28 agosto 2014

Los viajes de agosto (II): Munich.







Fue tu último viaje. Allí me compraste la taza de Sylvia Plath y también un cuaderno de Carta pura, tienda a la que por supuesto yo pedí regresar para poder oler aquello que tú oliste pocos meses antes de marcharte. Tenías razón: sus vidas son luminosas. Tenías razón cuando decías que ellos son felices, que ellos son uno de los motivos por los que nuestro apellido sigue mereciendo tanto cariño. Aitana es muy inteligente, Bidane es tímida y me pide jugar a los médicos pero al final no nos da tiempo: qué podía haber encontrado ella aquí dentro, qué enfermedades infantiles e imaginarias podría haberme diagnosticado. Mejor así, me digo. Mejor así. Pero jugamos, y comemos fajitas, y reímos con las panzas al aire en un país que es demasiado limpio como para ser real. Carol nos dirige por el río y nos prepara el desayuno. David nos cuenta secretos que yo entiendo y yo le cuento secretos que él entiende, y entonces no me siento tan horrible como cuando sólo estaban en mi cabeza. Les miro y son felices. Me acerco a Ibrah. Le digo muy pegada a su mejilla y mirando  ansiosa hacia ellos: yo quiero algo así