02 marzo 2012

Capitán, he encogido a los niños.


Betty Blue

De pequeños nos enseñan a soñar las cosas equivocadas y relatos como La esposa diminuta (Capitán Swing, 2012) dan cuenta de ello. Me refiero a cosas tales como la magia. La magia es un error. La magia no existe porque está construida únicamente de obviedades, de mundos posibles que se nos pintan como imposibles, de buenos sentimientos que sólo tratan de esconder lo triste de este mundo. La magia no cura la tristeza: la convierte en algo más fuerte. En algo más tremendo. En algo profundamente obsceno.

Cuando tenía seis o siete años se puso de moda la película Pulgarcita y de pronto todas las niñas queríamos ser diminutas para caminar entre las flores, bailar dentro de una caja de música y tener un novio de Playmobil o Polly Pocket que nos diera todo su amor de plasticuzo. Sin embargo en La esposa diminuta Andrew Kaufman advierte, a través de una narración preciosista y delicada, que menguar es terrible y que no debemos conformarnos con la idea de hacernos pequeños, pues hacerse pequeño significa desaparecer, dejarlo todo, abandonarse. 

La esposa diminuta es una historia entre muchas historias que sólo suponen un pretexto para lo que realmente Kaufman nos quiere contar. El libro comienza con un extraño atraco en un banco en el que el ladrón pide a los presentes sus bienes más preciados. Conforme el cuento avanza nos damos cuenta de que el bien más preciado de cada uno de ellos no es lo que entregaron, sino su propia vida. Así Kaufman nos presenta a los verdaderos protagonistas: un matrimonio conflictivo cuya mujer (que también estuvo en el robo) comienza de pronto a menguar. Es aquí donde advertimos la verdadera intención del autor, la verdadera metáfora y moraleja: La esposa diminuta es otro retrato sobre las complicaciones de las relaciones de pareja. Porque el amor es una cosa enorme que puede volverse diminuta si no la cuidamos. Un gigante que desaparecerá en la niebla si no le prestamos la atención suficiente. Un sentimiento que de “real” pasará a ser “mágico” y por tanto “ridículo y falso”.

Los protagonistas de Kaufman no se dejan llevar por la magia porque se imponen a ella. Porque su creador la boicotea desde dentro. Porque no necesitamos magia. Necesitamos palabras. Y en La esposa diminuta hay palabras que son imprescindibles.

No sueñen, no decrezcan, no sean niños ni adultos pero guarden esta fabulosa historia en su biblioteca. 

7 comentarios:

Hombre de arena dijo...

Yo disfrute mucho con la lectura de "El hombre menguante" de Matheson y, siendo nino, de "El hombre pequenito" de Kaestner. Y con Gulliver.

Niño Pedante dijo...

La sierva ajena, de Bioy.

Otra de los diminutos... Nadie sabe dónde están.

Niño Pedante dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Niño Pedante dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Un sentimiento que de “real” pasará a ser “mágico” y por tanto “ridículo y falso”. :)

Quiero leerlo

Gurb dijo...

Luna es tonta. Todo es magia. Empezando por ella.

Anónimo dijo...

I wanna cum on you, little girl