10 agosto 2008

Segunda parada.


Coche. Las casa es muy pequeña y mi cama es la más alta. Arriba el tiempo pasa rápido entre sueños. El anochecer es bonito, pero no tanto como aquel del espigón. Dibujo y no consigo acertar tu perfil. No sé dibujar. No recuerdo tu cara. En el MUSAC la gente viste raro. Son modernos. Son bocetos. La catedral de León es diminuta. La tripa llena de carne. Pelayo ha dicho su primera palabra. Papá. Yo digo: Muerte. Y digo: Cielo. Y digo. No poder decir. No tener nadie con quien hablar. Nadie enfermo. Sólo personas sanas rodeándome. Plaga de mosquitos. Hoy el coche lo conduce María. Hoy mi padre prepara la ginebra. Mi padre. Pá-Pá. Hoy Pelayo come manzana por primera vez. Manzanas de la montaña, cerca de un castro perdido. Hoy llegaron los romanos y mataron al habitante. Juampe dice: Trechuro. Yo digo: Muerte. Yo digo: Te echo de menos. Y digo: La sopa quema. Y pienso: Hoy tengo el pelo más suave que ayer.
Veo el arte como una droga,
la única que me queda ahora

que he perdido la ilusion.

Anais Nin

Me obsesiona el Diario de Anais. Me da ganas de escribir, de crear. Leo en el tren de vuelta. El tren tarda. Odio RENFE. Duermo. Estoy muy triste. Misteriosamente las murallas de Ávila me devuelven la sonrisa. Me recuerdan que ya queda menos. Recibo noticias del otro mundo. Valente ha encendido su farol. Sé que el Sur está iluminado. Por eso no me importa tanto estar en esta nube negra que mece brutalmente mi cabeza. Estación.