la muerte
no es un invento, es el final del libro,
o el
comienzo
Eduardo Ruiz
Sosa
—¿Por qué
llevas un árbol de Navidad tatuado en el vientre?
—Porque ayer
fue mi cumpleaños y nadie me regaló un beso. Porque ayer las bombas cayeron y
masacraron a los niños de las playas. Porque ayer murió un perro con cáncer y
después sus dueños comieron hamburguesas. Porque ayer yo estaba en Marte y tú
estabas en una estrella, pero logramos encontrarnos a pesar de la distancia.
Porque ayer soñé con vuestras madres y todas estaban cantando. Porque tengo
miedo de los regalos, de los renos y de los villancicos. Porque mi pecho es de
madera y mi boca huele a bosque. Porque amo contar las hormigas que suben y
bajan por mis venas. Porque tengo veinticuatro años y tú tienes veinticuatro
cicatrices. Porque hay alguien que nos está mirando. Porque alguien oscuro y
malo nos vigila.
[Al fin…
Al fin el
miedo.
Y al fin el
miedo.]
Tranquilízate,
me dices, que nosotros podríamos haber sido los Enfermos. Tranquilízate me
dices mientras escupes flores dentro de botellas (me has hablado de un río, y
de un universo, me has hablado de una bicicleta cubierta de telarañas).
Tranquilízate y me tranquilizas, y entonces despierto del sueño: en él
encontraba a mi madre disfrazada de pez, ella movía sus ojos de lado a lado
como buscando un pequeño charco en el que volver a sumergirse. Mi madre con
largas aletas brillantes. Mi madre con largos brazos poblados de lentejuelas.
Mi madre con branquias ásperas alrededor del cuello. Nosotros podríamos haber
sido los Enfermos, pero nosotros podríamos haber sido los Perros. Nosotros
podríamos haber nacido sin pulmones, pero nosotros podríamos haber comido sin
dientes. Tranquilízate, me dices, y entonces pongo mi mano fría sobre el frío
dibujo de tu pecho.
[Y al fin
respiro.
Al fin
respiro.
Al fin…]
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