Megan Frauenhoffer
Lo
prometido es deuda y aquí os dejo mi reseña de lo que supuso para mí la lectura de
El encantador. Nabokov y la felicidad, un libro que leí este verano y que recomiendo a todos los seguidores de la obra de Nabokov. Ahora que Anagrama ha publicado su novela corta
Cosas transparentes, quizá la lectura de estos dos libros se complemente y sea grata para vosotros.
*
Hay escritores de los que
no sabemos nada y escritores de los que sabemos demasiado, y sin
embargo, por mucha información que tengamos de estos últimos,
acabamos por volver a no saber nada. Me explico. Hace unas semanas mi
padre me regaló un libro que sabía que yo ansiaba. Se trata de El
encantador. Nabokov y la felicidad (Duomo, 2012) de Lila Azam,
una especie de ensayo que mezcla el diario y la ficción, escrito a
base de capítulos muy cortos que bien podrían recordar a los posts
de un blog. En El encantador la autora se centra, como podéis
imaginar, en la vida del escritor Vladimir Nabokov, una de las más
grades figuras literarias de los últimos tiempos, así como de las
más enigmáticas. De él (de su obra y de su vida) se ha escrito
muchísimo, pero después de todo siempre acaba convirtiéndose en
uno de esos autores oscuros: sabemos tanto de él que en realidad no
sabemos nada. La propia Lila, estudiosa de su obra y apasionada por
la investigación de su intimidad, opina que nunca jamás sus
lectores alcanzaremos a imaginar cómo fue realmente nuestro querido
Vladimir. Para Lila, la autobiografía del autor titulada Habla,
memoria, no es si no un interrogante más en lo que a él
respecta. Parece que cuanta más información, más misterio se
genera alrededor.
Hablando del libro con mi
padre, le conté que su estructura era muy peculiar, y que a veces ni
yo misma sabía si se trataba de una novela o de un ensayo. Él me
preguntó si Lila Azam era capaz de distinguir su vida de la de
Nabokov, o bien, la ficción de la realidad, y le contesté que sí,
que en todo momento la autora marcaba perfectamente la diferencia
entre una cosa y la otra, aunque a veces incluso se entrelazaran. Mi
padre me habló entonces de un libro sobre fotografía de Joan
Fontcuberta en donde todas estas cosas se mezclaban y el lector ya no
sabía si lo que se contaba formaba parte de su investigación o de
su imaginación. ¿Cuánto de imaginación hay en una investigación,
y viceversa? Abrí El beso de Judas (Editorial Gustavo Gili,
2011) de Fontcuberta y encontré una sentencia que a primera vista
parece algo obvia pero que más tarde se podría relacionar con El
encantador para terminar de comprenderlo: Los creadores
acostumbramos a ser monotemáticos. Lo podemos disfrazar con
envoltorios de distintos colores, pero en el fondo no hacemos sino
dar vueltas obsesivamente a una misma cuestión. Al fin y al
cabo, tanto la historia de Lila Azam como la de Vladimir Nabokov
partían de este enunciado: la obsesión monotemática de cada uno
como motor y tesis del texto que nos concierne.
En El encantador
se relatan dos obsesiones (o incluso tres, pero eso vendrá más
tarde). La primera es la de la propia autora. Su fijación por la
obra de Vladimir Nabokov viene desde que tan sólo era una
adolescente. Aquí nos cuenta cómo nace su interés por él. Parece
ser que su madre lo leía en inglés, una lengua que ella aún no
dominaba pero que más aprendió casi para, entre otras cosas, poder
leer a Nabokov. ¿De qué va esto, mamá?, le diría, pues
esto aún no es para ti, cariño, contestaría la madre. Poco a
poco la vida de Lila Azam fue acercándole a la literatura del ruso.
Una serie de casualidades le llevarían a estudiarlo,a interesarse
por él y a “amarlo”, y puesto que las obsesiones nacen del amor,
Lila Azam tomó la decisión de comenzar este libro extraño. La
primera obsesión relatada nos lleva entonces a pensar que El
encantador es el libro de una “fan”. El libro que todos los
que hemos sido seguidores y fieles a un artista de esta talla
habríamos querido crear. Entrañable, divertido, atrevido. Las
confesiones de Azam son el máximo exponente de la inquietud que un
lector siente hacia su escritor favorito. La autora podría haber
optado por un ensayo rigurosísimo, o por una novela entretenidísima,
pero prefirió hacer este cóctel... y le salió de fábula. El
encantador, en este punto, ya no es un libro más sobre aquel
genial ruso, si no un libro necesario y único para su público.
La segunda obsesión que
encontramos es la de Nabokov: un hombre gris que coleccionaba
mariposas y que escribía novelas sobre un fantasma llamado Tamara
(ella era ellas) precursor de todo lo que más tarde amó, así
como detonador de todos los sufrimientos y deseos que su narrativa
destila. La obsesión de Nabokov era la de ser feliz, sí, ¿pero con
qué, con quién, o para qué? Ser feliz gracias a ese momento
delicado en el que la mariposa entra en la red -metáfora amorosa,
metáfora creativa, metáfora vital-. Su narrativa es la de los
grandes placeres y las grandes ideas, su narrativa se dibuja sobre
el laberinto sentimental que ha de cruzarse para llegar a ellas. Es
curioso que tantas veces se coincida en el pensamiento de que Tamara
(o Ada, o Dolores, o incluso el nombre científico de cualquier
mariposa) representen la obra de este misántropo y solitario
escritor. Dice Javier Marías que Nabokov padecía de insomnio
desde la niñez, fue mujeriego en ju juventud y fidelísimo
[discrepamos] en su madurez (casi todos sus libros están
dedicados a su mujer, Vera), y en conjunto quizá hay que verlo como
a un solitario. El mayor placer, la mayor dicha, los mayores éxtasis
los experimentó a solas: cazando mariposas, fraguando problemas de
ajedrez, traduciendo a Pushkin, escribiendo sus libros... Y todo
esto forma parte de la lógica de sus novelas e incluso a veces de
sus poemas, como algo que persigue en una interminable cacería.
La tercera obsesión que
aparece visiblemente en El encantador es la relacionada con un
nombre que acabamos de mencionar: el de Vera, su mujer, su amante, su
acompañante, su lectora, su ayudante, su mecanógrafa, su agente, su
chófer, su guardaespaldas, su pareja de ajedrez, su banquero
privado, su genio práctico, etc. Todo esto nos lo enumera Lila Azam,
pues muy sutilmente escribe este libro, o eso creo, para reivindicar
la figura de aquella mujer que entregó su vida entera a Vladimir
Nabokov, incluso cuando este le fue infiel, o incluso cuando tuvo que
dejar una posible vida literaria propia de lado. El encantador
se convierte a ratos en la historia oculta de Vera, otro personaje
que según cuentan quienes han leído más a propósito de ella,
también era obsesivo, también quería ocultarse y también resulta
cada vez más y más lejano. Vera es la obsesión de Vladimir. La de
Lila. La de ella misma. La de quien acaba este ensayo/novela/diario y
siempre quiere saber más.
Como dije un poco más
arriba, hay escritores de los que sabemos mucho pero no sabemos nada.
De los que se habla mucho pero no se ha hablado nada. Lila Azam habla
de Nabokov porque así lo desea y no para demostrar cuánto se puede
conocer de él. De hecho, podríamos añadir que a veces es mejor no
conocer ciertos detalles o pensamientos íntimos de la vida de los
autores, pues como vemos en el ejemplo de Nabokov: todo lo importante
ya estaba en su obra. Así, el libro de Azam es un ejemplo de
investigación y de imaginación, pero también una suerte de lección
sobre cómo ha de asumirse la literatura y cuánto placer puede
llegar a darnos. De hecho, para terminar, me permitiré un pequeño
lujo corrigiendo el título que la autora eligió para este libro: El
encantador. Lila y el placer. Vera y la dureza. Vladimir y esa
extraña felicidad. No lo dejéis pasar.