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Hace un par de años se publicó uno de mis libros preferidos sobre la enfermedad, o uno de mis libros preferidos escritos por un narrador español actual, o uno de mis libros preferidos, así, en general, o de mis diarios preferidos -ya no sé-. Hablo de Diario del hombre pálido de Juan Gracia Armendáriz, publicado por Demipage, hermoso en forma y contenido, y altamente recomendable para los que quieran recibir una lección de... tantísimas cosas: descripción, gestión de las emociones -o de la intimidad-, o simplemente de lucidez. Hace menos tiempo, tan sólo unas semanas, salió a la luz lo que podríamos considerar la segunda parte de este diario (que en realidad es la tercera parte de un proyecto más ambicioso). Se titula Piel roja, y se puede leer de manera independiente a Diario del hombre pálido. Yo os recomiendo que leáis ambos, pues, aunque el último me ha gustado mucho, sigo prefiriendo aquel Diario.
Piel roja también me ha interesado bastante, decía, especialmente por algunas de las reflexiones que en él han sido vertidas: sobre la paternidad, sobre las relaciones familiares, sobre los escritores que se mueren, sobre la literatura e Internet, sobre Philip Roth, sobre él mismo, sobre el dolor, y, claro, sobre la piel. De entre todas ellas he querido recuperar una cita de la primera parte que me ha parecido una suerte de síntesis de su poética y una definición perfecta de lo que para es para mí el impulso a la escritura.
Piel roja también me ha interesado bastante, decía, especialmente por algunas de las reflexiones que en él han sido vertidas: sobre la paternidad, sobre las relaciones familiares, sobre los escritores que se mueren, sobre la literatura e Internet, sobre Philip Roth, sobre él mismo, sobre el dolor, y, claro, sobre la piel. De entre todas ellas he querido recuperar una cita de la primera parte que me ha parecido una suerte de síntesis de su poética y una definición perfecta de lo que para es para mí el impulso a la escritura.
Atentos:
Día ciento ochenta y uno
Afirma Nietzche que el
enfermo tiene el alma más sana que el sano. No estoy tan seguro de
ello. El enfermo perenne se enfrenta a sus límites emocionales con
más frecuencia que el sano. Pero ese trato con las fronteras
corporales no deriva necesariamente en un alma sana, ni siquiera en
cierta higiene mental. Más bien suele ocurrir lo contrario. La
fortaleza que uno creía poseer se tambalea. Aunque el enemigo sea un
viejo conocido. Tal vez, por ese trato continuo con la enfermedad uno
acaba desconociéndola, salvo los signos que anuncian el desembarco
del dolor. Al enfermo lo gana el mal humor, la acedía, cierta
desesperación sorda que no siempre consigue guardarse para sí.
Puedo resultar insoportable. La piel no se endurece con el tiempo,
sino que muy al contrario la corteza emocional se reblandece como la
piel translúcida de una culebra. El enfermo muda de piel, pero
debajo de la misma no hay escamas renovadas sino una capa cada vez
más fina y sensible al abatimiento. Quienes rodean al enfermo, a su
modo, también enferman. Se trata de un mudo marchitamiento del que
el enfermo no siempre es consciente, ensimismado en su permanente
auscultamiento. El enfermo está a solas con su dolencia, nadie puede
traspasar esa frontera. Por eso, a veces, llora. Sólo me impongo una
condición: siempre se llora a solas. El modo en que cada paciente
aborda el hecho de su enfermedad es tan distinto como las facciones
de cada enfermo. Salvador Dalí encabeza su libro 'Diario de un
genio' con una cita de Montaigne: “Existe más diferencia entre un
hombre y otro hombre que entre animales de diferente especie”. Dalí
toma las palabras de Montaigne para subrayar su supuesta superioridad
intelectual y artística. Aplicada la cita a los pacientes de una
sala de hemodiálisis la frase recupera su sentido original. En ese
espacio blanco caben todas las variables de las emociones: la
desesperación, la ira, la resignación, el humor, el estoicismo. A
veces las emociones se desbordan o son anegadas por un silencio
abrumado o se esfuman en una verborrea que exime cualquier intento de
autocompasión. Nuestras risas son buenos modales con los demonios.
Este diario me limpia por dentro: antes que la reflexión, la simple
narración de hechos es un desinfectante, como el azufre que se
utilizaba para desalojar a los lobos de sus guaridas.
Juan Gracia Armendáriz
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Una de las cosas que más me llama la atención de JGA es esta fotografía suya. Aquí se le ve feliz. Muy feliz al contrario de lo que pudiera parecer tras haberle leído o tras haber escuchado algo a propósito de su obra, y es esa sonrisa la que inunda finalmente los dos libros que aquí he citado: una sonrisa esperanzadora ante el dolor...como su literatura.
5 comentarios:
Te repites demasiado con el tema del dolor. se ve que nunca te han hecho daño, que nunca has tachado la palabra "muerte" de un manual de literatura.
Uy, pues no veas la que te espera si sigues entrando a este blog.
;)
Creo que ante el dolor siempre hay esperanza. La desesperanza se enquista cuando nos instalamos en el sufrimiento. Aprendí mucho cuando me di cuenta de la diferencia, enorme y necesaria, entre el sufrimiento y el dolor. Transitar el dolor nos va haciendo más grandes y libres. Atascarnos en el sufrimiento nos hace pequeños y hasta nos envilece. Un saludo
Os sigo desde hace años (a Ib y a ti)y confieso que al principio pensaba que con lo bella que eres tú y lo feo -pero que muy feo, incluso hablando(sorry por la brutal sinceridad)- que es Antonio esto era imposible y un acuerdo auto-impuesto, pero reconozco que manteneís una coherencia admirable y que yo era un frívolo. Mi enhorabuenapues, os "seguiré suguiendo" par de artistas de la palabra.
Pedro
muy grande
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