Durante un momento, el cuerpo es lo que queda. En el cuerpo está todo, aunque ya no quede nada, aunque sea sólo un cuerpo.
Luego, el cuerpo deja de estar. Y entonces llega la nada. Ya la nada no es nada más que nada. Ausencia pura. Inasible, intangible, inimaginable.
Luego, algo más tarde, el cuerpo que ya no era nada deja de ser del todo. Y sólo queda la nada. La nada donde está el todo.
Y es el todo el que nos abruma. El todo de la nada... que revienta la memoria y hace trizas las palabras.
Miguel Á. Hernández -Navarro

Hace unos meses fui a una librería y vi un libro que no me compré. Poco tiempo después volví a esa misma librería con dinero en la mano preparado para ser gastado… pero el libro ya no estaba. Sólo recordaba su disposición en la mesa y su portada. Había puntos suspensivos y el título recordaba a uno de Barthes… pero no… ya no estaba y no sabía cómo volver a pedirlo.

Pasó el tiempo (ahora vuelvo a Barthes*) y llegó el doce de mayo de este año, esto es, este sábado, y entonces Unai Velasco, Ana Elena Pena y yo nos encontramos con Marisol Salanova y Javier Castro en Murcia, para desarrollar las jornada a la que habían llamado “Perfopoetry” pero que tuvo más de “Poetry” que de “Perfo”. Los invitados y el público entramos en una encendida e interesantísima discusión sobre lo que es la Performance, la Poesía, el acto de la lectura, la puesta en escena y la validez de ese concepto que a ninguno de nosotros nos terminaba de cuajar, la Perfopoesía: terreno complicado este, en donde aún quedan cosas por explorar y definir, pero siempre partiendo de esa dificultad de establecer los límites entre géneros, qué funciona y qué no funciona, qué es bueno y qué es horrendo, etc.

De entre el público (en el que se encontraban mis papis también) surgió una voz, la de Miguel Ángel Hernández-Navarro, cuya aportación fue genial, sin duda. Él es gran lector, conocedor de la literatura actual y del arte y según su opinión el término Perfopoesía acababa resultando peligroso, y evocaba casi la idea del Huevo Kinder. ¿Dónde empieza el chocolate y dónde acaba el regalo… o viceversa? Al final, como suele pasar en estas cosas, no llegamos a ninguna conclusión clara, sin embargo había allí una nube de pensamiento generalizada, como la repulsión al “todo vale” o el interés hacia  las ganas de investigar el terreno de la puesta en escena del género poético.

A Miguel Ángel Hernández-Navarro lo conocí mejor por la noche, en un bareto del centro de Murcia, en donde hablamos de todo un poco. Coincidíamos bastante en gustos literarios. Tavares forever. La primera novela de Patricio Pron. Algunos americanos. Ben Lerner, sí, Ben Lerner a tope. Y otras cosas. *Es aquí donde vuelvo a Barthes, pues al final de la loca noche, con penes de plástico encima de la mesa y una mujer con pajarita danzando por allí, MAHN me regaló sus libros, uno de los cuales era aquel libro. Sí. Aquel libro que yo había estado buscando hacía un tiempo. Aquel libro que bien podría ser homenaje a Barthes (y a tantos otros, claro, a tantísimos otros). Aquel libro confesional y crudo. Durísimo. Hermoso. Cuaderno […] duelo (Nausicaa, 2012).

Cuando llegué a casa de Marisol y Javier me puse a leerlo, era muy tarde pero avancé. Era como si ya lo conociera de antes, quizá por esa historia de amor imposible que había tenido anteriormente con la publicación. ¿Ensayo? No. ¿Diario? No. ¿Novela? No. ¿Poemario? No. No sé. No sé qué es este libro que ahora reposa en mis rodillas mientras escribo. No sé qué es pero me ha conquistado: la sinceridad, la reflexión sobre la literatura, sobre cómo ayuda o cómo nos invade la literatura en determinados momentos de nuestra vida, quizá los más crueles: la muerte, la enfermedad, el descubrimiento de la soledad, la literatura como terapia... todo ello entre citas, referencias y, sobre todo, entre vísceras con las que el autor termina creando una suerte de guía para la buena escritura como autobiografía descarnada.

Cuaderno […] duelo es un libro lleno de sentencias contundentes, de esas que dan ganas de citar, de subrayar. Absténganse a leerlo quienes adoren el arte del subrayado con lápiz, pues se les desgastará rápido la punta. No exagero. Me ha encantado. Y, bueno, eso es todo lo que quería decir.

Rondar las periferias sobre el tren fantasma.


Foto: Ana Santos

Murcia, 12- mayo- 2012. 

La periferia nos hizo felices. Poco importaba allí quién follaba a quién, quién era anónimo de quién, o cuántos corazones nos odiaban. Quizá porque donde hace calor el cerebro sólo se preocupa de encontrar la manera más fácil, más correcta, más limpia... la... manera... o... sí... para que la sangre no se evapore...  

Volver a la periferia. Creer que el tren chocará contra el mar. Creer que has vuelto a la periferia pero ya no había mar. Performático mar. Rostro mar. Los patos furiosos invadieron el museo donde recitábamos desnudos. La periferia era el descanso. Poco importaba allí quién hacía daño a quién. Quién me hacía. Quién me hacía daño. 

Él dijo entonces: esto es glorioso. O quién. La periferia. 

11 mayo 2012

Que se muera el verano.


Comienzan a desaparecer los dientes. Se caen, trozo a trozo, como uñas de gato, como uñas. Comienza a desaparecer el cabello. Los hombres de la calle tienen la tierna sonrisa del retrasado mental, enfermísimo y sin casa, enfermísimo y con rostro. Es el tiempo de la alergia, hay que lavar la arena, convertirla en polvo. Hay que amansar al animal que sigue enfrentado a las arañas. Es el tiempo del sexo. En verano todo duele un poco más y hay que ducharse. Pero las mantas siguen ahí. Las manos siguen. El sexo sigue con la tierna sonrisa del retrasado mental. ¿Has visto? Yo también puedo ser cruel. Aunque me esconda. Yo también puedo ser cruel. ¿Has visto? Te he arañado. Yo también puedo ser. Yo también puedo ser un gato. 

10 mayo 2012

Las chicas de las portadas son hermosas.

Leo "aquí todo es amor" donde pone Aquí todo es mejor. Leo. Las chicas de las portadas son hermosas y por eso leo. 

08 mayo 2012

Ninguna voz es la mía (VI): we don’t care if you don’t like us.

Así... más o menos, así pasó y así lo escribí ojerosa, pero es todo mentira, pero la foto me encanta. ¿Habéis visto qué bonicos estamos? Falta Ibrah en la foto porque él es narrador, sucio, y no se junta con nosotros, sucio, y yo en Madrid lo echo de menos, pero leed esto porque todo fue más o menos así. La Fucking Crew crece. La Fucking Crew somos todos. 

06 mayo 2012

Todo poeta es un sismógrafo.


Cadenas de Búsqueda es el nuevo poemario de Javier Moreno, publicado por El Desvelo. Creo que lo he leído casi todo de Javier. Al menos casi todo lo que ha publicado, que no es poco, tanto de poesía como de prosa y por eso también creo que puedo permitirme decir que dentro de su trayectoria este es un libro menor. Me interesa mucho su obra y me interesa mucho su persona. Y digo esto porque su obra es su persona. Quizá es que venga obsesionada del festival “Primera persona” y de tanto debate a propósito del yo, etc, pero creo que Javier Moreno construye con sus libros la idea del texto como un órgano del escritor. Cadenas de Búsqueda es un catálogo de obsesiones inconexas entre sí, o más bien conectadas por una finísima línea que nos balancea entre la idea de lo efímero de la Belleza, la desaparición de la identidad y la visibilidad de la muerte. No diría que lo que aquí leemos son poemas tanto como ocurrencias, pequeños pensamientos versificados e irónicas sentencias sobre la vida moderna. Un catálogo de obsesiones que no viene sino a completar lo que ya nos mostró el autor en Alma, la novela que publicó el año pasado en Lengua de Trapo, donde las buenas ideas y la poesía sí que latían fuerte. Casi con tanta fuerza como la que desprendía su mejor libro, en mi opinión, hasta la fecha, el genial Acabado en diamante (La Garúa, 2009) donde quizá el verso era más difícil, más incomprensible pero comprensible, más fugaz pero duradero, más como el Javier Moreno que yo quiero leer y que de vez en cuando aparece entre las páginas de Cadenas de Búsqueda, como puede ser en los poemas “Manual de pesca”, “Gimnasia pasiva” o “La tensa espera”, entre otros, en donde queda fuera lo vacío de lo anecdótico y se da pie a una reflexión poética, casi filosófica, sobre las cosas más pequeñas que rodean al ser humano, esto es, sobre las que más importan al hombre, las más intensas y las que componen, en definitiva, su mejor literatura.

02 mayo 2012

Que vienen Brooks y Home.

NOTA INFORMATIVA: Los próximos viernes y sábado en Barcelona podremos disfrutar de dos escritores maravillosos (Ben Brooks y Stewart Home) que, entre otros artistas renombrados y bellos, actuarán dentro del evento que Miqui & Kiko llevan tantos meses preparando. Se trata del Festival Primera Persona. No quepo en mí de  la felicidad cachonda que ahora mismo siento. ¡Allí os espero!

Nosotros los animales.

Lo que a continuación os copio es un fragmento de una de las novelas más bonitas que he leído últimamente. Y cuando digo bonita digo bonita. Una novela sobre la infancia, sobre la crueldad en la niñez, sobre la pobreza, sobre los años ochenta o principios de los noventa a las afueras de Nueva York. Una historia familiar y bestial y brutal escrita por Justin Torres, desconocido hasta ahora en nuestro país pero alabado ya por la crítica en el suyo. Su prosa me recuerda en este libro a un extrañísimo cruce entre Los hermosos años de castigo de Fleur Jaeggy y el genial Junot Díaz. Mirad qué fluidez y qué poesía. Mirad cuánto ruido y cuánta sangre:

QUERÍAMOS MÁS

Queríamos más. Aporreábamos la mesa con los mangos de los tenedores hacia arriba, golpeábamos los cuencos vacíos con las cucharas; teníamos hambre. Queríamos más volumen, más alboroto. Girábamos el botón del televisor hasta que nos dolían los oídos con el vocerío airado de los hombres. Queríamos más música en la radio; queríamos ritmo; queríamos rock. Queríamos músculo en nuestros flacuchos bracitos. Que nuestros huesos de pájaro, huecos y endebles tuvieran más densidad, más peso. Éramos seis manos ávidas, seis pies zapateando el suelo; éramos hermanos, varones, tres pequeños reyes en eterna discordia, siempre pidiendo más.

Cuando hacía frío, nos peleábamos por las mantas hasta hacerlas jirones. Cuando hacía frío de verdad, cuando el vaho se escarchaba al salir por nuestra boca, Manny se metía en la cama con Joel y conmigo. 
-Calor humano -decía.
-Calor humano -conveníamos.

Queríamos más carne, más sangre, más calor.

Cuando nos peleábamos, recurríamos a las botas, herramientas, alicates; nos abalanzábamos sobre lo primero que encontrábamos y lo lanzábamos por los aires; queríamos más platos rotos, más cristales hechos añicos. Más estrépito.

Y cuando papá llegaba a casa nos llovían los azotes. Los redondos cachetitos del trasero se nos despellejaban: rojos, en carne viva, desollados a correazos. Nosotros sabíamos que más allá del dolor, más allá de aquel escozor, había otra cosa. Una intensa quemazón irradiaba de nuestros muslos y nuestras nalgas, el ardor ascendía hasta consumirnos los sesos, pero sabíamos que había algo más, que papá pretendía llevarnos a algún lado con todo aquello. Lo sabíamos, porque papá se aplicaba en la tarea con meticulosidad, con precisión, sin prisas. Estaba despertándonos; estaba llevándonos más allá de aquel dolor y de aquel desgarro, y a ese lugar no se llegaba precipitadamente.

Cuando papá se iba, los tres queríamos ser padres. Cazábamos animales. Bregábamos entre el cieno del arroyo, a la búsqueda de ranas toro y culebras de agua. Arrancábamos a las crías de tordo de sus nidos, por el gusto de sentir el latido de sus minúsculos corazones, el forcejeo de sus minúsculas alas. Acercábamos sus minúsculas cabezas a las nuestras.
-¿Quién es tu papi? -les decíamos, y luego, entre risas, las dejábamos caer en una caja de zapatos.

Siempre más, siempre con ansia de más. Pero había veces, momentos de paz, cuando mamá dormía, cuando llevaba dos días sin haber pegado ojo y cualquier ruido, cualquier crujido en las escaleras, cualquier puerta al cerrarse, cualquier risita ahogada o simple voz podía despertarla, en aquellas mañanas sosegadas, cristalinas, cuando deseábamos protegerla, proteger aquella confusa cabeza de chorlito, a aquella mujer calamitosa, extremosa, con sus dolores de espalda y sus dolores de cabeza y su cansancio, su extremo cansancio, aquella criatura desarraigada de su Brooklyn natal, aquella mujer sin pelos en la lengua, siempre con lágrimas en los ojos cuando nos decía que nos quería, su amor ambiguo, su necesidad de amor, su calidez, en aquellas mañanas cuando la luz del sol encontraba los resquicios en nuestras persianas y se tumbaba sobre la moqueta formando nítidas franjas, en aquellas mañanas tranquilas cuando los tres nos servíamos por nuestra cuenta los copos de avena y nos despatarrábamos boca abajo con papeles y colores, con canicas que procurábamos no entrechocar, cuando mamá estaba durmiendo, cuando el aire no olía a sudor, aliento o mojo, cuando en el aire había paz y luz, en aquellas mañanas cuando el silencio era nuestro juego secreto, nuestro regalo y nuestro único logro... entonces queríamos menos: menos peso, menos trabajo, menos ruido, menos padre, menos músculos, piel y pelo. No queríamos nada, nada más que eso, solo eso.
Justin Torres, 
de Nosotros los animales (Mondadori, 2012)

01 mayo 2012

Salvarse y cómo.

Lo dijo un día le 
horrorizaba mirarse en los espejos y ver
sólo el fondo del océano verdoso
algas cadáveres de pez espada
todo en calma. Se ahogaba.
Ana María Moix

Poemas de sus veinte años, parecidos a cualquiera de las voluntades que a veces gasto. Los poemas de los veinte años serán así. Así de crueles. Citas entonces la pastilla de la felicidad. Recuerdo haber leído a Proust: la lectura cura al enfermo, pero no creo que Proust contemplara la poesía. No lo creo. Últimamente padezco terrores nocturnos. ¿Sabéis? Aunque la vida sea hermosa. Aunque esté llena de flores. Aunque folle y ría y salga: los terrores vienen en la noche. Como un océano de responsabilidades. Como una cresta de poesía salada. Como un chorro de creatividad descontrolado que duele al teclear. Que duele al leer. Que engaña al dormir. Que mata al pensar.