¡La Muerte es la madre del universo!
Allen Ginsberg
Uno.
Oporto (Junio 2014, con breve parada en Lisboa)
Si miro al
cielo gris lleno de gaviotas grises no puedo hablar de dolor.
He tenido
pesadillas con gatos y con dedos.
He soñado
que me arrancaba la piel para dormir mejor.
Las lecturas
tristes son imprescindibles mientras tanto tú y yo reímos y estuviste a punto
de hacerlo dentro por qué no lo hiciste
porqué.
Las gaviotas
grises. El río.
He venido
para comer pescado y tragar sucio vino. Escucha, hay forasteros y gorriones
gordos, hay agua dulce y de pronto un océano. ¿Iremos a la playa? ¿Temeremos a
los peces de largas espinas? ¿Nos culparán por comerlos sin piedad en tabernas
donde ya no azota la lluvia?
Emoji de un
ancla.
Y también
emoji de un corazón bombeando fría cerveza en la cama de una torre llena de
flores. Existen todas esas imágenes porque existen todos estos latidos.
Llevo días
sin escuchar a las sirenas.
Se estarán
sosegando.
Tendrán
pavor de los que ahora comemos mar como ávidos pájaros.
Dos.
Vuelta a Barcelona (Junio se acaba)
Piensa en
Naomi.
Imagina un
mundo en el que todas las madres estuvieran muertas.
Quién
quedaría. Quiénes quedaríamos,
¿las gatas
estériles de pelaje tricolor?
¿los hombres
de penes pálidos y arrugados?
¿las palomas
recién nacidas?
¿yo?
Piensa:
emoji de una gaviota defecando a cierta altura —quizá la de una iglesia, o la
de una farola apagada en la noche de Oporto— sobre mi cabeza ahora mojada,
viscosa, qué asco, digo, qué puto asco.
Piensa:
emoji de mi rostro lleno de placer de mi vientre deseando ser mamá y tú no.
Tú no.
Somos tan alegres. Nos hemos reído tanto. Hemos bailado entre sardinas y pasteles de
nata. Hemos bebido tanto.
Piensa: que
un poeta huérfano no es un poeta sino un artefacto cargado de pólvora caliente.
Ahora me
pregunto si los gatos eran más felices sin nosotros.
Aquí somos
todos estériles.
Aquí todos
estamos vivos.