Ayer, mientras
ultimábamos la botella de Blanc Pescador que religiosamente
consumimos en esta casa, día sí, día también, día no, o
viceversa, Ibrah y yo tuvimos una conversación que no ha dejado de
aparecer en mi mente durante la lectura de Glaciares, la
primera novela de la autora Alexis M. Smith que Alpha Decay viene de
publicar.
Fue Ibrah el que hacia la
mitad de la cena comenzó esta charla a propósito de ese momento en
el que “la madurez del lector” choca con “la madurez del
narrador”, poniendo como ejemplo dos casos bien cercanos —nosotros
mismos—, y refiriéndose especialmente a cómo asumimos nuestras
obras primerizas en relación a los sentimientos que estas contienen,
pues todos ellos están enfrentados, y cómo, a lo que después nos
ha interesado hacer, crear, investigar, sentir, leer. No ha
pasado tanto tiempo desde que termináramos de escribir nuestros
primeros libros —apenas tres años—, pero hemos notado lo difícil
que nos resulta a veces hablar de un Fresy cool o de un
Poetry is not dead si no es desde la ternura que estos textos
nos provocan hoy. Sin embargo esta ternura no tiene tanto que
ver con el estilo, ni con la repercusión, ni con las críticas que
recibieron... como con las problemáticas que allí se expresaban y
con el hecho de que, pasado un tiempo, pueden parecernos sin duda
“una cosa de niños”.
Nada nuevo bajo el sol,
diréis, y es verdad, aunque es interesante reflexionar sobre ello en
nuestra calidad de lectores y no desde el punto de vista creativo.
¿Por qué, por ejemplo, me interesa más —y aunque ambos me
gusten— aquel cuento de Gonzalo Torné sobre las parejas —el
matrimonio, la fidelidad, el tiempo, los celos—, que la forma en
que Carlota Moseguí retrata las relaciones –desquiciadas, jóvenes,
alocadas— en su nuevo cuento? Y no hablo de la calidad, ni de que
el primero sea un novelista experimentado y la segunda una
principiante. Lo que aquí me hace sintonizar más con un relato que
con otro es mi propia experiencia ante los problemas morales que cada
uno investiga. Un asunto de madurez que nada tiene que ver, a veces,
con la edad del escritor, ni con la del lector. Es algo que va más
allá, e Ibrah lo demostró con otro ejemplo que da la vuelta al
anterior. Pensemos, dijo, en Anne Carson y en Maite Dono y en sus
poemas sobre los celos, el desamor o la respectiva ¿belleza? de sus
respectivos maridos. Carson elige la contemplación, la frialdad, el
cuchillo silencioso pero afilado. Dono elige la explosión, la
granada de mano, la sangre que salpica al lector. Dos posturas ante
un mismo tema que puede parecer ridículo, ¡los celos!, dos posturas
que pueden satisfacer más o menos al lector y ante las que Ibrah se
aventura a juzgar: bien a la primera, mal a la segunda. Como dije
antes: es sólo cuestión de voluntades. El autor literario es aquí
un termómetro y al lector le corresponde elegir su temperatura
predilecta.
Llegados a este punto,
vuelvo al origen del post, y a Glaciares. Lo cierto es que no
sé si me ha gustado. No sé. No sé. Yo creo que sí. Al menos lo
suficiente como para haber querido reflexionar sobre algunas de las
cosas que la autora me ha aportado. Bien, Alexis M. Smith no es tan
joven. Ya no lo es. Sin embargo su libro podría considerarse
juvenil. Muy ingenuo. Una historia sobre el descubrimiento del placer
por la lectura, el amor que uno siente hacia las cosas bonitas, los
recuerdos de la infancia y todas esas cosas que en ocasiones resultan
demasiado cursis, y no porque así lo sean, sino por el modo —esa
emoción desmedida— con el que la autora nos habla de Isabel, su
extraña protagonista.
El principal problema de
Glaciares, en relación con todo lo anteriormente dicho,
tampoco se encuentra en su temática, ni en su trama, ni en sus
personajes... ¿cuántas veces hemos leído sobre lectores,
cuántas veces los escritores han escrito sobre escribir? (¿Y
cuántas sobre amor, y sobre muerte, y todos esos grandes temas...
acaso importa?) ...sino en la
temperatura sofocante que Alexis M. Smith ha elegido para su
termómetro. Un calor, sin embargo —y aquí es donde quería llegar
por fin— entrañable. Amable. Gracioso. Un calor que evoca aquella
ternura sobre la que Ibrah y yo conversábamos ayer por la noche. Un
calor que convierte este pequeño relato en una obra bonita, de esas
que a veces queremos que pasen por nuestras manos porque nos
recuerdan aquella idea de la Literatura que teníamos cuando
comenzamos a coleccionar libros... y qué curioso, pues de eso va
Glaciares. De eso van
las primeras obras. A eso huelen y así calientan. Por eso son tan
importantes. Por eso, tan complicadas de juzgar.
2 comentarios:
La identificación con lo que se lee, suele ser una de las más eficaces redes para quedar atrapado por un texto; me identifico con este post, con su sentimiento, pero no tengo respuestas o quizás no me gustan las respuestas. Por qué putas olvidar el desquicio y la sangre efervescente? Siempre es un crimen crecer.
Vignemale, très jolie.
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