28 octubre 2013

Para saber sanar hay que saber enfermar (y otras cosas que nunca aprendo de esta vida).


Los enfermos empezaron a apelotonarse y a quedarse en sus casas. Había enfisema. Había pulmones maltrechos. También asma, bronquitis y toses. El aire era tan espeso que lo llamábamos la pasta. Enredados en las ráfagas de aire venían manojos de pelos sueltos. Serpentinas rubias o bien negras robadas de cabezas magulladas. Las células atascaban las chimeneas y surcaban las veladas. Aunque la tele volvió a cortarse por culpa de las interferencias, los hombres de la radio describían la catástrofe hasta cuando dormíamos: edificios enteros de apartamentos arrasados por las escamas de piel; estadios de béisbol llenos hasta arriba; superficies de lagos y océanos cubiertas de una capa tan densa que se podía caminar enteramente sobre ellos. Los penachos de materia en polvo flotaban sobre nuestros jardines. Batían contra nuestras ventanas, haciendo ruidos de bajo. Aprendí a respirar con bocanadas más cortas. El calor de la incubadora subió tanto fuera que te deshacías en sudor, y luego volvió el polvo. Incrustándose en los ojos. Taponando las narices. Una noche, finalmente, el techo de mi sala de estar sucumbió bajo todo aquel peso. Y a menudo lamentaba no haber estado allí, en alguna parte, bajo todas aquellas escamas.
Blake Butler
en El atlas de la ceniza

27 octubre 2013

Para saber comer hay que saber cocinar (y otras cosas que nunca aprendo de esta vida).

El gato que huele a mojado también huele a carne. El gato de las encías rojas, rojísimas, llenas de azúcar. Aprendo a combinar los sabores: el higo aquí, el queso aquí, la pera, la manzana, el tiempo de su cocción. Aprendo porque no tengo nada salvo este espacio: la manta aquí, el teclado aquí, los libros, mi cuerpo, los dientes rojos de los gatos. 

El suelo que huele a mojado también huele a café. Me empeño en esconder las baldosas. Que nadie las vea. Que nadie las huela. Me empeño en no tener secretos: no aguanto los problemas de los otros. No aguanto que me pese o que me duela el jodido secreto de los otros. 

Así trabajo y así cocino. Así solo trabajo y así solo cocino. Hay alcohol en los dientes de los gatos. El cachorro que me muerde parece un ciervo. La amistad que me conmueve contiene frases sencillas: hablamos de monedas, de pelajes, de maternidades tiernas. 

Ya no sé qué más decir. Ya no sé qué más lamer. Ya no sé qué más mezclar.

Combino con gran acierto los sabores de mi pereza.  

23 octubre 2013

Estoy gritando.


we’re here/ quiet dancing in london still/ you are like a tulip when there are tulips behind you and i can’t decide what/ you’re like Crispin Best


En casa de Sylvia Plath
Estoy sentada con Gabby, Lucy y Johnny en una plaza silenciosa, justo al lado de una de las casas en las que Sylvia Plath vivió en Londres. Según dice la placa, lo hizo entre 1960 y 1961. No es la casa en la que se suicidó, pero el color morado de los muros y el jardín otoñal la convierten en un espacio irremediablemente suyo. Estoy sentada y suena Get Lucky en una especie de homenaje extraño, demasiado extraño: ninguno tenemos 3G en el móvil y no podemos buscar sus poemas para leer en voz alta. Así que optamos por Daft Punk, aunque nada tenga que ver. El sol se esconde, sale, se esconde, sale de nuevo. Es domingo en Camden Town y al otro lado de la calle nos esperan restaurantes, tiendas, las últimas horas de un fin de semana perfecto en la ciudad carísima. 

Johnny Bryan, Gabby Bess y Lucy K. Shaw
El viernes 18 de octubre me levanto a las 3.15 de la mañana para llegar al bus N117 que me llevará al aeropuerto. Odio los aeropuertos, me ponen nerviosa. Los odio porque son caros y cansan. Sólo en el bus y en el desayuno ya me he gastado casi 7 euros. Mi estómago acaricia el donut que acabo de engullir, y desea no volver a pasar hambre hasta que al fin lleguemos a nuestro destino. En el avión me quedo dormida, con el cuello torcido, como si fuera de goma. Llego a Londres a las 8 de la mañana (de allí) y no podré entrar a mi habitación de hotel hasta las 3 de la tarde. Dejo la mochila. Oculto con crema mis ojeras y salgo a la calle sin rumbo alguno. Afortunadamente tengo buena orientación. Creo que el río está por allí. Creo que eso es el norte, y eso el sur, y gracias al cielo aún me queda algo de batería en el iPhone para tratar de robar algo de WiFi en las maravillosas cafeterías de la ciudad. Camino. Camino. Camino. Las calles aún están como desperezándose y a las 10 de la mañana ya me he comprado un vestido en Urban Oufitters y unos zapatos en Top Shop. Me niego a entrar a American Apparel y a otras tiendas que me vuelven loca y me llevarían a la total pobreza a tan solo unas pocas horas de haber pisado la ciudad cara. Entro a Pret à Manger y pido un bocata de aguacate. Me sorprende la cantidad de opciones vegetarianas que hay en sus menús. Bebo un zumo raro. Maldigo a los enchufes británicos. Al fin un poco de WiFi. Digo hola a Ibrah. Termino el bocata y me encamino al Big Ban. Cada vez hay más turistas y me siento incómoda. Prefería la tranquilidad de Warren St y el olor del aire vacío que azotaba al barrio a las 9 de la mañana. Camino. Camino. Camino. Una vez en Picadilly, después de haber visto plazas, monumentos y cientos de edificios que estoy acostumbrada a encontrarme en series y películas, me llega algo de WiFi y logro comunicarme con Lucy, Gabby y Johnny. Al fin y al cabo, lo más interesante de este viaje no era la ciudad cara (soy la peor turista del mundo, detesto mirar por mirar, sobre todo si no tengo con quién hacerlo), sino mi encuentro con los jóvenes poetas que venían como yo invitados al 89plus Marathon que se celebraría al día siguiente en la Serpentine Gallery de Hyde Park. ¿A qué hora nos vemos ? (Mi inglés es horrible). Pues estamos en el Tate. Qué lejos. ¿Cuándo vas al hotel? Ahora a las tres. Allí nos vemos. Sí. Allí nos vemos. Estoy nerviosa. Mi acento y mi nerviosismo me delatan. Pero quiero verles. Quiero ver a mis amigos. Todos ellos son poetas a los que he leído a través de Internet, gente de la Alt Lit. Gente que viene de Estados Unidos, Canadá o el mismo Reino Unido. Gente a la que he leído y releído. Gente como Gabby: una de mis musas. Trato de volver al hotel sin tomar el metro pero me pierdo. Son las tres. Me dan mi tarjeta. La habitación es una pijada, pero no tienen WiFi. ¿Y no se supone que venimos a un encuentro de la "generación de Internet"? ¿Qué hacen alojándonos en un hotel sin WiFi? Una ducha. Me cambio. Pago 7 euros por una hora de conexión. Me escribe Crispin Best que está en la habitación de arriba con Gabby y los demás. Respiro. Respiro. Respiro. Ensayo nerviosa un saludo que no quede muy ridículo con mi ridículo inglés. Subo. Me abre Lucy, más guapa aún que en las fotografías que desde hace un tiempo vengo viendo de ella en su tumblr. Nice to meet you. Nice to meet you. Nice to meet you. Aquí nadie da besos. Pero yo les abrazo a todos. Pronto quedaremos con Sophie Collins y Sam Riviere. Mientras tanto bebemos vino en vasos de Starbucks. Soy silenciosa. Me siento bien. 

El primer vino
Sophie Collins (1989) poeta de Reino Unido, con orígenes holandeses. Es autora de una plaquette que edita junto a un grupo de amigos. Editora de Tender Journal, feminista, tatuada, de una piel blanquísima y fina. Está casada con Sam Riviere y son la pareja más entrañable del mundo.

Sam Riviere (1981) posiblemente el poeta joven más importante de Reino Unido, tiene un libro en Faber & Faber que estoy deseando leer y que ha cosechado grandes reseñas en el mundo anglosajón. Parece inteligente. Es inteligente. Me sorprende su timidez y me encanta ver cómo baila con Sophie en la fiesta a la que iremos más tarde. 

Gabby Bess (1992) una de mis poetas jóvenes preferidas de la que ya os he hablado aquí y en algunos medios como Barcelonés. Es divertida, delgada, baila mucho y su libro Alone with other people debería estar ya traducido al español. 

Lucy K. Shaw (1987) editora de Shabby Doll House y autora de poemas y relatos que aparecen en numerosas antologías. Viene de Canadá, aunque yo no lo noto en su acento. Me invita a descargarme Snapchat y cuelga fotos en Are you screaming? Me cae fenomenal. Volvemos al hotel en taxi. Abrazadas. 

Johnny Bryan (1988) es profesor de inglés en París aunque viene de Seattle y prefiere Brooklyn por encima de todo. Hablamos en francés y es la única persona con la que comparto gustos musicales. También escribe. En la fiesta del sábado nos leería uno de sus poemas en el cuarto de baño. 

Crispin Best (1989) lo conozco desde hace tiempo porque es uno de los mejores amigos de Ben Brooks. No me extraña, es un tío genial. Durante su lectura de poemas lee un texto largo que hace reír a todo el mundo y que recuerda más a la literatura americana que a la inglesa. Nos lleva por la ciudad como a ovejitas. Nos enseña los pubs, las fiestas, las drogas. Siempre me voy antes que él de todas partes. Me pregunto cuándo dormirá Crispin Best. 

Harry Burke (1989) ahí donde lo ves, sí, con esa sudadera grande y las deportivas. Ahí donde lo ves él es quien ha organizado todo esto. Cuando los organizadores de 89plus le llamaron para preguntarle por jóvenes poetas, él dio nuestros nombres. Ahí donde lo ves, editor, crítico, poeta, tan joven. Lo conozco en el chino. Le veo llorar porque toda la comida es tan picante. Le veo recitar con resaca. Le veo feliz porque todo esto es una locura y al final ha conseguido reunir a toda esta gente. 

Y luego Racher Allen, Natalie Chin, Alex McDonald, Livia Franchini, Katrice Dustin, Tom Dinsdale, Joe Mac, Dan Hogan, Stacey Teague, Kate Shaw... Todos absolutamente simpáticos conmigo, muy lectores, muy creativos, muy divertidos. Alucinantes. 

En casa de Natalie Chin
Gabby, Natalie, Stacey y Johnny leyendo poemas en el baño
Kate y Katrice
Lucy, Gabby, Stacey, Natalie, Joe y yo
No volveré a hablar del proyecto 89plus porque ya lo hice hace poco en SModa y en este mismo blog. Resumiré el evento diciendo que es increíble cómo curadores tan importantes se han interesado en una generación tan incipiente y aparentemente loca como esta. Mirando a los artistas seleccionados (no sólo los escritores), uno advierte una cantidad de selfies, de yoes y de autoparodias infinitas. Eso me gusta. Me gusta porque "con el yo de nuestra generación, todos podemos reconocernos, el yo es universal", dicen en una de las micro-conferencias. El maratón se sucede y escucho a artistas vestidos de punk, a informáticos, fotógrafos, cantantes... Me dicen que Nicolas Jaar está por ahí y creo verle al fondo, pero no estoy segura. Lamento haberme perdido tu concierto, Nicolas. Aquí tienes a una mala fan. A quien sí veo es a Douglas Coupland. Todo está muy bien organizado y entonces le toca el turno a los poetas. Yo leo Museo de cánceres en español, aunque piense que nadie va a entenderlo, creo al final lo comprenden, porque declamo y noto cómo me miran fijamente. Sam Riviere lee la versión en inglés que tradujo Kevin Cole hace unos meses y me dan escalofríos porque lo lee despacio y casi puedo reconocerme. Hay personas que ríen y otras que aplauden. Más tarde algunos compañeros me felicitan y Hans Ulrich Obrist me dice que se ha reído mucho con el "cáncer de Enrique Vila-Matas", y que es muy amigo suyo, y que le salude cuando lo vea en Barcelona (pero yo nunca veo a EVM). Escucho a mis compañeros. Todos son geniales. Rachel Allen me sorprende especialmente. Se me olvidó decírselo, pero estoy deseando leer sus poemas potentes. Recita con una voz dura. Con un acento del sur que hace que cada palabra explote. Ella, Sam, Sophie y Harry se van a otro recital. No volveré a verles. Ahora lamento no haber podido hablar más con ellos. Yo también me marcho, esta vez a dormir. En los últimos días habré dormido 4 horas en total. Tengo hambre y necesito una siesta. Me despido de todos hasta la noche. Me tomo una foto con ojeras con el jardín de fondo. Ducha. Ducha Ducha. Cansancio. Ducha. 

Gabby, Harry, Rachel  y Crispin en Serpentine Gallery
Selfie campestre
El primer día, decía, me comí un bocata vegetal, después una galleta de chocolate, por la noche fideos chinos, berenjenas y tofu (en un restaurante de un barrio alejado del centro, todo lleno de extranjeros, hipsters vagabundos y bares raros), después desayuné tostadas, tomé un poco de arroz, algo de sushi vegetal de un fast-food japonés que había al lado del hotel, y a las tantas de la mañana la ensalada de calabaza de Natalie y una manzana del manzano de su jardín, luego desayuné un capuccino, comí una hamburguesa en pan de pita vegetal y cené en el Pret a Manger del aeropuerto un wrap vegetariano envuelto en algas y un "vasito de proteína" hecho de huevo y espinacas. Es curioso, pero todos los poetas que conocí en Londres eran vegetarianos o veganos. ¿Será esta dieta, acaso, lo que realmente daesentido a la generación de la Alt Lit? ¿Nuevos escritores con estómagos verdes? 

Bebida molona
Crispin y Sam en el restaurante chino 
En una cafetería bonita cerca de la casa de Plath
Me gasté mucho dinero en la ciudad cara, comiendo, bebiendo, comprando, buscando Internet... Me gasté mucho dinero pero mereció la pena la experiencia porque como ya pasó hace un mes en Rumanía, vuelvo con un montón de nuevos amigos, de lecturas pendientes y de imágenes inolvidables en mi memoria. Las casas preciosas, la lluvia finísima, los partidos de fútbol en el parque, la música de Demarco mientras todos hablaban drogados, las autofotos que nos enviábamos por las mañana para saber dónde estábamos, las lágrimas con la comida picante, la música de la fiesta en casa de una desconocida, las medias de colores de las niñas modernas, la mezcla de acentos, el olor a comida por la calle, los cafés enormes, el vino dulcísimo, el poco tiempo del que disponíamos para conocernos, el cruce de caminos, el no saber si algún día volveremos a encontrarnos... Seguro que sí.

Suburb that friends come and leave
Suburb that friends come and leave
but that
that is enough.

No matter, suburb.

[Suburb fierceness at interviewer]

Suburb, happiness isn't based in properties.

Suburb I'm alone.
Suburb I'm bleak.
Sophie Collins

Screaming

15 octubre 2013

Elogio de la destrucción: post críptico a propósito de algo emocionante que aún no puedo contaros.

Sylvia y Ted vuelven a mirarme desde la pared: ¿vas a salir así?, me dicen, ¿con esa cara?, me dicen, ¿de verdad que vas a salir de aquí?, me dicen, ¡si tu sitio está con los gatos!, me dicen, ¡si tu sitio está con la escoba!, me dicen, ¡si tu sitio está con el hambre!, me dicen, y yo me sostengo el estómago y encuentro a dos voces que vienen de lejos y me recuerdan que algún día escribí un poema sobre cigarrillos y ajo, o que el Raval sigue siendo un lugar propicio para las historias de amor, o que no hace falta preocuparse de los egoístas. Me miran desde la pared: ¿con esa cara? sí con esa cara y junto a él y mira cuántos libros... Pero bueno. Ejem. Espero que no entendáis lo que digo.
Con eso me basta.

12 octubre 2013

Una fiesta dentro.

-Sabes, esos anuncios de medicamentos eran, no sé, los gérmenes parecían cosas vivas con voces y personalidades.
-Ah.
-Sería tremendo que de verdad fuera así. Que sintieras los quistes a punto de reventar y luego oyeras una voz rara y notaras como si empezaran a hacer una fiesta dentro de tu cara y por todo tu cuerpo y nunca se fueran.
Sam Pink

11 octubre 2013

El claroscuro del pingüino, de Mary Jo Bang.

Todos los errores insignificantes de la vida.
Tomemos esos cables y veamos cómo funciona.
Así. Como si se pudiera hacer.
Mary Jo Bang

Ya ha salido de imprenta este libro alucinante de Mary Jo Bang, una antología poética bilingüe, seleccionada y traducida por Patricio Ginberg y Aníbal Cristobo, editor de la colección Kriller71ediciones. La poesía de Mary Jo Bang es una caja de sorpresas, cada libro es distinto, extraño, limpio, explosivo. Todo su imaginario recuerda a un viaje alucinado (como el que emprendió su querida Alicia), y leerla en En claro oscuro del pingüino es además una experiencia bien distinta (y quizá más intensa) a la de hacerlo en Elegía, su libro más conocido, publicado hace un par de años por Bartleby. En el prólogo me empeño en llamarla maga: porque su magia es negra, y es blanca, y es de mil colores. Pero también me empeño en reivindicarla como una de las voces a las que los jóvenes poetas más deberíamos prestar atención. Muchas gracias Mary, Patricio, Aníbal, por este regalo. 

09 octubre 2013

Miley vs. Tavi (o algo a propósito de la 89plus).

El sábado pasado apareció mi columna mensual en S Moda, el suplemento de moda de El País (se puede leer pinchando aquí). Es esta ocasión quise hablar de un movimiento que me parece tremendamente interesante: 89plus. Una red de artistas, fotógrafos, escultores, arquitectos, diseñadores, pensadores o escritores que viene avalada por Hans Ulrich Obrist y Simon Castets, dos grandes curadores que se han lanzado a la difícil tarea de apoyar a una generación que aún está asomando la cabeza, pero que en muchos casos ya es tangible, y cómo. 

Entre todos sus eventos, los próximos días 18 y 19 de octubre, se celebrará en Londres el 89plus Marathon, en la famosa Serpentine Gallery. Me hace muy feliz asistir como invitada en la sección de literatura, y poder estar con amigos a los que tanto admiro y de los que ya os he hablado en este blog o en las redes, como Ben Brooks, Sophie Collins, Gaby Bess, Harry Burke y Crispin  Best. Aquí está el PDF con toda la información, e imagino que pronto irán subiendo más cosas. Me consta que Serpentine Gallery está preparando una publicación con muchos más nombres, y que pronto podremos verlo. Si os interesa el proyecto, no dejéis de seguirles. 

Como dije en el artículo, todo esto es motivo de alegría: saber que instituciones tan importantes dan cabida a voces tan nuevas, y que artistas tan renombrados abren los brazos a una generación que aún está dando sus primeros -aunque firmes- pasos. Porque lo mejor, al final, es eso: que queda tanto por hacer... que ganas no nos faltan. 

08 octubre 2013

Las hembras feas.

Uno de los grandes logros de la cultura es habernos convencido de que las hembras de nuestra especie son más bonitas que los machos. Todo el reino animal -e incluso el vegetal- es un ejemplo sostenido de cómo los machos son más vistosos que las hembras -la melena de un león, la cola de un pavo real, los colores de un faisán, los colmillos de un elefante, el tamaño y la fuerza de todos-; se precisaba mucho esfuerzo de construcción imaginaria para terminar creyendo que un cuerpo redondeado y bajo con dos colgantes en el medio del pecho, con escasez de vello y abundancia de grasa, con bolas en las asentaderas, es más apreciable que un cuerpo musculoso y alto, bien provisto de pelos, sólido, elástico, potente. Alguien dice que es una prueba retorcida del poder masculino: desde el momento en que el hombre tuvo la potestad de elegir su pareja sexual debió imponer la idea de que belleza era eso que encontraba en ella: razones para su elección. La explicación resulta, supongo, tan falsa y verdadera como todas.
Martín Caparrós 
en Comí (Anagrama, 2013)

02 octubre 2013

¿Mi generación no quiere ser mamá?

Aleksandra Waliszewska
La semana pasada PlayGround editó un "especial maternidad" en donde César Rendueles nos deslumbró a todos con su entrañable columna "Cinco razones por las que la paternidad se parece a una resaca memorable", y la periodista Sara Brito entrevistó a Carolina del Olmo, con motivo de la publicación de  su ensayo ¿Dónde está mi tribu? Por mi parte, colaboré con un texto doble en el que abordo la problemática (o la negativa) de ser mamá a los veinte años, y elaboro una pequeña lista de cinco títulos que me parecen esenciales para la biblioteca de toda mamá o aspirante. 

Así que si os apetece leerlo, podéis hacerlo aquí: 


Seguimos.