24 agosto 2008

Tercera parada: Lunísima.

El césped artificial de la piscina esconde innumerables insectos en su interior. Poco a poco voy clasificándolos según tamaño o forma. Los más asquerosos, redonditos y anaranjados, te suben por la pierna despacito. Estoy harta de los bichos y de la piscina. Paso horas y horas al sol y no consigo ponerme morena. Desde que me levanto hasta la hora de comer y durante el tiempo de la siesta. Ni siquiera en horas de máxima radiación consigo que la piel blancuzca cambie de color. Nadie me va a creer cuando cuente que he estado de vacaciones en Menorca. Me llamarán entonces en La Blanquísima, como diría Divina en la novela de Jean Genet que acabo de terminar. Eso es lo bueno de tantas horas libres. Puedo leer, escuchar una y otra vez las canciones del mp3, puedo escribir en el cuaderno morado, e incluso dibujar paisajes con lápices Alpino. He acabado las novelas que traía, no suministré bien el número de páginas a la hora de hacer la maleta en Madrid. Afortunadamente en verano los periódicos inventan suplementos coloridos y frescos para salvar el verano a quienes nos creíamos muertos por insolación. Es el caso de la revista de verano de El País, con colaboraciones diarias como la de Carlos Cay, que “cagándose en sus viejos” me ha alegrado estos días. Precisamente estos días me está costando mucho dormir. Cuando lo consigo, tengo muchos sueños, y al soñar tanto, no descanso como quisiera. Hoy he soñado que conocía a Carlos Cay, quien escribía sus artículos desde mi misma urbanización, entonces lo conocía y él me presentaba a su sobrino invisible, me enseñaba su famoso ordenador y discutíamos sobre si La senda del perdedor era el mejor libro de Bukowski. Cuando he despertado, después de un chapuzón, he salido con mi madre a comprar el periódico.



Elijo Público y El País. Busco mi colaboración predilecta. Hoy el autor, día 24 de agosto, menciona a Bukowski, parece que le gusta. Yo me río ante la casualidad. Adoro las casualidades. Salgo al césped. Saludo a mis nuevos amigos de ocho patas, y a los verdes grandes, y a los redonditos anaranjados que me suben por las piernas. Día 24 de agosto. Todavía me quedan cinco días menorquines. Los aprovecharé para que el Bohemio me llame por fin La Morenísima. Para que mi piel no sea más blanca que los cócteles de coco que añoro tomar.



Para que este sol grande y caliente no sea una casualidad.